Por Naomi Wolf, especial para CNN
Nota del editor: Naomi Wolf es autora de Vagina: A New Biography.
(CNN) — Parece que estuviéramos en un momento de lucha sin precedentes sobre el significado de los cuerpos y de la sexualidad de las mujeres.
La controversia gira en torno a una profesora de la Universidad Americana que amamantó a un bebé en clase; algunas fotografías topless de Catalina Middleton han sido publicadas, y la portada de la revista Time de mayo que mostraba a una madre amamantando a su niño provocó más risas nerviosas.
Pero no solo hay una pelea en cuanto a los senos. La banda de punk Pussy Riot fue sentenciada a dos años de prisión en Rusia después de una presentación en la que dieron patadas altas que mostraron demasiado de sus cuerpos. Desde prisión trataron de explicar “qué significaba pussy” (una palabra utilizada en inglés para “vagina”) y “qué significaba riot” (“disturbio público”).
La representante estadounidense por el estado de Michigan, Lisa Brown, se metió en polémica (y se defendió) por utilizar la expresión “mi vagina” en el congreso. Las mujeres de Michigan la apoyaron con una manifestación frente a la sede legislativa estatal con un símbolo gigante de “V” y la palabra “VAGINA” en letras rosas.
Algunas jóvenes que protestaron en la plaza Tahrir durante la Primavera Árabe fueron castigadas con prisión y sometidas a exámenes vaginales realizados por desconocidos armados como “pruebas de virginidad”. Esto no es sorprendente, cuando entiendes la delicada conexión cerebro-vagina que mi nuevo libro documenta. La sexualidad femenina en todo el mundo es elegida como blanco porque a través de la traumatización de la vagina, puedes intimidar a las mujeres en múltiples niveles.
¿Qué está sucediendo?
Estamos en una importante encrucijada en la cual cada vez es más claro para las mujeres en todo el mundo que, como lo expresa una artista feminista, “tu cuerpo es un campo de batalla”.
En una cultura hipersexualizada, donde la pornografía está disponible las 24 horas del día los siete días de la semana, lo escandaloso no es la desnudez femenina, ni la discusión sobre las vaginas o los pechos o las “pussy riots”. De hecho, el cuerpo femenino nunca antes ha sido tan mercantilizado y la sexualidad femenina nunca ha sido tan fácilmente consumible en formatos corporativos y sanitizados como la pornografía.
Lo que escandaliza a nuestra cultura es cuando las mujeres se apropian de sus cuerpos. Efectuar una presentación al desnudo no es perjudicial para el orden social en Moscú, pero el hecho de que tres poetas punk utilicen su sexualidad para hacer un comentario satírico sobre el líder ruso Vladimir Putin es desestabilizante y debe ser castigado.
Legislar los aspectos más íntimos de la vida reproductiva de las mujeres hasta imponerles pruebas transvaginales (como en varios estados de EU) no es sorprendente u obsceno porque se trata de quitarle el control sexual a las mujeres sobre sus cuerpos. Lo que sí es sorprendente y obsceno es cuando una persona seria (una legisladora) toma de nuevo posesión de sí misma, con las escandalosas palabras “mi vagina”. El problema no es la vagina, sino quién va a decir qué pasa con ésta y quién es su dueño.
La pornografía accesible por tiempo completo no amenaza el control social. De hecho, sus efectos adictivos, en términos de descubrimientos neurocientíficos, en realidad tienen resultados similares a las droga o sedantes. Esto convierte a la revolución sexual potencialmente liberadora en otro producto de consumo comercializable que hipnotiza a la gente y crea nuevos problemas sexuales y de salud en torno a la libido, en lugar de liberarlos.
En la batalla sobre el sexo, la lucha reside en: quién decide sobre los derechos reproductivos; quién decide cuándo y cómo pueden ser mostrados los pechos; quién decide quién puede decir vagina y dónde; quién decide quién es una golfa; y quién debe ser castigado con trabajos forzados por hacer valer su derecho a definir sus propias identidades sexuales y artísticas.
La revolución sexual vino y se fue, y aún así las mujeres siguen sin ser verdaderamente libres como lo merecen en términos sexuales (en todo el mundo). Aún no son, como lo muestran estas batallas, completamente libres de definir los significados de sus cuerpos y de su deseo; de hacer valer sus deseos sexuales sin castigos, incluidos los del Estado. Y no son completamente libres de reclamar el derecho al placer y a la autonomía sexual sin tener que soportar la humillación pública.
Hasta que esa libertad real llegue, podemos honrar a pioneras como Lisa Brown, Pussy Riot y a las jóvenes de la Plaza Tahrir, y mantener la lucha por ser libres de nombrar a nuestros cuerpos y a nosotras mismas.
Como experta en género y representación, la doctora Emma Rees reflexiona sobre la lucha por cómo hablar de la sexualidad femenina: “Hasta que tengamos un lenguaje y una plataforma para hablar honestamente acerca de los cuerpos e impulsos sexuales de las mujeres, estamos condenados a un ciclo de objetificación y silencio”.
Las perspectivas recogidas en este texto son solamente de Naomi Wolf