Nota del editor: Catherine Pearlman es una trabajadora social clínica, profesora asociada en la Universidad de Brandman y autora de Ignore It!: How Selectively Looking the Other Way Can Decrease Behavioral Problems and Increase Parenting Satisfaction. Las opiniones expresadas en este comentario son suyas. Ver más opiniones en CNNE.com/opinion
(CNN) – Salga a caminar, visite cualquier establecimiento abierto o espacio público y notará un fenómeno desconcertante: personas sin mascarillas.
Hay una pandemia. Decenas de miles de estadounidenses están muertos por causa de covid-19, una enfermedad que se propaga en gotas que son expulsadas por humanos infectados, incluso cuando hablan o tosen, y muestren síntomas o no.
Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de EE.UU. (CDC, por sus siglas en inglés) recomiendan que todos usen un paño que cubra la cara en público, especialmente cuando hay un alto grado de transmisión comunitaria (es decir, cuando se desconoce la fuente de infección). Vivo en California, donde casi 60.000 personas han sido infectadas. En todo el país 1,2 millones de estadounidenses han dado positivo por covid-19, han fallecido más de 73.000 personas y las proyecciones para el futuro (¿otro máximo de infecciones en el otoño boreal?) son realmente sombrías.
Mientras tanto, los hospitales y sus trabajadores se ven obligados a cuidar a los enfermos, y el personal médico trabaja semanas sin días libres para tratar a los afectados, arriesgando sus propias vidas y las de su familia. Y, sin embargo, muchas personas se niegan a tomar en serio las advertencias para protegerse a sí mismos y a los demás al usar una mascarilla en público.
Es difícil determinar cuántos de nosotros somos despistados y descuidados, ¿tal vez la mitad de los que salen? ¿Un tercio? ¿Alguna otra fracción? En todo caso es un número demasiado grande.
La falta de empatía es irritante. Necesitamos un cambio.
Necesitamos que nuestros líderes, todos ellos, den el mensaje alto y claro. Si está lejos del sistema cerrado de su hogar, el mensaje debería ser que use una mascarilla. Eso también significa que los empleadores exijan que los trabajadores de todo tipo se enmascaren. ¿Quieren que la propagación de la enfermedad disminuya? ¿Quieren que los negocios y la economía finalmente se recuperen o no?
Las mascarillas de cualquier tipo no son barreras perfectas para el contagio. Usar una no ofrece protección total y no debe considerarse como una forma segura e infalible de interactuar. Pero los expertos informan que usarla ayuda a protegerse de la transmisión de portadores asintomáticos. Y tenga en cuenta que los datos muestran, según Robert Redfield, director de los CDC designado por el presidente Donald Trump, que probablemente una de cada cuatro personas infectadas con covid-19 es asintomática y desconoce su infección.
Sea prudente, sea amable. Uno puede pensar que la respuesta del gobierno al virus es una reacción exagerada y aun así usar una mascarilla, solo por si acaso pudiera contagiar a alguien. Esa es la realidad.
Usar una mascarilla es engorroso. Da calor y es incómodo. Pero puede salvar vidas y aliviar la carga de aquellos médicos y enfermeras que enfrentan un dolor y sufrimiento indescriptibles en la primera línea de batalla.
Hacer sacrificios personales por el bien público no siempre ha sido una prioridad estadounidense. Somos una cultura individualista, y por naturaleza podemos encontrar más difícil empatizar con los demás cuando sentimos que están en juego nuestra propia libertad y nuestros derechos. Existe una resistencia a permitir que el gobierno o cualquier otra persona intervenga y exija, o incluso urja fuertemente, a los estadounidenses a que se cubran el rostro.
Pero seguramente todos podemos entender que a veces existen regulaciones para proteger a las personas de sí mismas o para evitar el sufrimiento de la comunidad. Exigimos a los conductores que usen cinturones de seguridad para proteger a los pasajeros y minimizar la posibilidad de lesiones graves (esas lesiones no solo afectan al conductor, sino también a los trabajadores de la sala de emergencias e incluso a los contribuyentes que financian subsidios por discapacidad y desempleo).
Las leyes requieren que se vacune a los niños, no solo por el bien del niño sino para mantener la inmunidad a nivel colectivo. No tenemos una vacuna contra el covid-19. Pero todos podemos ayudar hasta que la tengamos: sabemos acerca de las mascarillas.
A principios de la década de 1990, era pasante de trabajo social en la unidad de VIH/sida en el hospital Columbia Presbyterian en la ciudad de Nueva York. El sida seguía siendo una sentencia de muerte, y cada trabajador y visitante tomaba “precauciones universales” para evitar la transmisión del virus. La sabiduría predominante en ese momento y ahora indica que cuando es imposible evaluar si alguien puede estar infectado, hay que usar guantes y mascarillas. Nos protegíamos a nosotros mismos. Sí, usar guantes era incómodo. También lo era contraer el VIH.
¿Dónde están nuestras precauciones universales para el covid-19?
Usar una mascarilla en público es un acto de respeto por los demás humanos. Este es el tipo de empatía que trato de enseñarles a mis hijos. Nuestros niños observan a los adultos durante esta pandemia y aprenden muchas lecciones, intencionadas y no intencionadas.
Quiero que mis hijos comprendan que estar levemente incómodos para lograr un bien mayor no solo es correcto, es un imperativo moral. Es como nos las arreglamos para vivir juntos en relativa seguridad en nuestra sociedad.
Es obvio. Usa la maldita mascarilla.