Nota del editor: Jorge G. Castañeda es colaborador de CNN. Fue secretario de Relaciones Exteriores de México de 2000 a 2003. Actualmente es profesor de la Universidad de Nueva York y su libro más reciente, “America Through Foreign Eyes”, fue publicado por Oxford University Press en 2020. Las opiniones expresadas en este comentario son únicamente del autor. Puedes encontrar más artículos de opinión en CNNe.com/opinion.
(CNN Español) – Está de moda la idea de la relocalización de empresas de China en otras regiones del mundo. El llamado nearshoring, o friendshoring, o incluso allyshoring, ha seducido a empresarios, analistas, bancos, instituciones financieras internacionales y Gobiernos. Se trata de un proceso verosímil, sencillo, atractivo para muchos países, pero de una concreción incierta.
La idea atrae por su simplicidad. Cientos de miles de fábricas se han instalado en China, sobre todo a partir de su ingreso a la Organización Mundial de Comercio en 2001. China se convirtió en la Manchester del siglo XXI. Cadenas globales de suministro incluían a China, o se centraban en China; empleos y plantas industriales de todo tipo se desplazaron de Europa y Estados Unidos hacia el gigante asiático. Creció como nunca nadie, y cientos de millones de sus habitantes salieron del campo y de la pobreza.
La pandemia, la invasión rusa de Ucrania, el alza del precio del transporte, el incremento en los salarios chinos, sin embargo, constituyeron factores que se conjugaron a partir de 2018, y sobre todo de 2020, para volver precario, o incluso arriesgado, este esquema. Asimismo, la escasez de chips, las colas eternas de buques cargados de containers en Shanghái y en Long Beach, California, el creciente autoritarismo de Xi Jinping, el auge de un nuevo nacionalismo chino, el cierre radical de todo en China para enfrentar el covid-19, causaron una reflexión de parte de innumerables empresas del mundo entero, incluyendo a China. Contemplaron la necesidad de relocalizar parte de sus cadenas de suministro en países más seguros, más cercanos a sus mercados, con salarios menores, y ubicadas en una nación cada vez más inmersa en una rivalidad conflictiva con Estados Unidos.
Abundan las evidencias anecdóticas y estadísticas que confirman la realidad de este proceso. Van desde la apertura de enormes instalaciones de Foxconn en la India, hasta la escasa disponibilidad de espacio en parques industriales en el norte de México. La proximidad de México, y otros países de Centroamérica y el Caribe, e incluso de América del Sur, a Estados Unidos los tornó candidatos privilegiados para recibir a las empresas que optaran por el nearshoring. En el caso particular de México, surgió una especie de euforia parecida a aquella generada por el Nafta en 1994: gracias a la relocalización, México alcanzaría los niveles de crecimiento que no había logrado durante los 30 años previos.
La proporción procedente de China de las importaciones estadounidenses cayó de 21 %, en 2018, a menos de 15 %, en 2022. Este es el dato más contundente de la relocalización, ya que el total de compras estadounidenses del exterior siguió creciendo. En otras palabras, sí se encuentra en curso un proceso de lo que podríamos llamar una sustitución de importaciones chinas por Estados Unidos. No obstante, existe un debate a propósito de los principales beneficiarios de este reemplazo; se presentan varios motivos para pensar que las expectativas en ocasiones eufóricas no se cumplirán del todo.
Para empezar, el onshoring a Estados Unidos mismo es una tendencia relevante. Desde hace tiempo, y ahora con mayor intensidad, empresas ubicadas en China han vuelto a los estados del sur estadounidenses, aprovechando los recientes programas gigantescos de gasto para chips, para industrias vinculadas al combate al cambio climático, para automóviles eléctricos, y la ausencia de sindicatos en esa región, así como los incentivos que los Gobiernos estatales les ofrecen (exenciones de impuesto, infraestructura, etc.). Es difícil cuantificar este proceso, pero parece innegable.
En segundo lugar, el precio del transporte de Asia a la costa oeste de Estados Unidos, que efectivamente se fue a los cielos en 2021, ha descendido de nuevo, casi a niveles prepandemia. En septiembre de 2021, el precio promedio de trasladar un contenedor de 40 pies de Shanghái a Long Beach, por ejemplo, alcanzó US$ 20.000, una suma casi nunca vista. Para enero de 2022, el costo se redujo a US$ 15.000. A principios de este año, el nivel cayó hasta menos de US$ 2.500, cerca del mínimo histórico en las últimas décadas. En otras palabras, uno de los principales factores de la relocalización casi ha desaparecido. Ello no significa que sea imposible una nueva alza de precios pero, por ahora, no influye mucho.
En tercer lugar, efectivamente, China ha perdido participación de mercado, o market share en las compras de Estados Unidos al resto del mundo. En 2018, las importaciones estadounidenses desde China representaron el 21,5 % del total, siendo por mucho el principal exportador a ese país. Para noviembre de 2022, el porcentaje había bajado a 14,4 %, un descenso brutal en apenas cuatro años, un cambio impresionante. Ese siete por ciento que China perdió, fue absorbido por Vietnam (2 %), Canadá (1 %), Corea del Sur (1 %), Japón (casi 1 %), Tailandia (medio punto porcentual), Taiwán (1,2 %). México, el único país latinoamericano que figura entre los quince primeros exportadores a Estados Unidos, también se llevó un punto porcentual adicional: de 13,4 % a 14,4 %. Nada despreciable, pero apenas el inicio de una tendencia, que puede deberse al nearshoring o a la entrada en vigor del T-MEC, en 2020.
En cuarto lugar, se sospecha que existen varias limitaciones estructurales en México ante las necesidades de los inversionistas. Los tres más importantes son la energía, en particular de fuentes renovables; la seguridad; y la infraestructura. Se ha informado con detalle en muchas publicaciones cómo las políticas y preferencias energéticas del presidente Andrés Manuel López Obrador residen en el petróleo y el carbón. México prácticamente no habrá aumentado la parte proporcional de energía eólica o solar en la oferta total durante su mandato.
La violencia y la delincuencia en México han alcanzado niveles estratosféricos en estos años, y una de las regiones más afectadas es la zona fronteriza, donde procuran ubicarse una buena parte de los “relocalizadores” en potencia. Pero si desean alejarse de la frontera con Estado Unidos a ciudades menos inseguras, se enfrentan al obstáculo significativo de la mediocre infraestructura mexicana: carreteras, ferrovías, aeropuertos, conectividad, etc.
Por último, muchas empresas estadounidenses, europeas o japonesas actualmente presentes en China reflexionarán dos veces antes de abandonar ese país. Muchas exportan a otras regiones del mundo, pero venden también en China, el primer o segundo mercado del globo, según el producto. Aunque no surjan amenazas chinas, el riesgo de perder ventas dentro de China al irse será sin duda un factor que tomarán en cuenta las empresas que contemplan una relocalización. A ello se debe que muchas opten por lo que se ha llamado un plan de redundancia: abrir plantas en otras partes, no en sustitución de las que se hallan en China, sino además de estas. No se trataría de una tendencia insignificante, pero sí de una escala menor.
En conclusión, el nearshoring es una realidad. Por varios motivos, China pierde market share en Estados Unidos. Pero se trata de una realidad relativa, por así decirlo, que se reparte entre varios países, que enfrenta obstáculos importantes, y que de ninguna manera puede convertirse en una panacea para algún país, ni siquiera los más favorecidos. La euforia no se justifica.