Nota del editor: La doctora Tsion Firew es especialista en medicina de emergencia con sede en Nueva York. Es una ardiente defensora del avance de la medicina global de emergencia de alta calidad, asesora del Ministerio de Salud de Etiopía y miembro de su equipo de respuesta al covid-19. Las opiniones expresadas aquí son las suyas. Lea más opinión en CNNe.com/opinion
(CNN) – El fin de semana pasado estaba en CNN discutiendo la importancia de apoyar la salud mental y emocional de los profesionales médicos. Comparé esta pandemia con una bomba invisible que estalló en nuestros departamentos de emergencia.
Veinticuatro horas después supe de la muerte de mi colega, la doctora Lorna Breen. Un día después supe por los informes de los medios que ella se había suicidado. Fue un golpe doble, como si hubiera muerto dos veces.
Lorna había sobrevivido al covid-19 a principios de este mes. A medida que sus síntomas físicos mejoraron, el costo mental de la pandemia continuó empeorando. Y así pasé el martes, mi cumpleaños, llorando la pérdida devastadora más reciente de una colega, una amiga. Y mientras lloraba, reflexioné.
El mundo aclama a los profesionales médicos como héroes, y no me malinterpreten: el elogio público ha sido un cambio bienvenido. Nuestros trabajos eran desgarradores mucho antes de esta crisis y lo seguirán siendo mucho después de que volvamos a la normalidad. Estoy agradecida por el reconocimiento.
Pero la muerte prematura de Lorna es una prueba dolorosa de la batalla oculta que tantos médicos, enfermeras y trabajadores de primera línea están librando en este momento. Una batalla que las palabras de elogio, aunque sean bienvenidas, simplemente no pueden vencer.
La veo desplegarse frente a mí todos los días en el departamento de emergencias aquí en la ciudad de Nueva York. No es la primera vez que trabajo en circunstancias difíciles. Vi muchas tragedias trabajando como médica voluntaria en Iraq durante mis cuatro semanas en el frente de batalla con soldados iraquíes respaldados por Estados Unidos. Pero nunca imaginé un futuro en el que me preocuparía por tantos colegas incapaces de respirar, presumiblemente debido a la infección por coronavirus.
Tratamos a todos como si tuvieran el coronavirus, eso es lo que requiere la mitigación de riesgos. Traté al padre de un amigo en estado crítico y, encima de estar en una situación ya aterradora, debí comenzar las difíciles conversaciones de los cuidados sobre el final de la vida. Sobrevivió, pero las discusiones sobre si intervenir y hasta qué punto bajo tal presión dejan cicatrices.
No concebí aconsejar a una enfermera que conozco en mi departamento de trabajo ante su desesperación e impotencia después de infectar a su madre con el virus. Su madre también sobrevivió y dejó el hospital después de varios días de oxigenoterapia, pero el trauma de su culpa perdurará y tomará mucho, mucho más tiempo para sanar.
Nunca pensé que me infectaría yo misma. Para empeorar las cosas, no tuve acceso a las pruebas cuando me enfermé. Por fortuna, mis síntomas eran tales que podía convalecer en casa (escalofríos, dolores corporales que se convirtieron en un dolor de cabeza implacable y luego agotamiento) y volver al trabajo una semana después. Sin dificultad para respirar, sin respirador. Suerte.
No podía imaginar que vería a un número tan alarmante de adultos mayores y pacientes de hogares de ancianos morir a un ritmo que ninguno de nosotros había experimentado. Nunca pensé que a las familias de los pacientes se les prohibiría visitar a sus seres queridos moribundos; que les daría actualizaciones por teléfono y ofrecería videollamadas de último momento para despedirse. ¿Cómo se prepara uno para facilitar un adiós a través de FaceTime?
Estamos enfrentando la muerte a un ritmo tan acelerado que la expresión “sin precedentes” no es adecuada, no es suficiente. Esta situación no se parece a nada para lo que ninguno de nosotros haya podido prepararse.
Para hacer el trauma aún más profundo, a muchos trabajadores de la salud se les prometió equipo de protección personal que nunca llegó. El departamento de emergencias en el que trabajo ha estado muy bien abastecido, pero otros hospitales en la ciudad de Nueva York continúan experimentando escasez. Nos ponemos en riesgo a nosotros y a nuestros seres queridos cada vez que vamos a trabajar y dependemos de los elementos de protección personal para mantenernos a salvo, para reducir el riesgo de nuestras familias.
Alcanzamos límites físicos y mentales más allá de la imaginación. Al día siguiente, superamos esos límites. Y necesitamos ayuda.
En Iraq brindamos atención bajo niveles inmensos de estrés, a menudo con acceso limitado a recursos. Antes de nuestro despliegue, recibimos capacitación sobre qué esperar y cómo manejar la tensión mental y emocional de la atención médica en una zona de guerra.
Los médicos de las zonas de guerra regresan a casa con probabilidad de desarrollar trastorno de estrés postraumático (TEPT) y dolencias físicas relacionadas. Los riesgos a largo plazo son reales y están bien documentados. Tienen un riesgo mucho mayor de autolesiones y son más propensos al abuso de sustancias y la depresión.
Ahora, en medio de la pandemia de covid-19, los profesionales de la salud en todo el mundo enfrentan niveles extraordinarios de presión que no son tan diferentes a los de una zona de guerra. El trauma de esta crisis está creando una nueva generación de veteranos de guerra en casa, cada uno de los cuales está sirviendo a nuestro país y necesita nuestro apoyo. Pero con las capacidades actuales de nuestras instituciones y la estigmatización cultural de los problemas de salud mental y emocional nosotros, como país, no estamos preparados para apoyarlos.
La triste verdad es que Estados Unidos nunca ha brindado tratamiento adecuado para la salud mental y emocional, como el TEPT, a los valientes ciudadanos que anteponen al país a sus intereses personales. A medida que comenzamos a imaginar un Estados Unidos posterior al covid-19, debemos actuar mejor frente a todos nuestros veteranos, incluidos los cientos de miles de trabajadores de la salud que han sufrido el trauma de esta pandemia. Eso comienza desestigmatizando los problemas de salud mental y facilitando que los médicos, las enfermeras y otras personas busquen la ayuda que necesitan.
Al llorar la pérdida de Lorna y de tantos pacientes, reconozco cuán afortunada soy de haber sido entrenada para ejercer la medicina en contextos de conflicto, de haber recibido una guía que tantos otros no recibieron. Mantengo la cabeza baja, pero mis ojos están bien abiertos. Los profesionales médicos somos en verdad héroes, pero también somos humanos. Muchos de nosotros estamos sufriendo mucho más de lo que podemos expresar y la carga de este momento sobre nuestros hombros es demasiado pesada.
Preste atención a nuestro llamado. La primera línea de batalla de esta pandemia necesita recursos de salud mental y apoyo emocional para procesar la destrucción que no podemos evitar, que no podemos solucionar. La próxima ola se acerca. Necesitamos ayuda antes de que sea demasiado tarde para más de nosotros.