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Nota del editor: Mari Rodríguez Ichaso ha sido colaboradora de la revista Vanidades durante varias décadas. Es especialista en moda, viajes, gastronomía, arte, arquitectura y entretenimiento, productora de cine y columnista de estilo de CNN en Español. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivamente suyas. Lee más artículos de opinión en cnne.com/opinion

(CNN Español) – A veces olvidamos que nuestro deseo de seguir la moda —y de tener un buen look y lucir lo más bellas posible— puede ser secundario si no cuidamos otros aspectos de nuestro día a día. Y, a veces, es muy importante hacer un alto, mirar a nuestro alrededor, y descubrir que somos gente muy afortunada y estamos rodeados de intangibles momentos maravillosos.

Y la naturaleza —que es parte innegable de nuestras vidas– ¡ofrece infinidad de momentos maravillosos! Solo hace falta fijarnos bien, y sentir la belleza del mar, de esas olas espumosas que van y vienen. De esas nubes blancas que cambian de formas en esos cielos azules. En la serenidad de un lago. Las misteriosas montañas con topes helados. Las aves y los colores perfectos de sus plumas. El mundo de los peces. Del fondo del mar. ¡Yo ya no podría vivir sin ellos!

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Y nuestro estilo de vida, que tantos golpes ha recibido en los últimos dos años y medio, puede embellecerse con un momento de contemplación de esa naturaleza que, a veces, ignoramos porque nos hemos acostumbrado a que está ahí.

Y apreciar tantas bellezas es una renovación simbólica que alimenta profundamente el espíritu, y es una linda lección de espiritualidad.

Por eso, les animo a celebrar lo que la naturaleza nos pone enfrente. Esa serenidad es exquisita. Cuando yo era pequeña, siempre me sentí muy pegada a Dios cuando me sentaba frente al mar. No sé si es porque nací y me crie en Cuba, una preciosa isla del Caribe. Pero el mar me producía una sensación divina, de que todo podía conseguirse en la vida, cuando nos enfrentábamos a esa poderosa inmensidad. Un mar que siempre me trasmitía su fuerza y su pureza. Y ahora —muchos años más tarde y con una nueva madurez— siento aún más profundamente la fuerza de la naturaleza.

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Por eso es bueno preguntarnos ¿la sientes tú igual? ¿Te inspira cosas bellas?

Esta reflexión es excelente para sentirnos bien, ¡lo que se refleja en nuestro rostro y nos embellece más que 100 cremas! Ha habido mujeres famosas, muy espirituales y que adoraban la naturaleza, como Audrey Hepburn –ejemplo perfecto de esto, a quien entrevisté ya mayor y era “mágica”–, quien reflejaba ese glow interno y esa serenidad.

Salir a pasear a un parque cercano, o a la playa, y fijarnos en esos mensajes de la naturaleza es un encanto ¡Nunca falla! Y cuando pasa el invierno, por ejemplo, me gusta observar los árboles secos del Parque Central de Nueva York, que han pasado las heladas del invierno, y están destrozados. Pero me animan, porque muy pronto, ¡y sin falta!, veremos renacer sus ramas, jóvenes y sanas, y los brotes de su vieja corteza se llenarán de hojas de nuevo… ¡Un renacer misterioso que me llena de esperanza y optimismo –y que cuando tenemos problemas puede ayudarnos a ver que todo cambia– porque el agua siempre vuelve a su cauce!

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Y lo mismo me pasa cuando veo renacer las flores y se iluminan las carreteras con el nuevo amarillo de las forsythias, que vuelven a salir ¡como si las hubiera despertado un reloj!

Esa alegría de saber que hay cosas que nunca dejarán de ocurrir, y que después

de la tempestad viene la calma, es un consejo de saber vivir que a veces no apreciamos. Y es el mejor consejo de estilo de vida.

Les confieso que yo no siempre me fijaba en estas cosas. Todo era parte de mi hábitat, de mi vida cotidiana, llena de otras cosas que eran más importantes. Pero todo cambió hace unos años cuando vi el documental “Winged Migration” y aprendí cómo los pájaros hacen el mismo vuelo todos los años, atravesando continentes, selvas y mares, para volver a su exacto lugar de origen. ¡Qué maravilla!

Fue una lección de espiritualidad en un film precioso que recomiendo a todos. Y así fue que la naturaleza se convirtió en una maravillosa maestra silenciosa. Mi padre –que era poeta y amaba la vida y la naturaleza– recuerdo que me dijo “solo tienes que aprender a oírla”.

Para terminar, les confieso que esta nueva apreciación de la naturaleza ha hecho que me encante ver en TV documentales de los animales de la selva o del fondo del mar. ¡Algo que nunca me había interesado y en realidad me aburría! Para que vean cómo pueden cambiar las cosas…