Nota del editor: Esta historia se basa en declaraciones oficiales de la policía peruana, varias horas de entrevistas con familiares y amigos de Carla Valpeoz e informes anteriores de CNN.

(CNN) – Poco después de que su hija Carla desapareciera en Perú, Carlos Valpeoz dejó atrás su antigua vida como contratista en Texas Hill Country y abordó un avión para encontrarla. Solo llevaba una mochila, sin saber bien cuánto tiempo estaría lejos de casa.

Valpeoz, de 71 años, se comporta con una fuerza implacable, pero sus ojos y el peso que ha perdido revelan su agotamiento. Cuando habla de su hija, su “Carly”, su “Carlita”, su voz ronca y profunda rompe en sollozos.

Durante casi seis meses, ha viajado a casi una docena de poblaciones pequeñas en una remota región de los Andes peruanos llamada el Valle Sagrado. Lleva folletos con la cara de su hija impresa en ellos y camina de casa en casa, entrevistando a cualquiera que la haya visto. Con sus ahorros, el dinero de su hijo y algunas donaciones de GoFundMe, se aloja en pequeñas habitaciones de hotel y ha intentado gastar lo menos posible en alimentos y artículos de hygiene personal.

Carla se dirigía a un sitio arqueológico inca cerca de Cusco el 12 de diciembre, cuando desapareció y la vida de su familia quedó patas arriba.

Carlos Valpeoz toma un descanso después de caminar alrededor del parque arqueológico de Pisac. Él ha estado buscando a su hija en Perú desde que ella desapareció.

Su padre ha viajado por las montañas, caminó a través de enormes campos de maíz y registró cuevas remotas buscándola. Ha desarrollado relaciones con la policía local, e incluso se ha incorporado a sus operativos en lugares sospechosos de narcotráfico.

Junto con su hijo, ha rastreado a las personas que conocieron a Carla antes de que desapareciera, encontró la mochila que dejó en un hostal, solicitó imágenes de cámaras de vigilancia y trató de solicitar datos de torres de teléfonos celulares, solo para descubrir que las solicitudes anteriores de la policía nunca se completaron.

“La gente debe entender que si sufre una tragedia como la que ha sufrido mi familia, debe saber prepararse para lo peor, que debe tomar el asunto en sus manos”, dijo Carlos Jr.

Aunque el Departamento de Estado de EE.UU. se ha negado a compartir cifras exactos de cuántos estadounidenses han desaparecido en el extranjero en los últimos cinco años, las historias de ciudadanos estadounidenses que desaparecen en otro país han sido titulares recientemente. Los medios de comunicación han cubierto los últimos momentos conocidos de una pareja de Nueva York que desapareció y luego fue encontrada muerta en República Dominicana, detalló las conversaciones finales que una mujer de la Florida asesinada en Costa Rica sostuvo con su familia y publicó las fotos de viajes de un maestro de Carolina del Norte que fue asesinado cuando iba de excursion con mochila en México.

Pero las luchas silenciosas de las familias de los viajeros que desaparecen han recibido menos atención.

La persecución de un sueño en Perú

A sus 35 años, Carla es una mujer legalmente ciega que ha viajado intensamente, en parte para demostrar que no podía ser definida por su discapacidad, y en parte para ver lo más que pudiera del mundo antes de perder completamente la vista.

En diciembre de 2018, Carla había viajado sola a unos 20 países. Estudió árabe en Egipto, trabajó con niños abandonados en Yemen y viajó a aldeas remotas de Indonesia para defender los derechos de las indígenas. Su familia dijo que siempre había soñado con visitar Perú, pero que no había tenido la oportunidad.

Cuando su amiga, Alicia García Steele, le dijo que viajaría a Lima para ser la dama de honor de una boda, Carla aprovechó la oportunidad para ir con ella. La mamá de Carla la ayudó a elegir un vestido azul marino y un par de zapatos beige para el matrimonio.

Después de tomar un autobús y dos vuelos desde Detroit, Carla y García Steele llegaron a Lima, la bulliciosa capital de Perú, justo a tiempo para ayudar con los detalles de última hora de la boda. Más tarde bailarían toda la noche en la recepción y celebrarían el cumpleaños de Carla en la playa.

María Valpeoz señala el día en que descubrió que su hija había desaparecido.

Para el último tramo de su viaje de dos semanas, Carla planeaba viajar sola para caminar a Machu Picchu, incluso después de que su amiga le aconsejó que no fuera sola.

El día que Carla partió a su viaje a Machu Picchu, García Steele se puso nerviosa y seguía enviándole mensajes de texto a medida que pasaban las horas. Ella le dio a CNN capturas de pantalla de los mensajes.

“Carla, ¿estás ahí?”

“Carla, estoy tan preocupada y no he oído nada de ti”.

“¡¿¡¿Está todo bien?!?!”

“Por favor, por favor, por favor, escríbeme cuando puedas”.

“Carla. ¿Cómo estás? Me muero por saber de ti”.

Cuando Carla respondió -más de 12 horas después- se disculpó, culpando a la falta de Wi-Fi y a su abarrotado itinerario. García Steele se alegró de saber que Carla estaba bien, pero algo más en ese texto la alarmó.

“Tenía un gran problema que necesito resolver y lo haré antes de llegar a casa”, escribió Carla.

Esta fue una de las últimas veces que García Steele escucharía de ella.

Sus amigos y parientes no pudieron localizarla por unos días. No entraron en pánico hasta que Carla perdió su vuelo de regreso a Estados Unidos.

Su madre acababa de mudarse miles de kilómetros por ella

María, de 66 años, había estado viviendo en Detroit tan solo por unos meses cuando Carla viajó a Perú. Cuando María se jubiló de su trabajo como defensora de las víctimas en la Fiscalía del condado de Kendall en Texas, Carla le pidió a su madre que se mudara con ella.

María sospechaba que la vista de su hija estaba empeorando. Carla sufría de distrofia de conos y bastones, una condición que causa que la visión se deteriore con el tiempo. Después de que se la diagnosticaron a los 10 años, su madre la motivó a aprender Braille y otras habilidades que la prepararían para cuando fuera completamente ciega.

Carlos Jr. y su madre María sostienen el suéter favorito de Carla en su casa en Brooklyn.

Carla se volvió muy independiente. Vivía sola, caminaba y se trasladaba en bicicleta por la ciudad. Rara vez hablaba de su ceguera, y era incluso más inusual que le pidiera ayuda a su madre.

A las pocas semanas de mudarse a Detroit para estar con su hija, María había aprendido todos los aspectos de la apretada agenda de Carla: sus salidas al gimnasio a las 6 a.m., su turno de docente en el Museo Nacional Árabe Estadounidense, las clases de inglés como segundo idioma que impartía en un centro comunitario. Carla escribía sus planes en una pizarra blanca colgada en la entrada de su casa. Si algo cambiaba, Carla llamaba a su madre.

La emoción de Carla por visitar Machu Picchu era palpable en sus textos y en el sonido de su voz.

“Pensaré en ti cuando esté allí”, recordó María que su hija le había dicho durante su última llamada telefónica el 10 de diciembre.

Una viajera experimentada se esfuma silenciosamente

Después de la boda, Carla se unió a un grupo de viajeros españoles y argentinos para subir al Huayna Picchu, la montaña empinada que domina las famosas ruinas, y regresaron juntos a Cusco unas horas después. El grupo, todavía sintiendo la adrenalina, cenaron juntos y bailaron durante horas en un club antes de finalmente instalarse en un hostal para pasar la noche.

“No puedo esperar para contártelo todo. Valió la pena el 100% completamente”, le escribió a García Steele en su último mensaje para ella la noche del 11 de diciembre.

Mientras sus nuevos amigos todavía dormían a la mañana siguiente, dijo su familia, una cámara de vigilancia captó a Carla tomando un taxi sola, fuera del hostal.

No compartió sus planes con nadie, dijo su familia, pero no hay duda de que planeaba regresar. Antes de irse, le envió un mensaje a una amiga diciéndole que regresaría en pocas horas para visitar algunos museos. También dejó dos bolsas con recuerdos, su medicina y su chaqueta.

Más tarde, la policía se enteraría de que ella había tomado dos taxis. El primer conductor dejó a Carla en una calle de Cusco, donde las personas toman taxis compartidos que van al Valle Sagrado. El otro conductor dijo que Carla estaba en su taxi colectivo y que se bajó en la primera población del valle: Pisac.

Dejó Texas para buscar en los Andes peruanos

El padre de Carla había estado reemplazando las ventanas de una antigua casa en Comfort, Texas, cuando se enteró de que su hija había desaparecido, tres días después de que hubiera sido vista por última vez. Reservó un vuelo a Perú y condujo 65 kilómetros hasta el aeropuerto de San Antonio para tomar un vuelo de ocho horas a Lima. Desde allí, voló más de una hora a Cusco, y una escolta policial lo trasladó durante 40 minutos a Pisac por las sinuosas carreteras montañosas del Valle Sagrado.

Cuando llegó a Pisac, aprendió rápidamente que los locales no confían en la policía. Pasó días conociendo a los residentes de la ciudad y a quienes suelen vender artesanías en la plaza principal y fuera de la entrada del parque. Fueron y siguen siendo cordiales, pero no está seguro de si alguna vez confiarán en él.

“Realmente ha sido una pesadilla desde el principio, una pesadilla total”, cuenta.

Caminó por las estrechas calles empedradas del pueblo colonial en busca de cámaras de vigilancia, pero solo encontró un puñado. Para más exasperación, la mayoría de esas cámaras borran sus imágenes cada cinco días aproximadamente.

Más de una semana le había llevado a la policía rastrear la información sobre los taxistas que la habían llevado en el viaje a Pisac.

¿Qué le pasó a Carla?

Una cámara en las afueras de una farmacia en Pisac captó la última imagen conocida de Carla. La muestra caminando rápidamente con su mochila verde y su bastón plateado plegable durante 14 segundos, aproximadamente una hora después de que ella abandonara la posada.

Se dirigía al Parque Arqueológico de Pisac, un sitio histórico montañoso de 9.063 hectáreas, conocido por sus ruinas incas, sus túneles y sus enormes terrazas agrícolas.

En un video de vigilancia de una farmacia en Pisac se puede ver a Carla. Es la última imagen que se conoce de ella.

Cuando el padre de Carla caminaba por la plaza principal del pueblo preguntando por su hija, una mujer que vendía ropa tradicional y una empleada de la oficina de información turística local dijeron que Carla les había preguntado cómo llegar al parque.

Un empleado del parque le dijo luego a la policía que vio a Carla caminando hacia la entrada, pero la persona que tomaba los boletos no lo pudo confirmar.

Durante meses, la policía exploró la teoría de que algo le había sucedido a Carla en el parque y que alguien había escondido su cuerpo, o que los animales salvajes lo habían devorado.

Hicieron volar drones sobre el parque, enviaron perros socorristas y equipos de rescate, pero no hallaron nada, dijo el coronel de la Policía Nacional de Perú, Carlos Manuel Valer Cruces, el hombre que lidera la investigación sobre la desaparición de Carla.

Un equipo de detectives de la policía peruana que maneja los casos de personas desaparecidas y homicidio trabaja para encontrar a Carla, junto con un fiscal especial.

La policía cree ahora que Carla nunca llegó al parque. Piensan que alguien se la llevó o la atrajo a uno de los muchos sitios de rituales en la región donde los turistas prueban una poción intensamente alucinógena, y a veces mortal, conocida como ayahuasca.

La familia de Carla niega que ella hubiera querido consumir drogas. Creen que Carla fue agredida sexualmente, secuestrada o que fue víctima de tráfico de seres humanos o de órganos.

“No tengo duda alguna en mi mente de que mi hermana fue víctima de un crimen”, dijo su hermano.

Buscar a su hermana se volvió su segundo trabajo

Carlos Jr. y Carla, nacidos con 11 meses de diferencia, tenían los mismos amigos a medida que crecieron, fueron a las mismas escuelas en Texas y pasaron horas sobre flotadores en el río Guadalupe, hablando sobre su futuro.

Mientras su padre viajaba a Perú para buscar a su hermana, Carlos estudió los mapas de la región del Cusco y contestó docenas de llamadas telefónicas de personas que informaron haber visto a su hermana.

“Uno no duerme, no come, no se baña. Uno solo trabaja constantemente”, dijo Carlos Jr., de 34 años.

Carlos Jr. sostiene un folleto en el que se ofrece una recompensa en el callejón de Brooklyn donde vio a su hermana desaparecida en persona por última vez.

No puede dejar indefinidamente a su esposa y a su hijo de un mes, o su trabajo en un estudio de diseño,, pero ha viajado a Perú desde su casa en Brooklyn, Nueva York, al menos tres veces, quedándose semanas para ayudar a su padre.

“Uno nunca siente que es suficiente”, dijo Carlos Jr.

“Te hace sentir mal por dentro. No puedes llorar, no puedes llorar, no puedes… “, sollozaba. “No puedes estar ahí para tu hijo, para tu esposa, porque tienes que hacer el trabajo de la policía”.

No es la única que falta

A un océano de distancia de la familia Valpeoz, una mujer se enteró de la desaparición de Carla y estalló en lágrimas.

Alexandra Ayala León, quien vive en Sevilla, España, nunca había sabido de Carla ni de nadie que la conociera. Pero su propia hija se esfumó en la misma región de Perú, casi un año antes.

Dos hombres fueron arrestados unas pocas semanas después de la desaparición de Nathaly Salazar Ayala, de 28 años. Afirmaron que había muerto en un accidente de tirolesa y que tiraron su cuerpo en un río, aunque su cuerpo nunca ha sido localizado.

Ayala León se sintió impotente sabiendo que otra familia estaba viviendo la misma pesadilla.

“No quisiera que sufrieran el mismo dolor. Desafortunadamente, están pasando por las mismas (situaciones) que experimentamos”, dijo Ayala León, de 49 años.

En largas conversaciones telefónicas con la familia Valpeoz, Ayala León los ha guiado mientras navegan a través de la burocracia, atienden las llamadas de los chamanes que buscan aprovecharse de ellos y buscan expertos que ayuden en la búsqueda de Carla.

Ella y Alisa Clamen de Canadá, cuyo hijo de 22 años, Jesse Galganov, desapareció cuando viajaba de mochilero en las montañas peruanas en 2017, se han convertido en una segunda familia para el hermano de Carla.

“El dolor es el mismo, son diferentes circunstancias, pero el dolor sigue ahí”, dijo Carlos Jr. “Nunca podría pagarles la cantidad de amor, apoyo e información que me han brindado”.

Su familia se siente abandonada

Carlos Jr. ha pasado incontables horas pidiéndole a los políticos de Estados Unidos y al Departamento de Estado que se involucren más en la búsqueda de su hermana.

“Muchas veces es muy, muy difícil conseguir a alguien al otro lado de la línea”, dijo Carlos Jr. “A veces tengo que esperar días para que me devuelvan la llamada”.

“Mi familia siente que hemos sido abandonados”, dijo Carlos Jr.

Varios funcionarios de la Embajada de EE.UU. continúan diciéndole a la familia que no tienen jurisdicción en Perú para buscar a Carla.

Un portavoz del Departamento de Estado se negó a discutir el caso de Carla, citando consideraciones de privacidad, y dijo que la agencia estaba “al tanto de los informes de los medios de comunicación de una ciudadana estadounidense desaparecida en Cusco”. El portavoz también remitió todas las consultas sobre la investigación a las autoridades peruanas.

“Cuando un ciudadano de EE.UU. está perdido, trabajamos en estrecha colaboración con las autoridades locales en tanto trabajan en la búsqueda. El Departamento de Estado de EE.UU. y nuestras embajadas y consulados en el extranjero no tienen responsabilidad más grande que la protección de los ciudadanos de EE.UU. en el exterior”, informó el portavoz en un comunicado.

El padre de Carla camina cada dos días a la estación de policía en Cusco, tratando de asegurarse de que las autoridades peruanas estén buscando activamente a su hija. Ha compartido posibles avistamientos y otros datos que le dan los lugareños, pero no puede estar seguro de si los detectives harán algo con eso.

Valer Cruces, el hombre que dirige la investigación policial, dijo que las autoridades de EE.UU. no han ofrecido a la policía local ninguna ayuda específica.

Sus vidas cambiaron para siempre

Poco después de que Carla desapareciera, María se dio cuenta de que no podía quedarse en Detroit. Comenzó a notar que en todos los lugares a los que iba -el banco, el supermercado- la gente la reconocía y la miraba con tristeza. También imaginaba que veía a su hija en todas partes, en cada parada de autobús, caminando por las calles.

Unos días después de Navidad, empacó una pequeña maleta y viajó a Brooklyn.

Fotografías de la infancia de los hermanos Carla y Carlos Jr. Su madre lleva esas fotografías y un colgante con la imagen de la virgen María adonde quiera que va.

Durante meses, María se quedaba dormida en el sofá rosado del apartamento de su hijo, sosteniendo el suéter gris de su hija.

No puede encontrar a Carla ella sola, dijo, pero puede apoyar a su hijo y a su esposo mientras ellos la buscan. Pasa sus días haciendo purés para bebé y jugando con su nieto. Ha estado pagando los préstamos estudiantiles de Carla y otras facturas, y recientemente tuvo que pasar revista a las posesiones de Carla, sola, preparándose para vender su casa.

Ahora, espera por Carla en el pequeño apartamento de Brooklyn que su hijo alistó para ella. Cerca de su cama mantiene un portarretrato de bolsillo hecho de terciopelo con fotos de la infancia de sus hijos, junto a una imagen de la Virgen María.

Desde que Carla desapareció, Carlos Jr. ha celebrado el cumpleaños de su esposa, aprovecha cualquier oportunidad para jugar con su hijo y ha comenzado una nueva tradición con su madre: van a la cafetería de su vecindario a comer hamburguesas con queso una vez a la semana.

“Realmente estoy tratando de llenar mi vida con cosas qué hacer con mi familia”, dijo Carlos Jr. “Pero al final, siempre estoy pensando en Carla, la investigación, mi papá, mi mamá. No puedo escapar”.

A miles de kilómetros de allí, Carlos Sr. se despierta cada día antes del amanecer, listo para seguir buscando a Carla. No le importa usar los mismos cambios de ropa durante semanas, la repulsiva altitud o el sol brutal. Estará allí, lejos de casa y solo, si alguien rompe el silencio y llama a la policía, si se encuentran los restos de su hija o si sus oraciones encuentran respuesta y puede abrazar a su hija una vez más.

“Necesito recuperar a mi hija”, dijo Valpeoz. “Necesito encontrarla de alguna manera”.

Editado por Braden Goyette, de CNN; fotografías por Desiree Ríos para CNN.