(CNN Español) – De lejos y atracado en el puerto de Getxo, en la costa vizcaína, el Juan Sebastián de Elcano resulta apenas una sombra de lo que realmente es.
Desnudo, sin el velamen, sin apenas poder apreciar su casco escondido tras el muelle, solo la enorme bandera española en su popa testifica su orgullo.
Y lo cierto es que este bergantín goleta, botado en Cádiz en 1927, es el más veterano de la Armada Española, una de las marinas más antiguas y durante los siglos XVI y XVII la armada más poderosa del mundo.
Cuando llegó a Getxo, el buque atracaba en su antepenúltimo puerto antes de regresar a su base de Cádiz, en el sur de España, para completar 91 cruceros de instrucción. Este último había partido el 13 de enero desde esa ciudad gaditana. 250 personas a bordo, entre oficiales, suboficiales, cabos y marineros que en los primeros seis meses de este 2019 ya habían navegado más de 19.000 millas náuticas, es decir, más de 35.000 kilómetros.
Durante este periplo han visitado 14 puertos en 8 países diferentes, como el de San Juan, de Puerto Rico; Cartagena de Indias, en Colombia; Veracruz, en México; Boston, en EE.UU.; Lisboa, Portugal, y Kiel, en Alemania.
Un día antes de mi visita, el barco había atracado en Guetaria, donde la acogida fue espectacular, y es que allí, apenas a unos 89 kilómetros de Getxo, en la costa cantábrica, es donde nació el marino que da nombre al buque escuela y el hombre que junto con Magallanes dio la vuelta al mundo en 1522.
Ya a bordo, me recibe primero Ignacio Grueiro, alférez de navío que se encarga de las relaciones públicas de la embarcación. Es un hombre afable, simpático, que me va presentando al barco y a sus protagonistas, el capitán Ignacio Paz, la cabo primera de máquinas Tatiana Conesa, y el guardiamarina Manuel Cervera, aunque como me dirá el capitán más tarde, aquí todos son iguales.
En la cubierta del barco se están preparando unas mesas con un aperitivo para las autoridades locales. En cada crucero por el mundo, el bergantín navega un 75% del tiempo, y el resto recala en puertos y actúa como una especie de embajada del país, aunque en esta ocasión está en casa. Más tarde, estas autoridades locales llegan en sus coches al puerto aunque tienen que caminar el tramo final al muelle donde está atracado el buque. Al lado de la pasarela de acceso a la nave, dos vehículos de la Guardia Civil y la Policía Autonómica Vasca vigilan y, en el agua, una patrulla de Aduanas ronda el bergantín.
La pasión por el mar
Grueiro me cuenta: “Mi afición a la mar me viene desde pequeño, soy de una ciudad marinera, de El Ferrol, y además mi vida siempre ha estado vinculada al mar”. Su padre sirvió en la Marina española, su hermano y cuñado son también militares. A este hombre le gusta navegar, la vela, el surf, y asegura que no podría vivir sin el mar.
Ese mar que les lleva a lejanos rincones del mundo, pero que también podría llevarles a pique. El capitán de la nave, Ignacio Paz, dice que “la mar no deja de ser un medio marino, adverso y, en ocasiones, puede ser hostil. No hay que perderle nunca el respeto”. El aliado que nunca tuvieron los marinos que acompañaron al capitán Elcano son las previsiones meteorológicas. “Podemos saber cuándo viene la mala mar, y por lo tanto podemos alistar el barco convenientemente para capear el temporal”, dice Paz, quien asegura que “el mejor temporal es el que se evita”. Y en este último viaje tuvieron varias jornadas de mala mar. Cuando eso ocurre, en cubierta sólo está el personal indispensable, de hecho el capitán recita un refrán que explica esa precaución a lo largo de los años, “Velas de capa, marinero a la hamaca, lo que quiere decir que cuando el temporal es duro, donde mejor se está es en el interior del barco”.
Pero a pesar del riesgo de un mar caprichoso, los tripulantes del barco aseguran amar el mar.
Lo dice la cabo Tatiana Conesa, de 36 años. Su padre también sirve en la Armada, y siempre les inculcó el mar, “no puedo separarme del mar”, dice, y agrega que “lo necesité desde pequeña, me encanta su bravura, su tranquilidad, sus amaneceres, ese olor que tiene, necesito tener el mar al lado”.
Y lo tiene al lado, muchas horas, días, meses, exactamente 6 meses, que es lo que dura cada crucero, desde que sale del puerto de Cádiz hasta que regresa al mismo puerto. Cada crucero tiene rutas diferentes, algunas dan la vuelta al mundo. Durante ese tiempo, el barco se convierte en una escuela naval de instrucción para los guardiamarinas, se les instruye en una formación no sólo marinera, también militar, técnica y física.
Un curso en altamar
En España, la carrera de un oficial de la Armada tiene una duración de cinco años, y algunos marineros pueden tener la suerte de hacer el tercer año de la carrera a bordo del Juan Sebastián de Elcano. Aquí se curten los guardiamarinas con la navegación tradicional, que depende menos de la tecnología y más de aparatos de medición clásicos que usaban los viejos marineros. Son clases de navegación a vela, astronomía, meteorología y por supuesto disciplina y conocimientos militares, como la táctica anfibia.
“Hemos recorrido el mundo visitando infinidad de países y conociendo a gente interesante”, me dice el guardiamarina Manuel Cervera. “Nosotros somos guardiamarinas de primero, y somos alumnos de tercer curso de la Escuela Naval Militar. Allí estudiamos cinco años, un título de grado de Ingeniería Mecánica, impartido por la Universidad de Vigo, en Galicia, aparte de toda la instrucción militar que nos la imparten los profesores de la escuela”.
“La función de los guardiamarinas a bordo es ocupar los puestos que en el futuro ocuparemos en las unidades de la flota española, estos puestos son oficial de guardia de máquinas, oficial de guardia en puente u oficial de guardia de meteorología”
En este crucero se enrolaron unos 70 guardiamarinas españoles, que durante 6 meses recorrieron unas 15.500 millas náuticas (unos 28.700 km), visitando 14 puertos de 8 países.
El buque insignia de la Armada Española
Este bergantín de cuatro mástiles de hierro y casco de acero fue construido en los astilleros Echevarrieta y Larrinaga, en Cádiz entre 1925 y 1927.
El buque, que iba a llamarse Minerva, fue bautizado finalmente como Juan Sebastián de Elcano, el capitán vasco que logró la primera vuelta al mundo, hace ya 500 años.
El barco, botado finalmente el 5 de marzo de 1927, costó entonces unas 7.569.794 pesetas, cuyo cambio en dólares de la época supuso algo más de US$ 1.211.167, lo que al cambio actual equivaldría a casi 18 millones de dólares.
La primera vuelta al mundo del nuevo navío se inició en agosto de 1928 y recorrió varios puertos, entre ellos, Montevideo, Buenos Aires, Ciudad del Cabo, Sydney, San Francisco, La Habana y Nueva York.
Desde 1933 en el alcázar de la goleta, hay una placa con la inscripción en latín: “Tu Primus Circundedisti Me”, o “Fuiste el primero en circunnavegarme”. Esta frase está tomada del lema y escudo que el rey Carlos I le otorgó a la familia del capitán Elcano tras la expedición que dio la vuelta al mundo de hace medio milenio.
Durante la Guerra Civil española, el buque permaneció amarrado en Cádiz, sin apenas navegar y durante la Segunda Guerra Mundial, el gobierno del dictador Francisco Franco pintó en su casco la bandera nacional para evitar que el bergantín fuera atacado por los países en guerra. Supuestamente España era neutral aunque Franco mantuvo estrechas relaciones con el régimen nazi. El buque también estuvo sin navegar en 1956 y 1978 por diversas reparaciones, de hecho en sus más de 90 años de historia, el buque ha experimentado varias reformas, y la mayoría de las cinco más extensas ocurrieron en la década del 2.000.
El bergantín, según la información de la Armada Española, ha viajado por todos los mares, recalando en más de 70 países diferentes. Ha logrado cruzar el Atlántico solo con sus velas hasta en siete ocasiones, con una velocidad máxima de hasta 17 nudos, unos 30 kilómetros por hora.
El capitán
El capitán del Juan Sebastián de Elcano durante los últimos cruceros, Ignacio Paz, es un hombre delgado, rápido, en sus movimientos y en sus respuestas. Se mueve ágil por la cubierta y durante la entrevista, hagas la pregunta que hagas, te responde de una manera veloz, clara, concisa y breve, como si diera una orden que hay que entender rápidamente.
Nacido en 1966 en el puerto gallego de El Ferrol, en Galicia, estudió en la conocida Escuela Naval Militar de Marín, y desde su graduación, ha estado navegando más de 15 años en diferentes embarcaciones no solo españolas, también de la Organización del Atlántico Norte, la OTAN.
Ha sido oficial de operaciones de la Agrupación OTAN de fragatas y ayudante de campo de los reyes Juan Carlos I y Felipe VI.
A diferencia de muchos oficiales, su familia no procede de una estirpe marinera salvo su padre, quien fue el primero que se alistó en la Armada, y “nosotros lo hemos vivido desde pequeño, yo con 16 años sentí esa llamada para la Armada y tuve la suerte de opositar e ingresar”.
Cuando navega en los cruceros de instrucción por ultramar, su trabajo es también el de una especie de embajador de España, “apoyar la acción del Estado en el exterior, conocer esos países, esas culturas, estrechar lazos de unión y, por supuesto, ser punto de encuentro de los españoles allí residentes”.
Este tipo de contactos se hacen muchas veces a bordo de la nave, sin duda un marco espectacular, en recepciones para autoridades locales del país que visitan y también de la comunidad española inmigrante. “Recibimos a los españoles residentes, para que recuperen las sensaciones de España, algunos llevan muchos años fuera de nuestro país, ofrecemos una recepción para ellos dedicada y también ofertamos la jura de bandera, que es lo más castrense y lo más entrañable que podemos ofrecer a bordo del Juan Sebastián Elcano”, dice.
Asegura que el barco tiene distintos rincones que le gustan, como el puente de gobierno, donde “se pasan muchas horas navegando y en cualquier lugar que tengas contacto con el equipo, con la dotación, sea en máquinas, o en maniobra”, pero admite que donde pasa más tiempo es en su camarote con la computadora, “esclavizado a los correos, a los mensajes, al trabajo administrativo más burocrático”.
La majestuosidad del barco asombra a gente de tierra, pero también a gente de mar, el capitán recuerda que “entrando el año pasado en Buenos Aires, en Puerto Madero, un puerto bastante complicado de entrar, íbamos con un práctico argentino en una maniobra complicada, y en el momento crítico del atraque miro a la derecha y me encuentro con el práctico grabando con un móvil y me dice: ‘Comandante es que nunca he estado en un barco tan bonito y lo estoy grabando para mis hijos’. Y yo le pedí que grabara más tarde que primero se dedicara a la maniobra del barco”. El capitán pasó el relevo de la nave cuando llego a Cádiz este verano, y ahora será comandada por el capitán de fragata Santiago de Colsa.
500 años de la vuelta al mundo
«Mas sabrá su Alta Majestad lo que en más avemos de estimar y temer es que hemos descubierto e redondeado toda la redondeza del mundo, yendo por el occidente e veniendo por el oriente”, esto es lo que Juan Sebastián Elcano escribió al monarca español tras lograr dar la vuelta al mundo.
El Sebastián Elcano, que lleva su nombre, es uno de los barcos que participa en los actos organizados por el Gobierno de España en el V Centenario de la primera vuelta al mundo, de hecho tiene previsto realizar su undécima vuelta al mundo entre 2020 y 2021.
Hace 500 años, cinco naves con 239 hombres partieron desde Sevilla en busca de una nueva ruta de las especias, las famosas islas Molucas, situadas al sur de Filipinas y al oeste de Papúa. La expedición estaba comandada por el navegante portugués Fernando de Magallanes y financiada en parte por el rey español Carlos I. El objetivo de la misma no era dar la vuelta al mundo, sino llegar a las llamadas islas de las especias, las llamadas islas Molucas, para poder comerciar con este producto tan apreciado en la Europa del siglo XVI, especias como el clavo, la nuez moscada y la canela.
En aquel viaje, las cinco naves se enfrentaron a un sinfín de peligros: tormentas y ventiscas, temperaturas extremas, mucho frío cuando cruzaron lo que hoy es el estrecho de Magallanes, ataques de nativos y motines pero, sobre todo, lo que más sufrieron fue hambre y sed. El escorbuto era rampante, provocado por la falta de vitamina C ante la ausencia de frutas y hortalizas provocaba hinchazón y sangrado de las encías, dolores musculares, hemorragias y debilitamiento. Durante la travesía, ya en Asia, Magallanes murió durante un enfrentamiento con indígenas. Y no fue el único que perdió la vida en esta expedición. Se estima que al menos 142 tripulantes murieron, el resto, o desertaron antes, regresando a España, o se quedaron en algunas de las tierras visitadas.
El 6 de septiembre de 1522 la nao Victoria regresaba con tan solo 18 hombres al puerto de Sanlúcar de Barrameda, en Cádiz, entre ellos, el capitán Juan Sebastián de Elcano.