(CNN) – Cuando el miércoles se reveló la celebridad que estaba dentro del disfraz de Jack in the Box en el programa de Fox “The Masked Singer”, no era Joe Pesci, Robert Duvall, Elon Musk o Al Roker, como los jueces habían supuesto.
En su lugar, para consternación de muchos, incluidos algunos de los jueces, el hombre que cantó el éxito de 1982 “Bad to the Bone” era el exalcalde de Nueva York Rudy Giuliani, que recientemente fue noticia por sus esfuerzos extremos de apoyar la falsa narrativa de fraude electoral del expresidente Donald Trump. Como se preguntaba el Daily Beast: “¿Qué hicimos para merecer esto?”.
El ridículo momento puntuó una semana de desenmascaramiento, no solo en el programa, sino en todo el país.
La protección era el objetivo en enero de 2021, cuando los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC, por sus siglas en inglés) anunciaron que las mascarillas serían obligatorias para los pasajeros de los aviones y el transporte público. Pero este lunes, poco después de que una jueza federal anulara el mandato de las mascarillas para el transporte, las aerolíneas dejaron de exigirlas y muchos pasajeros dejaron de usarlas.
Esas tiras de tela ayudaron a proteger a millones de pasajeros del covid-19, pero no pudieron enmascarar las divisiones en Estados Unidos, que parecen más amplias que nunca en el tercer año de la pandemia. En lugar de ello, las mascarillas se han convertido en símbolos culturales y en declaraciones personales que se imponen en un país en el que los confinamientos han aflojado los lazos personales entre nosotros.
El hecho de que la decisión en contra del mandato de las mascarillas procediera de una jueza federal de Florida nombrada por Trump —y calificada como “no cualificada” por el Colegio de Abogados de Estados Unidos— no pasó desapercibido para los críticos del fallo.
La decisión de la jueza de distrito Kathryn Kimball Mizelle, escribió Jill Filipovic, “parece usurpar la orientación de la salud pública mientras no entiende la ciencia o el idioma inglés”. El gobierno federal, sostuvo, solo está autorizado a ocuparse de cuestiones relacionadas con el “saneamiento”, que según ella se limita a “medidas que limpian algo”. Como el uso de una mascarilla no limpia nada, escribió, los mandatos sobre mascarillas están fuera del alcance de la autoridad del gobierno”.
“Todo esto es increíblemente peligroso: a una jueza de derecha no le gusta una normativa gubernamental y la anula por motivos increíblemente engañosos”, escribió Filipovic.
El Dr. Kent Sepkowitz, experto en enfermedades infecciosas, argumentó que sería prudente mantener el mandato de las mascarillas dada la continua propagación del coronavirus, pero también señaló la tensión que provoca en el aire. En un avión, escribió, “nada es privado; todo es compartido, incluso el aire filtrado. Por deferencia a los que nos rodean, reprimimos nuestros lloriqueos al personal de la aerolínea, minimizamos nuestros paseos junto a los vecinos por el pasillo, nos resistimos a hacer saltos de tijera o -sobre todo- nos esforzamos por evitar la tos, porque todo ello puede afectar a los demás en nuestra pequeña e ineludible comunidad aérea”.
“Esta vida en común, por breve que sea, es desagradable para todos. Añadirle un mandato de mascarilla… parece haber inclinado a un segmento de los fanáticos de la resistencia a las mascarillas y las vacunas a una feroz, e incluso violenta, desobediencia no civilizada. La tendencia es lo suficientemente mala como para haber llamado la atención de la Administración Federal de Aviación (FAA, por sus siglas en inglés) y, en el caso de algunos pasajeros especialmente revoltosos, de la Oficina Federal de Investigación… La FAA recibió 1.150 informes de pasajeros revoltosos, de los cuales 744 estaban relacionados con el uso de mascarillas”.
Algunos expertos cuestionan la eficacia real de los mandatos de las mascarillas. En The New York Times, David Leonhardt escribió: “Desgraciadamente, Estados Unidos ha pasado gran parte de los dos últimos años con el peor de los mundos en cuanto a mascarillas. Se ha exigido a la gente que las lleve durante horas y horas, provocando frustración y agotamiento y exacerbando la polarización política. Sin embargo, las normas han incluido suficientes excepciones para dejar que el covid se extienda de todos modos. La carga de los mandatos ha sido relativamente alta, mientras que los beneficios han sido relativamente bajos. Es lo contrario de lo que suele hacer una campaña de salud pública con éxito”.