Nota del editor: Jill Filipovic es una periodista que vive en Nueva York y autora del libro “The H-Spot: The Feminist Pursuit of Happiness”. Síguela en Twitter. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas de la autora.
(CNN) – A medida que surgen nuevos casos de coronavirus en EE.UU. (con un varias muertes ya registradas en el estado de Washington), y en medio de una respuesta federal en gran medida inepta, muchas organizaciones se enfrentan a una pregunta: ¿podemos todavía reunirnos?
Los líderes de la conferencia de la Asociación de Escritores y Programas de Escritura, que se propuso llevar a más de 10.000 personas a San Antonio la semana pasada, decidieron mantener el evento, hecho que provocó la renuncia de la codirectora de dicho organismo, Diane Zinna, a manera de protesta. El evento South by Southwest (SXSW) comienza en 10 días, pero ya algunas grandes empresas se han retirado.
Los organizadores han dicho que el festival continuará –un mensaje que reiteraron los funcionarios de salud pública en Austin– pero otro brote del virus podría cambiarlo todo rápidamente.
Google canceló su mayor evento anual. Más de una docena de otras compañías han cancelado, pospuesto o planeado reuniones solo en línea.
En medio de un brote global, estas cancelaciones, aplazamientos y cambios de sede parecen medidas responsables. Las empresas, organizaciones, organizadores de eventos y asistentes tienen que tomar decisiones difíciles en las próximas semanas y meses, ya que están encargados de equilibrar la importancia de la conexión en persona con la emergencia de una posible pandemia.
Cuando el gobierno federal está fallando tan espectacularmente en cultivar la confianza de que podrá manejar esta crisis creciente de manera adecuada, la responsabilidad recae en los ciudadanos y sectores privados para protegernos a nosotros mismos y a los demás.
Pero confiar en las empresas y los ciudadanos para detener una epidemia es una perspectiva aterradora.
Sin embargo, hay mucho que perder al eliminar las oportunidades de interacción en persona. Tan mágico y cambiante como es internet, no hay un verdadero sustituto para conectarse con otros seres humanos personalmente. Los seres humanos somos animales y, como cualquier animal, gran parte de nuestra comunicación es sutil: no solo través de las palabras que salen de nuestras bocas (o de nuestros dedos para escribir), sino también en nuestras expresiones faciales, el lenguaje corporal y las señales sutiles que enviamos y recibimos.
Cuando interactuamos en persona, tendemos a reflejarnos mutuamente, nuevamente conectando de una manera sutil que no se puede reproducir en línea y alimentar de emociones positivas. El contacto físico, como el de un apretón de manos o un abrazo, crea confianza y calidez.
Pero como sabemos, el contacto físico también puede propagar el coronavirus.
En una emergencia de salud pública como esta, es crucial no entrar en pánico. Frente a un tipo diferente de epidemia de soledad y aislamiento, debemos ser reflexivos sobre dónde y por qué promovemos el aislamiento físico y las interacciones en línea por encima de la interacción personal.
La reclusión tiene un costo, y la tecnología no niega nuestra necesidad humana fundamental de conectarnos como los seres humanos se han relacionado durante toda nuestra existencia: en persona.
Pero tener conversaciones razonadas sobre el valor de la conexión en persona no requiere siempre estar físicamente frente al otro. En este momento, enfrentamos una crisis de liderazgo en medio de una seria amenaza a la salud pública.
Tenemos un presidente que parece más preocupado por su imagen que por el bienestar del público, quien “desmanteló sistemáticamente” los programas gubernamentales y los mecanismos de preparación que habrían podido manejar este brote, y que no parece entender qué es un ensayo clínico o la diferencia entre un tratamiento y una vacuna, y mucho menos, parece capaz de atravesar intelectualmente el complejo panorama sobre qué hacer exactamente.
Es un momento aterrador darse cuenta de que algunas de las personas a cargo de mantenernos a salvo están falladno en su trabajo. Y que ahora depende de nosotros –y de nuestros jefes corporativos– tomar decisiones responsables.
Cuando hay tanto que aún desconocemos, y tantas maneras en las que hemos y podríamos fallar, es prudente ser conservadores en nuestras elecciones. Esto significa, sí, evitar grandes reuniones, especialmente las que tienen personas de todo el país que vuelan, interactúan y luego regresan a casa. Esa es la receta para la propagación de una enfermedad grave y hasta ahora mal controlada.
Y mientras observamos cómo el gobierno federal nos está fallando actualmente y cómo dependemos del poder de decisión de los líderes corporativos interesados, vale la pena detenerse y pensar en los riesgos de salud que enfrentan –y, a su vez, los riesgos que representarán– muchos trabajadores estadounidenses cuyos empleos no implican viajes en avión y conferencias, pero que aún tienen que llegar a trabajar.
Los trabajadores del almacén que envían tus paquetes de Amazon. Los empleados del centro de llamadas que responden tus preguntas. Los trabajadores del servicio de comida que hacen tus ensaladas y hamburguesas. El conductor de Uber que te lleva a casa después de una cita. Las personas de entrega que traen productos directamente a tu puerta (y a las puertas de muchas otras personas).
Si estas personas se enferman, ¿pueden no asistir a su trabajo para recuperarse y así no transmitir la enfermedad a otros? Con demasiada frecuencia, la respuesta es no: desistir de trabajar significa perder salarios, lo que implica que el alquiler no se paga, la comida y los útiles escolares no se puede comprar, facturas que quedan sin cancelar. Ir al médico puede significar acumular una deuda impagable.
Esa es otra área donde necesitamos una acción federal concertada, consistente y decisiva. Incluso dejando de lado la preocupación del tratamiento humano básico de los demás en una sociedad próspera, es un riesgo para la salud pública obligar a los trabajadores a elegir entre protegerse a sí mismos y a los demás al quedarse en casa cuando están enfermos y poder alimentar a sus familias.
¿La amenaza de salud pública más importante que enfrentamos? No es estrechar la mano. No son las conferencias. Ni siquiera es este presidente. Es nuestra falta de licencia por enfermedad pagada combinada con un sistema de salud que hace que la búsqueda de tratamiento sea potencialmente devastadora para muchos estadounidenses.
Si le temes al coronavirus, sí, cancela la conferencia. Pero las enfermedades potencialmente pandémicas solo amenazan con empeorar. La forma en que las tratamos es fundamentalmente una cuestión política, y está en la boleta electoral de noviembre.