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Fuertes lluvias causan graves inundaciones en Alabama
00:43 - Fuente: CNN

Países Bajos (CNN) – Bajo la llovizna característica de los Países Bajos, Anneke van Lelieveld se abriga con su suéter naranja brillante en su casa junto al río New Merwede, y se gira para mirar los humedales que hay detrás de su jardín.
Le encanta la vista. Le encanta poder atracar un bote a pocos pasos de su huerto. Le encanta ver águilas y castores. Pero dentro de su alegría se siente un dejo de reticencia.

Anneke van Lelieveld solía contemplar las tierras de cultivo de su vecino. Ahora sus campos han desaparecido, y en su lugar hay humedales. Para luchar contra la crisis climática, dice, un cambio así es "necesario incluso cuando te rompe el corazón".

Anneke van Lelieveld solía contemplar las tierras de cultivo de su vecino. Ahora sus campos han desaparecido, y en su lugar hay humedales. Para luchar contra la crisis climática, dice, un cambio así es “necesario incluso cuando te rompe el corazón”.”Mis sentimientos encontrados es que esa era la tierra de mi vecino”, dice van Lelieveld. “Estoy triste porque sé lo triste que está mi vecino. Porque está cediendo su tierra”.

Lo que era la granja de su vecino, amurallada contra el río cercano que suponía una amenaza constante, está ahora tapizada por el agua. Está inundada, a propósito, para absorber el agua cuando el río crece. No es apta para la agricultura, pero Van Lelieveld puede vivir aquí. Un pequeño y sencillo dique mantiene seca su casa y algunas otras de la calle, aunque sus patios no lo estén.

Todo esto forma parte de un ambicioso proyecto climático llamado acertadamente “Room for the Rivers” (Espacio para los ríos).

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Los neerlandeses han luchado durante siglos para mantener el agua fuera de la tierra en su país de baja altitud, más de una cuarta parte de la cual se encuentra por debajo del nivel del mar.

Aunque “adaptación” parece una palabra aburrida en el lenguaje climático, los neerlandeses llevan mucho tiempo adaptándose a los caprichos del agua. Bombas, diques y gigantescos diques móviles protegen el país, cuya mitad, como mínimo, está amenazada por las inundaciones.

Nada en el ejemplo de los Países Bajos es reproducible perfectamente: su paisaje, su tradición de compartir el poder político y su cultura de conciencia del agua son únicos. Pero hay mucho que podemos aprender.

La crisis climática no hace sino intensificar esa vulnerabilidad. El tiempo errático ya no es un problema para el futuro —está claramente aquí, en la mayor parte del mundo— ni es un problema solo de extremos, como los incendios forestales y las inundaciones repentinas. También es cuestión de organizarse, a medida que los gobiernos y las personas toman ahora decisiones de vida o muerte ante amenazas potencialmente peores que llegarán en un mundo aún más cálido.

La experiencia de los Países Bajos ha sido muy útil para las personas que han tenido problemas con el agua en todo el mundo. En el siglo XVII, el rey Carlos I pidió a un neerlandés, Cornelius Vermuyden, que le ayudara a drenar los pantanos de Cambridgeshire, en Inglaterra. Cuando la ciudad de Nueva York fue devastada por el huracán Sandy en 2012, el gobierno de Estados Unidos pidió ayuda a los neerlandeses. Cuando el buque Ever Given encalló en el Canal de Suez, se contrató a una empresa neerlandesa para sacarlo.

El río New Merwede es una vía importante para el tráfico de buques comerciales desde el puerto de Rotterdam.

Pero el cambio climático significa que estos métodos de fuerza bruta que han funcionado durante siglos no siempre serán suficientes. Un dique eventualmente cederá por su propio peso, y no pueden aumentarse a placer pues esto solo incrementa el riesgo cuando falla.

En la década de 1990, el gobierno de los Países Bajos empezó a cambiar de rumbo, comprendiendo mejor que el estado natural de las masas de agua existe por buenas razones. Un ejemplo es el de las tierras bajas y deshabitadas junto a los ríos que podrían inundarse y ayudar a absorber el agua cuando llueve mucho río arriba.

Eso significó hacer algo inusual para los neerlandeses: derribar algunos de los muros que antes retenían el agua, y desplazar a la gente fuera de la tierra.

“Este es el resultado” del cambio climático

Para entender por qué el proyecto es tan vital, en este momento, las cabeceras de los ríos que desembocan en los Países Bajos nos dan una idea.

A unos 300 kilómetros del Rin, desde la humilde casa de Van Lelieveld, se encuentra el Ahr, un afluente que serpentea por las pintorescas colinas de la región vinícola de Alemania occidental.

Fue aquí, en julio, donde las aguas crecieron más que nunca en la memoria colectiva de Dernau, una pequeña ciudad enclavada entre empinadas laderas de viñedos.

“No es fácil encontrar palabras para ello”, dice Lea Kreuzberg, de 23 años, que el 14 de julio estaba sentada en su departamento sobre la bodega que dirige con su padre.

Dernau, en el valle alemán del Ahr, fue devastado por las inundaciones de junio. Crédito: Martin Bourke/CNN

En unas pocas horas, las aguas se desbordaron en el patio, sumergieron la planta baja y subieron a su departamento. Kreuzberg, su novio y dos empleados de la bodega se refugiaron en el último piso del edificio.

Pasaron juntos una noche aterradora, conservando la batería del teléfono para comunicarse con el padre de Kreuzberg, que estaba de vacaciones en Austria. El agua llegó finalmente a su punto máximo, y luego fue bajando lentamente. Finalmente, a las 5 de la tarde del día siguiente, fueron rescatados.

“En los primeros días, la lluvia me hizo sentir muy incómoda”, dijo Kreuzberg, refiriéndose al momento inmediatamente posterior a las inundaciones. “Cuando empezó a llover un poco más, las emociones volvieron a surgir y me puse a llorar”, añadió.

“Cuando volvamos aquí, no será fácil vivir aquí sin tener miedo”.

El impacto humano de las inundaciones de julio fue devastador. Tan solo en el estado de Renania-Palatinado murieron 133 personas. En total, 180 murieron en Alemania y 39 en Bélgica. Una de las víctimas no ha sido encontrada.

Según la Organización Europea para la Explotación de Satélites Meteorológicos (EUMESTAT, por sus siglas en inglés), entre el 14 y el 15 de julio cayeron casi 15 centímetros de lluvia en un solo periodo de 24 horas, causando daños generalizados no solo en Alemania y Bélgica, sino también en Francia, Luxemburgo, Suiza y la provincia neerlandesa de Limburgo.

Lea Kreuzberg en la bodega que dirige con su padre. Pasó una noche terrible en el piso de arriba cuando las aguas inundaron la planta baja.

La región no es ajena a las inundaciones. Pero EUMESTAT dijo que las lluvias de julio fueron “particularmente devastadoras” y que ese tipo de tormentas intensas “son cada vez más probables con el cambio climático”.

Para Franziska Schnitzler, de pie entre las ruinas de su hotel y restaurante familiar, esa conexión está clara. El edificio de 350 años de antigüedad con estructura de madera que ocupaba fue considerado inseguro y derribado.

En la región alemana de Renania-Palatinado cayeron casi 15 centímetros de lluvia en un solo periodo de 24 horas entre el 14 y el 15 de julio. Dernau, en el valle del Ahr, quedó devastada.

“Vivimos con el cambio climático”, dice Schnitzler. “Y este es el resultado”.

Y tanto para los jóvenes como para los mayores, el cambio climático se complica con una crisis de salud mental. En los días posteriores a las inundaciones, tres personas de Dernau se quitaron la vida.

“Fue la abuela de uno de mis mejores amigos”, dice Schnitzler. “Una noche me despertó y me dijo: ‘Mi abuela, mi abuela, mi abuela’”.

“Fue muy duro, perder a alguien después de la inundación”.

El hotel y restaurante de la familia de Franziska Schnitzler resultó tan dañado por las inundaciones de este verano en el valle del Ahr, Alemania, que el edificio tuvo que ser derribado.

Una llamada de atención para los Países Bajos

Las personas que han renunciado a sus casas y tierras en los Países Bajos no lo hicieron principalmente por ellos mismos, sino por los demás.

Se les pidió que se sacrificaran para proteger a los habitantes de las ciudades situadas río arriba y río abajo, para quienes las inundaciones suponen una amenaza mucho más grave.

Fueron las grandes inundaciones de los ríos en 1993 y 1995 las que sirvieron de “llamada de atención”, dice Hans Brouwer, que durante años ha gestionado proyectos para el Ministerio de Infraestructuras y Gestión del Agua del gobierno de los Países Bajos.

En 1995, un cuarto de millón de personas de los Países Bajos fueron evacuadas para protegerlas de las crecidas de los ríos.

“Nos centramos durante décadas en el mar, y en defendernos de las marejadas”, recuerda. “Y entonces nos sorprendieron nuestros ríos. Y en el 95 se tomó la decisión de evacuar a un cuarto de millón de personas. Eso sí que fue impactante”.

Aquellas inundaciones coincidieron con algunos de los primeros informes del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas que hacían sonar las alarmas climáticas.

“Nos dimos cuenta de que podíamos esperar aún más agua de los ríos, y al mismo tiempo sería difícil deshacerse de esa agua debido a la subida del nivel del mar”, dijo Brouwer.

Nol Hooijmaijers se encuentra junto al montículo sobre el que se reconstruyó su granja lechera. A partir de 2010, las autoridades eliminaron el dique que protegía esta franja de tierra del río Bergse Maas, lo que permite que las tierras de cultivo se inunden cuando el río crece.

Hace unos 15 años, los colegas de Brouwer se acercaron a Nol Hooijmaijers, un productor lechero, y le dijeron que esa porción de tierra en forma de ojo que él y otras 17 familias llamaban hogar pronto tendría que convertirse en una llanura aluvial.

“Ya habíamos pasado por el 93 y el 95. Así que pensamos que en algún momento habría que hacer algo. Simplemente no sabíamos qué sería”, dijo Hooijmaijers, que ahora tiene 72 años. “Luego, cuando el gobierno vino y dijo que esta zona podría utilizarse como llanura de inundación, sí, eso fue, por supuesto, un gran shock”.

“Estábamos convencidos de que podríamos quedarnos aquí y cultivar durante generaciones”.

Él y sus compañeros agricultores se reunieron y decidieron que “intentarían convertir una amenaza en una oportunidad”.

Mientras que algunos se marcharon en lugar de enfrentarse a la angustia, Hooijmaijers, su esposa y otras siete familias decidieron quedarse.

Convencieron al gobierno de que construyera enormes montículos artificiales de seis metros de altura, o “terps”, en los que reubicar sus granjas y casas. A su vez, el dique norte que había protegido sus tierras se rebajó, permitiendo que las aguas de la inundación se derramaran sobre ellas.

El cambio, “incluso cuando te rompe el corazón”

El proyecto Room for the Rivers fue un monumento a la planificación, a la previsión y a lo que se puede conseguir cuando el gobierno y los ciudadanos se comprometen en una acción colectiva. Treinta y cuatro proyectos —con un costo total de US$ 2.660 millones— hacen que los ríos de los Países Bajos puedan absorber ahora un 25% más de agua que en 1995.

Durante las enormes lluvias de julio, Van Lelieveld vio cómo el río crecía, aumentaba su velocidad y se volvía marrón por el sedimento y los desechos.

Ahora Noorwaard puede inundarse a propósito cuando el New Merwede se llena de agua. El río puede llevar más agua sin que suba su nivel.

“Es entonces cuando se puede ver la función de la región, porque aquí no teníamos ningún problema de aguas altas”, dijo. “Espero que la gente lo entienda, lo que he sacrificado para que esto suceda”.

Brouwer describió un “cambio de paradigma” en el que los ingenieros se dieron cuenta de que “ni siquiera entendemos siempre cómo actúa la naturaleza, pero nos la tomamos en serio”.

El diseño de la zona en la que vive Van Lelieveld, explicó, se basó en un mapa de hace un siglo, “sin saber exactamente por qué funcionaba en esa época, pero confiando en que la naturaleza tomó las decisiones correctas”.

El proyecto creó los humedales que inundaron la granja de su antiguo vecino y que ahora son el hogar de vastas bandadas de aves. Cuando sale en su barco, piensa en la lucha que libró el agricultor para conseguir una compensación decente por sus tierras.

“Por un lado, no me atrevo a disfrutarlo, porque yo también viví esa tristeza y vi lo que le hizo a la gente”, dice.

“Pero por otro lado, estoy muy orgullosa de lo que hemos conseguido en esta región. Y de que también podemos ser un ejemplo, de que es posible”.