(CNN) – Para cualquier observador neutral, la situación era muy clara: Andrew Cuomo tenía que renunciar.
El gobernador de Nueva York se enfrentaba a 11 acusaciones de acoso sexual por parte de empleados estatales actuales y anteriores, verificadas por una investigación de la fiscal general del estado. Muchos de sus aliados -y altos cargos- leohabían abandonado. La asamblea del estado estaba avanzando hacia la apertura de una investigación de juicio político.
Sencillamente, no había camino a seguir para él, políticamente hablando. Y, sin embargo, el mundo político pareció retroceder conmocionado cuando Cuomo anunció justo después del mediodía del martes que, de hecho, renunciaba.
Andrew Cuomo, “tiburón político”
“Esto es realmente sorprendente”, tuiteó Laura Nahmias, ex miembro del consejo editorial del New York Daily News, tras el anuncio. “Cualquiera que haya cubierto a @NYGovCuomo sabe que es como un tiburón político. Dejar de nadar por voluntad propia, renunciar voluntariamente al poder de esta manera, es como una pequeña muerte.”
Cuomo se marchó. Lo cual, una vez más, era lo correcto -las acusaciones contra él sugerían que el jefe del Ejecutivo actuaba de forma totalmente inapropiada con quienes trabajaban para él- y la única opción que tenía.
El hecho de que haya sorprendido a la gente habla de la reputación que Cuomo se ha forjado durante décadas en la vida pública: desde director de campaña de su padre para la gobernación hasta su tiempo en el gobierno de Clinton, pasando por su abandonada candidatura a gobernador en 2002 y, finalmente, sus tres mandatos como jefe del Empire State sin arrepentimientos.
“Soy un neoyorquino, nacido y criado aquí”, dijo Cuomo al renunciar. “Soy un luchador y mi instinto es luchar a través de esta controversia porque realmente creo que está motivada políticamente, creo que es injusta y es falsa y creo que demoniza un comportamiento que es insostenible para la sociedad”.
De ambición, resentimientos y política dura
Esta es una lectura demasiado generosa de su carrera, tanto dentro como fuera de la oficina del gobernador. Todo eso de que “lo único que hice fue luchar por el pueblo de Nueva York” pasa por alto la ambición, los resentimientos y la política dura que Cuomo no sólo practicó sino que perfeccionó.
(El hecho de que Cuomo renunciara sin pedir perdón y aparentemente sin saber que el mayor logro del presidente Joe Biden en su primer mandato -un acuerdo bipartidista sobre infraestructuras- acababa de ser aprobado por el Senado fue algo decididamente en el estilo de Cuomo).
Verán, para Cuomo la política no era algo que él hacía. Era todo lo que hacía. No había separación entre trabajo y vida. Era un obsesivo, que en sus momentos álgidos era considerado el mejor burócrata del país, mientras que en sus momentos más bajos -los más bajos los hemos visto todos en las últimas semanas- era obstinadamente incapaz de ver la verdad cuando ésta le golpeaba repetidamente en la cara.
Como escribió The New Yorker sobre Cuomo en 2020, cuando estaba en lo alto de su popularidad como resultado de su manejo de la pandemia de covid-19 en el estado de Nueva York:
“Aquí estaba un político conocido como un hombre al que no le gusta mucho la gente y al que la mayoría de la gente no le gusta, al menos en la forma en que les gustaría, digamos, un colega o un amigo. … Cuando la gente pensaba en él, se imaginaba a un estratega calculador, muy capaz y un tanto sombrío, un hombre de ambición e intriga implacables y mal disimuladas– un mecánico del gobierno, se solía decir, en un guiño tanto a su comprensión de las palancas del poder como a su talento para juguetear con autos de alto rendimiento”.
Sueños frustrados de un cuarto mandato
Cuomo era la política. La política era Cuomo.
Imaginar que alguna vez pudiera abandonar voluntariamente un trabajo que, según él, era el único que realmente quería, parecía imposible; hacerlo en este momento, aún más.
Verán, antes de esta serie de acusaciones –y del informe de la fiscal general de Nueva York, Letitia James–, Cuomo estaba preparado para presentarse (y ganar) un cuarto mandato en 2022. (Nueva York es uno de los pocos estados que no tienen límites de mandato para sus gobernadores).
Eso le habría colocado en la élite del estado; Nelson Rockefeller fue el último gobernador de Nueva York en ser elegido para cuatro mandatos, aunque renunció antes de que terminara su cuarto mandato.
Lo más importante para Cuomo es que ser elegido para un cuarto mandato significaría haber hecho algo que su padre, Mario, no pudo hacer. Mientras que el mayor de los Cuomo era considerado un favorito al comienzo de la campaña de 1994, se encontró atrapado en una ola republicana que estaba barriendo el país, perdiendo ante un senador estatal poco conocido llamado George Pataki.
Para el joven Cuomo, un cuarto mandato sería una salida psicológica de la enorme sombra que su padre había proyectado durante mucho tiempo sobre la familia. Sí, siempre sería el hijo de Mario Cuomo. Pero habría llevado el nombre de la familia -y el legado- a un lugar que su padre no pudo. Sería la culminación de una carrera y una vida que había pasado marinando en la política, y sin disculparse. Sería Andrew Cuomo, un hombre cuya implacable ambición le había definido durante mucho tiempo, alcanzando esa meta final más elevada.
Fue el peso colectivo de toda esta historia lo que mantuvo a Cuomo en la negación durante la semana pasada. Lo que lo mantuvo insistiendo, en público y en privado, en que podía vencer este último desafío de la misma manera que había hecho todos los demás: manteniendo la cabeza baja y trabajando más que todos.
Tal era su arrogancia que le cegó a la realidad de su comportamiento a lo largo de varios años. Hay batallas que no se pueden ganar. Hay comportamientos que no se pueden explicar. Algunas líneas de las que, una vez cruzadas, no se puede retornar.