(CNN) – Las armas de la Primera Guerra Mundial enmudecieron hace 100 años aquí, pero una batalla silenciosa aún arde en este bosque. Raíces de árboles y hiedras luchan contra el legado de cuatro años de guerra, para recuperar el paisaje de las cicatrices de un conflicto pasado.
La Primera Guerra Mundial dejó un paisaje devastado: agujeros de explosiones, trincheras y tierra sembrada con bombas sin explotar. Hoy un bosque cubre los campos de batalla. Pero encubre quizás millones de proyectiles, decenas de miles de cuerpos y uno de los sitios más tóxicos de Francia.
‘Zone rouge’
Las líneas del frente cruzaron los campos de Verdún durante casi toda la Primera Guerra Mundial. Unos 60 millones de proyectiles fueron lanzados durante los 10 meses de batalla aquí desde febrero hasta diciembre de 1916.
“La tasa optimista es que uno de cada ocho no explotó. Así, probablemente tengamos entre siete y ocho millones de proyectiles que no explotaron en el campo de batalla de Verdún”, dijo Guillaume Moizan, de 34 años, historiador y guía local. “Lo pesimista sería decir que uno de cada cuatro no explotó”, agrega.
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La destrucción fue total. Un informe de la posguerra sobre estos campos de batalla describe esta zona: “Completamente devastada. Daños a propiedades: 100%. Daños a agricultura: 100%. Imposible de limpiar. Vida humana imposible”.
“Todos los sitios del campo de batalla donde el gobierno francés pensó que sería demasiado costoso limpiar el suelo para restaurarlos a tierras agrícolas fueron declarados zona roja”, dijo Guillaume Rouard, un guardabosques de la Oficina Nacional de Bosques de Francia (ONF).
Plantado con pino alemán del Bosque Negro como parte de las reparaciones de guerra, el bosque de Verdún fue, desde su inicio, un símbolo de curación y conmemoración.
Búnkers y trincheras se esconden entre los árboles, sobresaliendo entre la maleza, dando un testimonio silencioso de los 300.000 hombres franceses y alemanes que murieron aquí. Las ruinas pedregosas de las nueve aldeas de la zona, devastadas durante la guerra, se encuentran dispersas alrededor del bosque.
Tan salvaje fue la lucha que nadie sabe a ciencia cierta cuántos soldados descansan en el imponente osario blanco de Douaumont. Los cuerpos de entre 80.000 y 100.000 hombres permanecen perdidos en el bosque.
Cicatrices de conflictos pasados
Con una alfombra otoñal de hojas en el suelo, la columna torcida de las trincheras francesas en el bosque de Saint-Mihiel, al sur de Verdún, es difícil de identificar.
A solo un tiro de piedra, casi tocando, las líneas alemanas de paredes de concreto son un marcado contraste. Barren la hiedra que cubre sus paredes, parecen estar intactas desde la guerra. Los estantes están listos para las armas, las ranuras de disparo están abiertas hacia las armas del enemigo y los escalones de piedra descienden a los refugios subterráneos.
Pero un siglo después, los fantasmas de la Gran Guerra todavía se sienten.
En la orilla del bosque, junto al río Mosa, Guy Momper, de 58 años, jefe del equipo de desminado de Metz, recita el último recorrido de su equipo con toda naturalidad. En una semana de octubre, sacaron seis toneladas de proyectiles de artillería alemana del lecho del río.
‘La place a gaz’
Aunque las bombas ya no pueden representar un gran riesgo para la vida, irónicamente, probablemente el legado más peligroso de la Primera Guerra Mundial proviene de los acontecimientos que siguieron tras la guerra. En los confines de los bosques de Verdún, donde los árboles comienzan a mezclarse con los campos abiertos, se encuentra ‘La place a Gaz’ (‘El lugar tiene gas’, en español).
Así es como los lugareños llaman a este sitio, una cabaña de cazadores en un claro de bosque, indescriptible, excepto por los anillos circundantes de alambre de púas, que tiene un legado tóxico. Las empresas contratadas por las autoridades francesas quemaron aquí envases de gas venenoso no utilizados después de la guerra.
“Lo quemaron durante años, básicamente durante toda la década de 1920 y nunca pensamos en las consecuencias”, dijo el historiador Moizan.
Los resultados son evidentes casi un siglo después. Un estudio ambiental de 2007 mostró que el suelo mantiene los niveles de arsénico hasta 35.000 veces más alto que los niveles usuales. En algunas áreas, este compuesto letal constituye el 17,5% del suelo.
Un recuerdo verde
Estas manchas ambientales de la Primera Guerra Mundial pueden tener un propósito superior.
Los bosques de Verdún, que existen solo por la zona roja, son un vehículo importante para mantener viva la memoria del conflicto.
El maestro de escuela Burillon dijo que el bosque está “al mismo tiempo vivo y congelado en el tiempo. Es muy poético”.
Es posible que los árboles de Verdún aún estén en la batalla con los fantasmas de la Primera Guerra Mundial, pero los restos físicos de este conflicto perdurable sirven para un propósito superior: que nunca olvidemos.
“Llegar aquí es como si nunca hubiéramos apreciado lo que era la guerra. Te hace pensar”, dijo Burillon.