(CNN) – El piloto, que está a escasos centímetros de sus pasajeros, levanta la mano y acciona los interruptores metálicos que encienden los motores. Dos hélices, visibles a través de las ventanas de ambos lados, comienzan a funcionar ruidosamente.
La pequeña aeronave corre por la grava durante unos cientos de metros. Luego, cuando el piloto tira de la columna de control, se eleva y comienza a girar hacia la derecha en un amplio giro sobre su eje. Abajo, el suelo se desvanece para ser reemplazado por aguas de color azul verdoso.
El vuelo LM711 de Loganair no es la experiencia más cómoda.
Ocho pasajeros se apretujan en una cabina del tamaño de una van VW. El ruido del motor es incesante. Y no hay instalaciones a bordo: si necesitas ir al baño, la única opción es cruzar las piernas. Excepto que tampoco hay espacio para hacer eso.
Sin embargo, hay algo muy especial en este vuelo que, si no lo sabías antes, te das cuenta a los dos minutos de viaje. Porque a los dos minutos de viaje, es muy poco probable que el avión siga en el aire.
Según Guinness World Records, éste es el servicio aéreo regular más corto del mundo, un viaje que cubre apenas 2,7 kilómetros en menos tiempo del que tardan la mayoría de los aviones de pasajeros en alcanzar la altitud de crucero. En un buen día, con vientos favorables y poco equipaje, tarda 53 segundos.
El viaje, que se realiza dos o tres veces al día, conecta Westray, una isla situada en el borde del archipiélago escocés de las Orcadas, al norte del país, con la isla más pequeña y aún más remota de Papa Westray.
Durante todo el año, es un salvavidas para las cerca de 80 personas que viven en esta isla de 10 kilómetros cuadrados. En verano, también atrae a los turistas, en su mayoría excursionistas, que buscan experimentar el viaje en avión y descubrir los numerosos encantos de Papa Westray.
El verdadero comienzo del viaje para los visitantes está en el aeropuerto que atiende a Kirkwall, la alegre capital de las Orcadas, en la isla más grande del archipiélago, conocida como Mainland. Desde aquí, hay un vuelo de un cuarto de hora hasta Westray antes de dar el último salto rompe récords.
Es en Kirkwall donde se suben por primera vez a la cabina del diminuto Britten Norman BN-2 Islander de Loganair.
Los aficionados a la aviación, especialmente los que consiguen sentarse en la primera de las cuatro filas de asientos para pasajeros, apreciarán poder ver a un piloto trabajando. Pero no se puede elegir dónde sentarse. La asignación se basa en la distribución uniforme del peso alrededor del avión.
Aeropuerto barrido por el viento
El despegue, después de una sucinta información de seguridad por encima del hombro del piloto, es una ráfaga de interruptores, diales y chillidos de la radio. Ver el giro del altímetro y la inclinación del horizonte en el indicador de actitud es casi tan emocionante como la vista por la ventana.
Sin embargo, la vista se lleva las palmas. Es principios de agosto, por lo que un mosaico de tierras de cultivo de las Orcadas, de color verde veraniego, se alterna con las aguas verdes y azules del Atlántico mientras pasamos por encima de las islas de Gairsay y Rousay.
Después de 15 minutos en el aire, el avión aterriza en el aeropuerto de Westray, un sitio barrido por el viento que consiste en un pequeño edificio, una pista de grava y una pista de rodaje asfaltada. Hay una breve pausa para permitir que un pasajero suba al último y corto tramo del viaje, y luego nos vamos.
Esta es la parte del viaje que bate récords, un vuelo que tiene una longitud inferior a la de la pista de la mayoría de los grandes aeropuertos.
No hace falta que las pantallas de los respaldos de los asientos te muestren el mapa de la ruta: puedes mirar por la ventanilla para ver dónde vas a aterrizar incluso antes de despegar.
Con el cronómetro en marcha desde el momento en que las ruedas se despegan del suelo, resulta ser un día lento para el vuelo más corto del mundo debido a la dirección del viento. El vuelo dura poco más de dos minutos y 40 segundos.
El aterrizaje es otra ráfaga de emociones. Aterrizamos en la pista principal de grava de Papa Westray (tiene otras dos de hierba y flores silvestres, para poder aterrizar cuando el viento sopla en dirección contraria), y la isla cobra vida a nuestro alrededor.
Hay un camión de bomberos en espera atendido por un par de hermanos que pausan su trabajo agrícola cercano mientras duran las visitas del avión. Una vez que el avión ha partido, la mujer que atiende la torre de control se pone una chaqueta del servicio postal y salta a una camioneta para entregar el correo.
Cuando los motores del avión se desvanecen en la distancia, el minúsculo aeropuerto se queda en silencio, el único ruido es el de la fuerte brisa marina agitándose a través del cono de viento naranja que se puede ver en el campo. Desde aquí, no hay mucho más que ver. La isla sin árboles parece desolada y casi desierta.
Pero no lo está. A pesar de su tamaño, Papa Westray, o Papay, como también se conoce, es un lugar verdaderamente mágico.
Y aunque la emoción del vuelo, que bate récords, puede valer por sí sola el precio del pasaje de US$ 20, la verdadera atracción es la propia isla. Especialmente cuando Jonathan Ford está cerca para hacer de guía.
Residente desde hace casi ocho años, Ford trabaja como “guardabosques de Papay”, un trabajo que incluye la realización de excursiones y viajes en barco, la organización de eventos, la creación de proyectos artísticos y la vigilancia de la fauna de la isla durante los largos y oscuros inviernos y los interminables días de verano.
¿Nobleza o brujería?
Hay casi siete horas de espera antes del vuelo de regreso, pero la isla tiene mucho con qué llenarlas.
Ford comienza con un paseo en auto por la única carretera de Papay, donde nos cuenta las historias y los chismes locales mientras nos cruzamos con los isleños que aprovechan la pausa estacional en el duro clima al que suelen estar expuestos.
Se habla de un yacimiento encontrado bajo una casa y del descubrimiento de una espada vikinga. De las animadas noches en el centro comunitario que es el centro social de la isla y la ubicación de un hostal juvenil para pasar la noche. Y de la industria del alga que, hasta principios del siglo XX, vio a los lugareños trabajar en condiciones penosas para recoger las algas utilizadas en la producción de vidrio y jabón.
Pasamos por delante de los remolques con ladrillos para evitar que se vuelen. La escuela de la isla (número de alumnos: cuatro, dos de jardín y dos de primaria). Pequeñas casas de campo y grandes caseríos. Y hectáreas de tierra cultivable delimitadas por muros de piedra seca construidos a mano, incluido un muro pintado con rayas rojas y blancas para señalar el final de una pista de aterrizaje.
Nuestra primera parada es junto a la granja Holland, la más grande de la isla, donde un sendero a través de un campo de ganado conduce a la costa y a un sitio arqueológico conocido como Knap of Howar, una casa de 5.000 años de antigüedad que, según se dice, es el edificio más antiguo en pie de Europa.
Es un lugar extraordinario. Las ruinas de dos cámaras conectadas, hundidas en el suelo, en las que vivían familias antes incluso de que se construyeran las pirámides de Egipto, están al alcance de cualquiera.
Lo mejor de todo es que en una esquina hay una piedra de mortero lisa sobre la que los antiguos ocupantes del Knap machacaban los granos para hacer harina. Sobre ella, también lisa, se encuentra lo que parece ser el mortero que se utilizaba.
Sostener algo que podría haber estado en manos de alguien en este mismo lugar hace hasta cinco milenios es un momento realmente emocionante.
La siguiente parada del recorrido es otro lugar histórico que data del siglo VIII. San Bonifacio es una capilla restaurada cuya arquitectura a dos gabletes deja entrever las influencias hanseáticas de la Europa continental. En el cementerio cubierto de líquenes hay una lápida cuyo ocupante, dice Ford, puede estar relacionado con la nobleza, o quizás con la brujería.
La última de las grandes alcas
Después de comer, vamos en busca de la fauna en un paseo por la Reserva Natural de North Hill de Papa Westray, un páramo costero mantenido por la Real Sociedad para la Protección de las Aves del Reino Unido, donde se pueden observar algunas de las docenas de especies migratorias que visitan la isla.
Mientras paseamos por la costa, seguidos en el agua por una curiosa foca gris, vemos gaviotas, págalos y un polluelo de fulmar, del que nos mantuvimos bien alejados. Esta ave parecida a la gaviota es capaz de vomitar en proyectil una sustancia maloliente para ahuyentar a los depredadores.
También visitamos un triste monumento en memoria del alca común, un gran pájaro no volador cazado hasta su extinción en el siglo XIX. Se cree que un pájaro abatido en Papa Westray en 1813 fue la última alca que se reprodujo en las Islas Británicas.
Incluso en este corto paseo costero, el tiempo cambia constantemente. Los cielos azules se ven rápidamente cubiertos por nubes de lluvia.
La luz sobre el agua pasa de dorada a plateada. Es una breve muestra del temperamento cambiante que, según Ford, es uno de los principales atractivos de Papay.
“Me gusta el hecho de que las cosas cambien todo el tiempo”, dice. “Pero hay que estar aquí cierto tiempo para verlo, y me gusta poder estar aquí a lo largo del año para ver todos los cambios que se producen, sobre todo los de las aves, que van y vienen con las estaciones.
“También me gusta experimentar los polos opuestos del año: las casi 24 horas de luz del día en verano, que tienen un efecto asombroso en tu cuerpo, cuando te das cuenta de que no puedes dejar de trabajar. Todo el mundo se pone un poco nervioso y no te cansas”.
Si bien las aves, incluidos frailecillos, araos, alcas tordas, quincinetas y ostreros, son otro de los principales atractivos para Ford (echa un vistazo a su fantástico feed de Instagram), también lo son los habitantes de la isla y su bondadosa determinación de mantener esta remota isla próspera.
“Por eso vine aquí”, dice. “Realmente se necesita ese sentido de comunidad. No creo que se pueda vivir solo de los pájaros. Quiero decir que se podría, pero…”
Aterrizajes de costado
A medida que se acerca el último vuelo de salida del día, vuelve a ser el momento de ver a la comunidad en acción en el pequeño aeropuerto, donde los bomberos Bobby y David Rendall vuelven a patrullar la pista en su camión.
En poco tiempo, se oyen los motores del BN-2 apagándose mientras el piloto principal Colin McAlister, un veterano de 17 años de vuelo en las Orcadas, lo lleva a otro aterrizaje perfecto, algo que él y sus compañeros pueden lograr incluso en las difíciles condiciones meteorológicas del invierno, dice Ford.
“En verano, pueden operar casi con el piloto automático, pero en invierno se ganan su dinero”, dice. “He visto el avión aterrizar casi de lado”.
Sea cual sea la temporada, el avión es una conexión vital con el mundo exterior, dice Ford.
La isla tiene un servicio de barcos más lento, pero la conexión aérea con Kirkwall permite acceder rápidamente a los servicios médicos y sociales esenciales, además de a cosas que muchos damos por hecho, como peluquerías, cafeterías o empleos. Para los niños mayores, es el autobús escolar.
“Definitivamente me ayuda como medio para ver que hay otro mundo fuera de la isla”, dice.
Con McAlister a los mandos, el avión está listo para su viaje de vuelta. Esta vez, con el viento a favor, es un viaje más rápido, cerca de su velocidad máxima de 240 km/h.
Una vez en el aire, cada momento trae una nueva alegría.
Una vez más, la emoción de ir en un pequeño avión y ver al piloto manejar los controles con destreza. La alegría de poder mirar al frente y ver el horizonte que se precipita hacia ti. Y, sobre todo, la belleza del paisaje terrestre y marino de las Orcadas.
Y entonces, exactamente un minuto y ocho segundos después de que nuestras ruedas dejaran el suelo, volvimos a tierra firme.
De vuelta a casa, el vuelo más corto del mundo es un poco más corto.