Washington (CNN) – La historia de vida de Donald Trump de luchar y sobrevivir, de engañar al fracaso personal y profesional una y otra vez, lo ha llevado a su mayor batalla hasta el momento: la de salvar su presidencia.
Trump se enfrenta a un enjambre de investigaciones de varios comités del Congreso, un fiscal especial, fiscales estatales y federales, y litigantes privados. Su vida entera está bajo escrutinio.
Pero la lucha ha vuelto a comenzar.
Si hay algún presidente que pueda soportar semejante tensión, que tal vez disfrutaría de la lucha, prosperaría en medio de su cacofonía y estaría dispuesto a cruzar todo tipo de líneas convencionales para mantenerse con vida, seguramente sería Trump.
Como joven en la Academia Militar de Nueva York, el futuro presidente aprendió una cosa por encima de todo: “la vida se trata de la supervivencia. Siempre se trata de supervivencia”, según escribió Michael D’Antonio en su biografía sobre Trump.
Ha sido el lema de Trump desde entonces, sin importar el daño colateral y el costo de batallas legales y golpes de reputación, escándalos personales y quiebras.
Ahora Estados Unidos está a punto de ser arrastrado por la lucha más existencial de Trump hasta el momento. La supervivencia en un sentido personal y político ahora define su vida, y se espera que el informe de Robert Mueller se presente pronto y los demócratas desplieguen un ataque que podría llevar al juicio político.
Cuando el lunes los demócratas de la Cámara de Representantes dieron a conocer un gigantesco pedido de una lista de 81 posibles testigos vinculados a los negocios, campañas, presidencia y familia de Trump, él y sus colaboradores inicialmente prometieron cooperación.
Pero la máscara pronto cayó.
Trump respondió el martes de acuerdo con su credo, con la promesa de una confrontación total y una explosión devastadora de sus enemigos.
“Es una vergüenza. Es una vergüenza para nuestro país”, dijo, acusando a los demócratas de estar consumidos por la ira por su derrota en 2016, y enmarcando la próxima lucha como una extensión de su campaña de reelección de 2020.
La secretaria de Prensa de Trump, Sarah Sanders, estableció el tono de la lucha contra una mayoría demócrata que busca exponer al presidente como históricamente corrupto.
“Los demócratas se han embarcado en una expedición de pesca porque están aterrorizados de que su narrativa falsa de dos años de ‘colusión de Rusia’ se está desmoronando”, dijo Sanders en un comunicado el lunes por la noche. “Los demócratas no buscan la verdad, persiguen al presidente”.
Un enemigo en su mira
Sanders y todos los demás dentro de la Casa Blanca están a punto de soportar la amarga y total miseria de una campaña de supervisión desde múltiples frentes. Eso significa una ventisca de citaciones, traslados de funcionarios al Capitolio para declarar bajo pena de perjurio y una montaña de cuentas legales.
Pero Trump ha vivido en el ojo de tales tormentas durante gran parte de su vida adulta, y llega a la lucha con ciertas ventajas.
Su enfrentamiento con los demócratas de la Cámara de Representantes le dará el papel, gracias a sus torturadores demócratas, que le falta desde su campaña de 2016. Este presidente siempre es más efectivo si tiene un enemigo contra el cuál defenderse.
El duelo servirá para unir al Partido Republicano en Washington detrás del presidente, en medio de algunas señales de grietas que se abren en el edificio republicano en el Senado, al menos sobre su declaración de emergencia nacional.
Será un momento de reunión que enfurecerá y entusiasmará la base de Trump antes de la campaña de 2020. Eso puede significar que puede evitar estrategias de riesgo, como el desastroso cierre del gobierno, para mantener a su gente motivada.
Los republicanos ya están trabajando con el libro de jugadas de Trump, que está diseñado para presentarlo como víctima de una injusta persecución presidencial por parte de los demócratas.
“Él simplemente cree que ellos están listos para llevar una bola de demolición a su vida”, dijo el martes el senador republicano Lindsey Graham, de Carolina del Sur, después de reunirse con el presidente. “Se volverán locos”.
El senador republicano John Cornyn de Texas advirtió que la investigación demócrata tenía menos que ver con encontrar la verdad y más con derrocar a un presidente.
“Se trata de preparar el escenario para los procedimientos de juicio político. Eso está bastante claro”, dijo Cornyn al Manu Raju de CNN.
Los republicanos hacen tales argumentos sabiendo que la nación, a pesar de la impopularidad de Trump y las sospechas generalizadas sobre su conducta, aún no está lista para el trauma del tercer drama de impugnación en 50 años.
Aún así, una nueva encuesta de la Universidad de Quinnipiac muestra un interés público por las investigaciones. Alrededor del 64% de los encuestados pensaron que Trump había cometido crímenes antes de convertirse en presidente. Incluso el 33% de los republicanos pensaba que sí. Pero el índice de aprobación de Trump entre los votantes del Partido Republicano seguía siendo del 82%, lo que sugiere que algunos de los que lo favorecieron en las encuestas piensan que es un criminal, pero no les importa.
Pero solo el 35% de los encuestados pensó que los demócratas deberían iniciar un proceso de juicio político contra el presidente, un número que explica la cautela del partido en los mensajes sobre sus investigaciones.
¿Echaron los demócratas una red demasiado ancha?
Múltiples asesores presidenciales le dijeron a Kaitlan Collins de CNN el martes que estaban sorprendidos por la naturaleza expansiva de la solicitud de documentos del presidente de la Comisión Judicial de la Cámara, Jerrold Nadler. La creencia es que los demócratas, que arremetieron contra la Casa Blanca en múltiples frentes, calcularon mal al no comenzar con algo más específico.
Los funcionarios ya están planeando rechazar las demandas expansivas de testigos y preservar lo que dicen que es el derecho del presidente a la confidencialidad, una señal de que se avecinan luchas extenuantes sobre el privilegio ejecutivo.
Ya había indicios de que la estrategia entró en acción el martes.
El presidente de la Comisión de Supervisión de la Cámara, Elijah Cummings, se quejó de que la Casa Blanca había rechazado las solicitudes de documentos y testigos para una investigación sobre lo que él dice que son “abusos” en los permisos de seguridad en el ala oeste.
“El argumento de la Casa Blanca desafía la separación constitucional de poderes, décadas de precedentes ante este Comité y simplemente el sentido común”, dijo Cummings en un comunicado.
Sin embargo, un funcionario de la Casa Blanca le dijo a Jim Acosta de CNN que el demócrata de Maryland estaba exigiendo documentos a los que no tenía derecho según la ley.
La rápida escalada de la disputa dejó a la comisión considerando si emitir citaciones para obtener información, un paso que podría desencadenar un escenario legal que podría repetirse decenas de veces en los próximos meses.
Las prolongadas luchas legales no solo frustrarán a los demócratas. Tomarán meses, pasarán por todo el sistema judicial y demorarán las consecuencias finales para el presidente, posiblemente hasta el final de la campaña de 2020.
El privilegio ejecutivo —la idea de que el presidente tiene derecho a retener información confidencial– no ha sido ampliamente litigada en los tribunales, lo que significa que los casos legales podrían a avanzar, con trabajo, hasta la Corte Suprema.
Eso le vendría bien a Trump.
Ecos de Bill Clinton
La próxima batalla se librará en un frente legal y político.
Algunos veteranos de Washington recuerdan que la acusación republicana de Bill Clinton a fines de la década de los 90 finalmente fracasó en el partido, dado que el público no creía que la transgresión del presidente, que mintió de hecho bajo juramento sobre sexo, cumplió con la barrera constitucional de “altos delitos y faltas”.
Clinton, con su legendaria capacidad de compartimentar, presidió sobre una Casa Blanca que luchó duramente contra las investigaciones del Capitolio.
Pero también hizo todo lo posible para demostrar que estaba haciendo su trabajo, liderando al país a través de un período de prosperidad económica, de una manera que hizo que los esfuerzos para derribarlo parecieran insignificantes e inapropiados.
“Estas acusaciones son falsas y tengo que volver a trabajar para el pueblo estadounidense”, dijo Clinton en 1998.
Uno de los antagonistas de Clinton, quien votó como miembro de la Cámara para impugnarlo, extrajo lecciones de esa pelea hace mucho tiempo.
“Solo tienes que agachar tu cabeza, contraatacar y gobernar el país, eso es lo que hizo Clinton”, dijo Graham, y dijo que Trump debería ahora desafiar a los demócratas para que “solucionen problemas”.
Hubo más que un eco de la retórica de Clinton en la declaración pública de Trump el martes, emitida cuando firmó un decreto para enfrentar una epidemia de suicidios entre los veteranos.
“En lugar de hacer infraestructura, en lugar de cuidar la salud, en lugar de hacer tantas cosas que deberían estar haciendo, quieren jugar”, dijo Trump sobre sus oponentes demócratas. “Es una lástima porque prefiero verlos legislando”.
El paralelo con Clinton puede no ser exacto, sin embargo.
Al comienzo de su drama de destitución en 1998, Clinton era mucho más popular que Trump, con un índice de aprobación medido por Gallup en 58%. Nunca bajó del 60% en el año brutal que siguió, llegó al 73% después de ser impugnado y se estableció en el 66% después de que fue absuelto en un juicio en el Senado.
Según la encuesta de Quinnipiac, Trump tiene una aprobación del 38%. Y mientras que una reciente encuesta del Wall Street Journal / NBC lo tenía en un 46%, sus números rara vez se mueven más allá de un rango estrecho, con una favorabilidad muy por debajo de la mayoría de los votantes.
Eso significa que Trump no puede contar con una gran popularidad personal durante los momentos políticos más peligrosos de su presidencia.
Su enfoque de dispersión en el cargo sugiere que carece de la disciplina que sostuvo a Clinton. Y las incesantes afirmaciones de Trump de que es víctima de investigaciones “falsas” e intentos de derribar las barandas que rodean su oficina, a menudo dan la impresión de que tiene algo que ocultar.
Y durante todos los años de controversias y escándalos que plagaron a Clinton, el presidente número 42 nunca fue el foco de tantas investigaciones civiles y penales creíbles como las que están afectando a Trump.