Nota del Editor: David A. Andelman, director ejecutivo de The RedLines Project, es colaborador de CNN donde sus columnas recibieron el premio del Deadline Club al Mejor escritor de opinión. Es autor de “A Shattered Peace: Versailles 1919 and the Price We Pay Today” y de “A Line in the Sand: Diplomacy, Strategy and a History of Wars That Almost Happened”, que será publicada próximamente. Se desempeñó como corresponsal extranjero para el New York Times y CBS News en Europa y Asia. Síguelo en Twitter @DavidAndelman. Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor.
Paris (CNN) – Cuando la directora de la escuela privada de mi nieto se enteró de que un alumno de 6 años había vuelto a su casa de sus vacaciones de invierno vía el aeropuerto de Venecia, le ordenó al niño que se quedara en casa por dos semanas.
Actuó según las órdenes del ministro de Educación de Francia, aunque el niño no tenía síntomas de enfermedad y no había estado en una zona afectada por el coronavirus. El brote en el norte de Italia espantó a todo el gobierno de Francia.
El temor al coronavirus le ha dado escalofríos –y algo peor– a toda Europa. La inmensa Plaza de San Marcos en Venecia está prácticamente vacía, al igual que el metro de Milán. Uno de los grandes teatros de ópera del mundo, La Scala de Milán, apagó sus luces el lunes de la semana pasada, “como medida de precaución”.
Gran parte del norte de Italia, responsable del 30% de la economía italiana, está clausurada por emergencia.
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Desde el Gran Canal a la Torre Eiffel, los entonces omnipresentes grupos de turistas chinos de repente desaparecieron. Las imágenes de Italia son una presencia constante en la televisión europea y todos están conteniendo la respiración. Euro Disney, a unos 40 kilómetros del centro de París, sigue abierto, aunque la fecha de venta del nuevo prendedor souvenir “Onward”, originalmente el 29 de febrero, se pospuso indefinidamente. Los prendedores se hacen en China.
Pero el Louvre cerró y el gobierno de Francia ha pedido que se suspendan todos los encuentros de más de 5.000 personas, torpedeando la enorme feria del libro de París, del 20 al 23 de marzo.
“Muchas cancelaciones, grandes eventos cancelados aquí y allá también” me dijo Inès Vounatsos, gerente general del Hotel9Confidential ubicado en el moderno distrito Marais. “La gente comienza a alarmarse por aquí”.
La diferencia principal con EE.UU. es que ningún líder europeo toma a la ligera o niega el coronavirus y el funesto desafío para la salud pública. No hay nadie aquí como el presidente Donald Trump, que no parece poder decidir si el brote mundial es un problema trivial, que “como un milagro, desaparecerá”, según dijo el jueves, o algo que usan los demócratas para criticar su respuesta (“este es un nuevo engaño”, dijo en un acto de campaña el viernes).
El presidente Emmanuel Macron de Francia hizo una visita repentina al Hospital La Pitié Sâlpetrière, donde falleció el primer paciente francés de coronavirus el martes de la semana pasada. “Estamos enfrentando una crisis, está viniendo una epidemia”, dijo sombríamente Macron, acompañado por el Ministro de Salud Olivier Véran. “Sabemos que este es solo el comienzo.”
Esta fue la segunda de cuatro muertes en Francia. Mientras la causa de la primera (un turista chino de 80 años) parecía clara, la segunda no tenía vínculo conocido con la región de origen. Hasta el momento, según el Journal du Dimanche del domingo, se han registrado 100 casos en Francia, con 86 personas hospitalizaciones, nueve en condición crítica. Doce pacientes fueron dados de alta por haberse curado.
El coronavirus cambió algunas de las prácticas y costumbres de larga data. La temporada de los principales acontecimientos de la moda, de Milán a París y Londres, ahora está en flor. Este año, los besos al aire y el firme apretón de manos fueron reemplazados por un afable apretón de la parte superior del brazo, que evita cualquier contacto piel a piel. Varias grandes marcas, incluida la renombrada Agnès B, cancelaron por completo su programa en París.
En Milán, Giorgio Armani presentó su principal pasarela en una sala vacía, que sus invitados pudieron ver en internet. En un hermoso día soleado en París, las largas filas que suelen cruzar serpenteantes la plaza aguardando ingresar al Musée d’Orsay habían desaparecido.
El brote está alcanzando proporciones pandémicas sin una respuesta global coordinada. En la última gran pandemia de influenza de 1918 a 1919, se infectaron 500 millones de personas en todo el mundo y murieron 10 millones cuando la enfermedad se propagó con pocos esfuerzos cooperativos por contenerla. Hoy, en teoría, el mundo está mejor preparado. Pero como Anthony Fauci, el director del Instituto Nacional de Alergia y Enfermedades Infecciosas dijo alguna vez: “Es como una cadena, un enlace débil y se desarma todo”.
Tristemente, los líderes en cualquier esfuerzo que EE.UU. esté haciendo para controlar el coronavirus son el vicepresidente Mike Pence y el Secretario de Salud y Servicios Humanos Alex Azar, un excabildero farmacéutico.
Fauci, como muchos de sus homólogos europeos, sabe lo que está haciendo; al igual que el ministro de salud de Francia Véran, que es médico con un título de posgrado en gestión de salud.
Trump desmanteló todo el equipo de respuesta a una pandemia en la Casa Blanca hace más de un año, despidiendo al contralmirante Timothy Ziemer, a cargo de la seguridad de salud mundial del Consejo de Seguridad Nacional, y a Tom Bossart, el asesor de seguridad internacional que había llamado a una estrategia integral de biodefensa en caso de pandemia.
De hecho, Italia, la nación más golpeada en Europa hasta el momento, tiene sus propios problemas de burocracia conflictiva en la gestión de la crisis. El ministro de Salud, Roberto Speranza, estudiante de Historia Mediterránea, no tiene capacitación en salud, sino que es simplemente un miembro de izquierda de la coalición gobernante.
Al mismo tiempo que Donald Trump planeaba un acto de campaña el lunes por la noche en Carolina del Norte, el Palacio Eliseo anunciaba que el presidente Macron estaba cancelando todos sus viajes para “concentrarse en la gestión de la crisis”.
Puede ser difícil, sino imposible, reconstituir de la noche a la mañana la extensa variedad de especialidades o establecer un plan al nivel de los que se implementan ahora en algunos lugares de Europa, especialmente en Francia. Pero como mínimo, conseguir a un verdadero especialista y un equipo al que se le permita trabajar como necesita desde el núcleo de este esfuerzo, sería un muy buen comienzo.
Traducción de Mariana Campos.