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Caracas, Venezuela (CNN) – La caída de las fichas de dominó en la destartalada mesa de madera hace eco en el patio de la Casa Hogar Madre Teresa en las afueras de Caracas.

Los residentes están dispersos para tomar el sol, la mayoría solos y en silencio, contemplando una jubilación que no tendrá mucho de “años dorados”.

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Venezuela no es un buen lugar para envejecer.

La vida es dura para todos los venezolanos y la catástrofe económica que ha afectado al país es la razón. La inflación es alucinante –más de un millón por ciento– la comida es escasa y, si se encuentra, difícil de costear para la mayoría.

Según la Federación de Farmacéuticos de Venezuela, al menos el 85% de los medicamentos escasea. Si se trata de una economía en caída libre, el aterrizaje es más difícil para los ancianos.

Baudilio Vega y su personal voluntario hacen todo lo posible para alimentar y albergar a las casi 80 personas que viven aquí: Carmen Cecelia es la mayor con 84 años. Nos muestran las instalaciones espartanas, una litera y un pequeño armario para cada residente. Sus posesiones son pocas, no necesitan grandes armarios.

“Si no tuviéramos este lugar, ¿cuántas de estas personas estarían muertas o en la calle?”, dice Baudilio Vega. “Gracias a Dios, aquí están vivos. No son cinco estrellas, pero al menos sobreviven”.

‘Fue demasiado’

Es un hecho desgarrador que muchas personas mayores en Venezuela fueron abandonadas por sus familias. No son indeseables, ni mucho menos, pero son víctimas de una elección brutal: alimentar a los niños o alimentar a los abuelos.

Nos reunimos con Victoria Madriz, de 74 años, residente aquí por más de una década. Su esposo murió, su hija salió del país por mejores oportunidades y ella se mudó a la casa de su hermano. Todos pronto se dieron cuenta de que simplemente no había espacio ni dinero para apoyarla.

“Había mucha gente en la casa - los hijos de mi hermano y sus hijos, y era demasiado”, dice ella. “Puedo entender, pero es difícil”.

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La mayoría en el hogar cuentan una historia similar: familias que no pudieron hacer frente o que simplemente abandonaron el país. Según las Naciones Unidas, se estima que 3,6 millones de personas han huido de Venezuela y su economía miserable en los últimos años, muchos de los cuales dejan atrás a sus padres o abuelos, pues no pueden pagar sus gastos.

En el hogar Madre Teresa, los residentes tienen entre 60 y 84 años de edad. Tienen un lugar donde dormir y, gracias a los donantes, algunas comidas para mantenerlos con vida. Baudilio nos muestra la cocina y la despensa: unas pocas docenas de huevos, media docena de bolsas de arroz y poco más en los estantes. Las pensiones, si pueden obtener una, no valen nada en esta economía que se desmorona, y ascienden a unos 7 dólares al mes. En Venezuela nadie tiene ganas de jubilarse.

“Tenía muchas expectativas de una buena jubilación porque tenía un buen trabajo e ingresos”, me dice Omar Ochoa, de 74 años. Solía trabajar en la industria del cuero y no esperaba que sus últimos años fueran en lo que se han convertido. Se sienta en una silla de ruedas, ambas piernas amputadas debido a complicaciones de la diabetes no tratada, y exuda un estoicismo que vemos en otros aquí. Estoicismo pero también resignación.

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Los hijos de Omar se fueron del país hace años y los familiares que se quedaron no pudieron atenderlo. Le pregunto qué piensa sobre lo que el gobierno hace por los ancianos. “Nada, nada, nada”, responde.

En medio de una pequeña habitación en el borde de las instalaciones, vemos un ataúd. Cuando un residente fallece, tienen un servicio funerario en la habitación. Pero el ataúd es, como todo, un bien precioso. Después del servicio, el cuerpo del difunto es retirado para su cremación y el ataúd permanece en su lugar a la espera del próximo servicio.

Medicamentos difíciles de encontrar

Baudilio alimenta a los que él llama sus “invitados” con comida sobrante donada por restaurantes locales y cualquier ayuda financiera que reciba de los locales. Pero las donaciones se están reduciendo junto con la economía. La comida, por supuesto, es clave, pero también en la escasez drástica de medicamentos.

Algunos residentes tienen alzhéimer, enfermedad de Párkinson, diabetes, cáncer o demencia, afecciones comunes para los ancianos, pero lo que no tienen son medicamentos para tratar estas afecciones.

“Prácticamente ninguno”, dice Baudilio cuando le preguntamos qué medicamentos tiene a la mano. “Yo mismo tengo diabetes, pero no he tenido insulina en dos años. Si tuviera algo, se la daría a nuestros huéspedes que tienen diabetes. Pero no tenemos ninguna”.

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Bauldilio dice que no defraudará a estas personas incluso si su gobierno lo ha hecho. Lo que él quiere es cambio.

“Insto a Venezuela a que deje que llegue la ayuda humanitaria. Necesitamos la comida, la medicina, en lugar de comprar armas, necesitamos medicinas y comida”.

Antes de irnos, Brigida Zulay, de 68 años, nos detiene. “Todos nosotros, tenemos esperanza … sí, sí”. Para la mayoría aquí, eso es todo lo que tienen.