Nota del editor: Pedro Brieger es un periodista y sociólogo argentino, autor de varios libros sobre temas internacionales y colaborador en publicaciones de diferentes países. Es profesor de Sociología en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Director de Nodal, un portal dedicado a las noticias de América Latina y el Caribe. Es columnista de TV en el canal argentino C5N, en el programa “En la frontera”, de Público TV (España) y en programas de las estaciones argentinas Radio 10, La Red, La Tribu y LT9-Santa Fe. A lo largo de su trayectoria, Brieger ha ganado importantes premios por su labor informativa en radio y televisión de Argentina. Su cuenta en Twitter es @PedroBriegerOk. Las opiniones expresadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor. Ver más artículos de opinión en CNNE.com/opinion.
(CNN Español) – Brasil celebró su Día de la Independencia este 7 de septiembre de una manera muy particular, aunque sabemos que hoy todo es particular o extraño porque el mundo atraviesa una pandemia.
Las imágenes que se transmitían eran absolutamente contradictorias, pero complementarias, y tal vez son las que marcarán nuestras vidas por bastante tiempo. A raíz de la extensión del coronavirus, el Gobierno brasileño suspendió el tradicional desfile militar en Brasilia para evitar aglomeraciones. Sin embargo, el presidente Jair Bolsonaro se hizo presente para una ceremonia y se paseó sin barbijo o mascarilla, el elemento que en casi todo el mundo se señala como básico para evitar el contagio. Por otra parte, mientras en la capital brasileña se suspendía el desfile, miles y miles de personas colmaron las numerosas playas de Brasil sin distanciamiento social ni uso de tapabocas. Control y límites, por un lado, descontrol sin límites por el otro.
Sabemos que no existen respuestas homogéneas o totalizadoras frente a la pandemia. No obstante, observando a la gente en las playas o en otros lugares públicos, pareciera que tienen puestas anteojeras, las que se usan para evitar que los caballos se distraigan o se espanten mirando a su derredor. Es conveniente en medio del enorme egoísmo de conseguir a como dé lugar la normalidad individual frente al bien colectivo.
Los mecanismos de negación de la realidad en algunas culturas suelen ser muy fuertes frente a la presencia de la muerte, alimentados –ahora– por quienes insisten en enumerar datos estadísticos para resaltar que otras enfermedades producen tantas o más muertes que el coronavirus.
Una pandemia no es solo un fenómeno médico, como ha quedado demostrado con tantas otras en la historia de la humanidad. Tal vez la diferencia con las anteriores radique en que el avance real de la ciencia en el siglo XXI lleve a pensar que no habrá un colapso y que pronto habrá una o más vacunas que nos permitirán volver a la normalidad. La negación lleva también a pensar que existen soluciones mágicas que harán desaparecer el “mal” que nos rodea, antes de que la “solución” esté disponible; léase, la vacuna. Y como hoy es imposible responder con certeza cuándo habrá una vacuna segura, efectiva y disponible, mucha gente prefiere ponerse las anteojeras.
Tal vez, después de meses de hablar de la pandemia, el coronavirus ya sea parte de una rutina cansadora porque se sabe que hay que mantener el distanciamiento social o usar un tapabocas, y que apenas un círculo íntimo se ve afectado por las muertes de seres queridos, aunque sean muchos.
¿Será que nos cansamos y se confunde el tapabocas con las anteojeras?