Nota del editor: Ahmed Twaij es periodista, cineasta y médico. Las opiniones presentadas en este artículo le pertenecen exclusivamente a su autor.
(CNN) – Este fin de semana se celebra la ascensión del rey Carlos al trono británico. Mientras enfermeras, paramédicos y maestros se declaran en huelga y sobreviven gracias a los bancos de alimentos en medio de una devastadora crisis del costo de la vida, el recién acuñado monarca sigue adelante con un evento de alcance nacional con un costo estimado de US$ 125 millones para el contribuyente británico.
Si Carlos III quiere la pompa y la ceremonia de una coronación, debería utilizar una parte insignificante de las enormes sumas de dinero que ha acumulado a lo largo de los años gracias a su condición de miembro de la realeza por nacimiento.
Al fin y al cabo, la coronación es un acto puramente ceremonial. Nada cambia este fin de semana, que llega ocho meses después de que el príncipe Carlos se convirtiera en rey inmediatamente después de la muerte de su madre, la reina Isabel II. La coronación ritual, que no es legalmente obligatoria, es un acto arcaico que la mayoría de las monarquías europeas han suprimido.
Resulta irónico que el país que presume de ser la democracia más antigua del mundo se haya aferrado con tanto fervor a la tradición. La vecina Noruega derogó las coronaciones en 1908 por considerarlas un acto antidemocrático. Dinamarca puso fin a las coronaciones después de 1840, tras su cambio hacia el parlamentarismo. La última coronación oficial en España se remonta a 1555, mientras que la monarquía belga ni siquiera tiene una corona con la que celebrar una coronación. La monarquía británica, en cambio, posee una plétora de joyas reales (a menudo violentamente saqueadas), entre ellas el diamante Koh-i-Noor, un símbolo de más de 100 quilates del saqueo imperial de la India.
La percepción pública de la monarquía ha ido cambiando con la modernidad, y la coronación no parece ayudar a mantenerla positiva. Según el gobierno del Reino Unido, el acto representa una “ceremonia religiosa solemne”, lo que tenía sentido cuando los británicos creían en el derecho divino de los reyes. Pero dado que la mayoría del público ya no se identifica como cristiano, y presumiblemente aún menos cree que Carlos derive su autoridad de Dios, tal producción eclesiástica de lujos parece totalmente innecesaria.
En términos más generales, una encuesta encargada por la BBC días antes de la coronación reveló que un enorme 70% de los británicos de entre 18 y 35 años afirmaba “no estar interesado” en la familia real (en general, el 58% no lo estaba). Además, el 45% de los encuestados cree que Carlos está “fuera de contacto” con las experiencias del público.
El palacio de Buckingham prometió hacer público el costo real de la coronación, y un portavoz declaró en un comunicado: “Una de las lecciones del funeral de Su Majestad fue cómo una ocasión nacional como ésta, una gran ocasión de Estado, atrae un enorme interés mundial que compensa con creces el gasto que conlleva, de hecho lo supera ampliamente en términos de impulso a nuestra economía y al prestigio de nuestra nación”.
A menudo se afirma que la economía británica se beneficia más de lo que pierde con la realeza. Sin embargo, el dinero de los turistas podría seguir circulando independientemente de la familia real. Los palacios reales más visitados de Europa son el Louvre y Versalles, ambos en un país, Francia, que abolió su monarquía en 1792. Es totalmente plausible que el Palacio de Buckingham recibiera más visitantes de pago si la realeza ya no viviera allí.
En cualquier caso, obligar a los contribuyentes británicos como yo a pagar la fiesta de vanidad de Carlos es una falta de respeto a la voluntad del pueblo, especialmente cuando la enorme riqueza del nuevo soberano podría costear el evento varias veces.
Tras la muerte de su madre, Carlos heredó bienes de la corona por valor de hasta 15.200 millones de libras (US$ 19.100 millones). Con esa enorme suma, no tuvo que pagar el impuesto de sucesiones del 40% que habría tenido que pagar un ciudadano de a pie. A ello hay que añadir los ingresos regulares del rey, empezando por la subvención soberana, un pago anual del gobierno británico que este año asciende a 86,3 millones de libras (US$ 108,5 millones).
Otra fuente clave de ingresos procede del patrimonio del Ducado de Lancaster, que produjo 24 millones de libras (US$ 30 millones) en ingresos para Carlos en el ejercicio financiero más reciente. También es el beneficiario de una renovación de US$ 500 millones, de varios años de duración, de otra de sus propiedades, el Palacio de Buckingham, que financia el erario público.
La subvención soberana fue introducida en 1760 por el rey Jorge III, el mismo gobernante cuya política de impuestos sin representación contribuyó a desencadenar la guerra de independencia de Estados Unidos. La subvención supera con creces los presupuestos de otras monarquías europeas. (La monarquía española, por ejemplo, tiene un presupuesto anual de unos US$ 9 millones). Quizá si se aplica un presupuesto más ajustado a la familia real británica, sea Carlos y no los contribuyentes quien pague la próxima vez que opte por abordar un vuelo chárter de 32.000 libras (US$ 40.200) para asistir a un estreno de James Bond.
Aunque es poco probable que el Reino Unido se una a Francia como república en un futuro próximo, lo menos que podrían hacer Carlos y el resto de la familia real, si es que les importa el destino de su país tanto como afirman, es asumir el costo de los actos ceremoniales que se producen al tiempo que el Servicio Nacional de Salud está al borde del colapso.
A mí, por ejemplo, me importan un bledo las glamurosas maniobras de relaciones públicas de la realeza. De hecho, me fui al extranjero para escapar de lo que parece un patriotismo forzado en Londres, y no soy el único. Las agencias de viajes de todo el Reino Unido han informado de un aumento de las reservas de vuelos, ya que los británicos aprovechan el lunes libre que se les concede como parte de las festividades. Bloomberg informó que el día festivo adicional podría contribuir a provocar una reducción del 0,7% del producto interno bruto. Deberíamos asegurarnos de añadirlo a la cuenta de su majestad.