Nota del editor: Octavio Pescador es profesor de la Universidad de California en Los Ángeles. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas del autor.
(CNN Español) – Quienes más han sufrido en la cruenta guerra civil de Siria son los niños. La guerra les ha arrancado la infancia. Miles de ellos han sido separados de su familia y miles han perdido la vida. Mahjul denominan a los que no pueden ser identificados.
En el 2018 se registró el mayor número de muertes de menores desde que comenzó el conflicto. Más de un millar murieron en el fuego cruzado, incluso en cientos de instalaciones médicas o educativas que han sido atacadas por los grupos que se disputan el control territorial del norte de Siria.
Las naciones aledañas a Siria albergan a más de dos millones y medio de niños. Muchos de ellos viven en condiciones precarias, sin posibilidades de asistir a la escuela dada la falta de fuentes de ingreso de sus familias, lo que les expone a la explotación laboral y de otra índole. Los niños más vulnerables son aquellos que han sido separados de su familia. El campamento Al Hol, en el noreste sirio, alberga a mas de 65.000 familiares de miembros del Estado Islámico (EI) y en él habitan al menos un par de centenares de huérfanos. En lo que va del 2019, alrededor de 60 han muerto en camino al campamento que ahora aparentemente dejará de estar custodiado por la fuerzas kurdas-estadounidenses y quedará bajo control ruso-sirio.
Nadie quiere a los huérfanos del califato, los hijos procreados por los soldados foráneos del autodenominado Estado Islámico. De ellos no quieren saber nada los países de origen de sus padres en África, Asia y Europa principalmente. En hospitales en el noreste sirio se atienden a los infantes, cuyos padres murieron o están detenidos, muchos de ellos padecen desnutrición, hipotermia y problemas respiratorios.
Las voluntarias kurdas y de otras naciones que cuidan a esos pequeños entienden que no es posible atribuir responsabilidad alguna a los infantes por la conducta de sus padres. Perspectiva que no se comparte universalmente, sobre todo cuando los niños dejan de serlo y ya sea por adoctrinamiento, coerción o necesidad se convierten en soldados, mártires o, como en Latinoamérica, sicarios.
Unicef ha exhortado a todas las partes en conflicto en el mundo a que ofrezcan asistencia médica y humanitaria a todos los niños independientemente de su origen. Es un llamado que cae en oídos sordos, paradójicamente al conmemorar el trigésimo aniversario de la Convención sobre los Derechos del Niño de las Naciones Unidas (Cdnnu) ratificado por la mayoría (196) de las naciones del orbe salvo Estados Unidos y algunas otras.
En un mundo de guerra asimétrica, permanente, robotizada, donde los civiles se utilizan como escudo, es muy clara la fragilidad de argumentar apego a la noción de guerra justa. ¿Quién define al enemigo qué es legítimo o legal eliminar para proteger a los inocentes y defender la justicia? Y no es que las guerras sin drones y mártires eran justas, pero hoy en día está claro que los parámetros de la acción bélica justa, o jus ad bellum, son mucho más difíciles de definir y cumplir.
Desde 1978 el mundo se comprometió a garantizar derechos especiales a niños y mujeres de la población civil durante conflictos bélicos: no serán blancos de las partes en guerra y no se les perseguirá, torturará, vejará, encarcelará, expulsará de su hogar, negará atención médica, alimento, albergue y se respetarán sus derechos humanos. Pero el mundo ha fallado en proteger a los niños. Por un lado, millones de ellos, que viven en zonas en conflicto, son sujetos de violaciones a sus derechos por parte de combatientes; y, por el otro, el liderazgo global no ha llamado a cuentas a los responsables de sus calamidades. ¿Cuántas veces hemos visto imágenes desgarradoras y cuántas veces hemos visto a los responsables responder ante los tribunales? En algunos casos, las muertes de menores se dan en el campo de batalla al ser reclutados y/o forzados a servir como soldados. En otros, son víctimas como daño colateral. Y, en ocasiones, son el blanco de ataques premeditados, alevosos como hemos visto con tristeza desde Afganistán hasta Yemen.
Los padecimientos de los inocentes sin nombre nos atañen a todos. Ya sea en casa o al otro lado del mundo, los niños (sean de quien sean) tienen derechos inalienables como parte de la especie —enmarcados en la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948— y derechos especiales como se establece en la Cdnnu. Y esos derechos incluyen a los niños que no tienen familia o han sido separados de sus familias.
La observancia y promoción de los derechos de los niños distingue a las naciones civilizadas. El compromiso de un Estado con la infancia nos dice mucho de sus líderes y la sociedad que lo integra. Cuando un gobierno atenta contra la niñez, suya o ajena, se denigra, e invariablemente la población reacciona denunciando la injusticia y la falta de humanidad.