Nota del editor: Pedro Brieger es un periodista y sociólogo argentino, autor de varios libros sobre temas internacionales y colaborador en publicaciones de diferentes países. Es profesor de Sociología en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Es director de Nodal, un portal dedicado a las noticias de América Latina y el Caribe. Es columnista de TV en el canal argentino C5N, en el programa “En la frontera”, de Público TV (España) y en programas de las estaciones argentinas Radio 10, La Red, La Tribu y LT9-Santa Fe. A lo largo de su trayectoria, Brieger ha ganado importantes premios por su labor informativa en radio y televisión de Argentina. Su cuenta en Twitter es @PedroBriegerOk. Las opiniones expresadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor. Ver más artículos de opinión en CNNE.com/opinion.
(CNN Español) – El conflicto actual en la región de Nagorno Karabaj entre Armenia y Azerbaiyán es parte de un complejo entramado nacional, étnico, religioso y de enfrentamientos regionales que se prolonga desde el siglo pasado. En la historia más reciente, fruto de la desintegración de la Unión Soviética en 1991, cuando las repúblicas autónomas en el marco soviético se convirtieron en países independientes.
Desde el punto de vista de la cuestión nacional, tanto armenios como azeríes tienen un Estado que los identifica y donde la mayoría de la población es armenia y azerí respectivamente, en línea con los parámetros establecidos por las Naciones Unidas para un Estado independiente y soberano en el marco de la autodeterminación de los pueblos.
En su aspecto religioso hay que decir que la población armenia es cristiana, mientras que la azerí es musulmana. El problema aparece cuando se analiza la configuración territorial. En Armenia hay un pequeño enclave denominado Najicheván que pertenece a Azerbaiyán, mientras que en Azerbaiyán existe una región autónoma de mayoría armenia, conocida como Nagorno Karabaj.
El 30 de agosto de 1991 Azerbaiyán proclamó su independencia durante el proceso de desintegración de la Unión Soviética. Pero pocos días más tarde, la región de Nagorno Karabaj declaró su independencia de Azerbaiyán —rechazada por los azeríes— sin lograr el reconocimiento formal de las Naciones Unidas. Hoy en el mundo armenio se la conoce como la República de Artsaj.
A este panorama, de por sí complicado, hay que agregarle la histórica presencia de Turquía, Rusia e Irán.
Turquía, continuadora del imperio otomano, fue históricamente un nexo entre el comercio europeo y el asiático, pero también responsable directo del desplazamiento de millones de armenios. Rusia, a través del imperio zarista —primero— y de la Unión Soviética —después—, fue determinante para las diferentes formas de organización política y territorial que adoptaron armenios y azeríes. Por otra parte, Irán —gobernada por los chiitas— tiene vínculos estrechos con las exrepúblicas soviéticas de mayoría musulmana donde compite con Turquía, de mayoría suní. Y como si esto fuera poco, para agudizar la tensión entre ambos países, en la importante ciudad turística de Isfahán hay un museo dedicado al genocidio armenio, reconocido por unos 20 países (entre los cuales no están EE.UU., Israel ni el Reino Unido). Sin embargo, Turquía lo niega hasta el día de hoy por considerar que se trató de una guerra y que hubo muertos en ambos lados.
A nadie se le escapa que los territorios mencionados tienen un alto interés estratégico —y son conflictivos— para el paso de oleoductos y gasoductos cuyo origen está en el mar Caspio, fuente inagotable de petróleo y gas.
Los intereses contrapuestos en la región del Cáucaso ya han provocado numerosas guerras. Los tambores suenan nuevamente.