(CNN) — Cuando viajamos al extranjero, a veces tropezamos y otras caemos… rendidas ante la belleza de un país. En diciembre emprendí un viaje de tres semanas a India lo recorrí de norte a sur.
“¿¡India!?”
Todos creyeron que estaba loca por querer ir de vacaciones ahí; aún más por ser una veinteañera que viaja sola. Tanto indios como no indios expresaron su angustia y me advirtieron que estaría bajo un escrutinio constante, manoseos y acoso, entre otros inconvenientes.
“Eres una mujer muy, muy valiente”, dijo un colega después de oírme decir que me movería en tren y en autobús.
“Valiente”. Esa fue la reacción invariable que suscitó mi viaje. Sentí que era un eufemismo para decir que estaba “loca”.
Dejé Hong Kong preguntándome si era insensata. Sin embargo, para el final de mi primer día en India, empecé a sentir que —fiel a lo que presume el Departamento de Turismo— el país era realmente increíble.
Tras la aterradora violación en grupo a una mujer en Nueva Delhi, India fue catalogado como una jungla peligrosa y misógina.
Sin menospreciar las experiencias de las mujeres víctimas de abusos, me gustaría ofrecer una perspectiva alterna de un país rico en calidez, amabilidad y humanidad.
Los hombres me dejaban pasar
Mi primera escala fue Nueva Delhi y coincidió con el día en que ocurrió la violación.
Por la mañana, mientras me dirigía a la estación del metro Rajendra Nagar, pedí indicaciones a varones desconocidos en la calle, desde vendedores en tiendas, hasta hombres sentados en la parada de autobús. Cualquiera dejaba de inmediato lo que hacía y trataba de ayudarme pacientemente sin pedir nada a cambio, una constante de mi viaje.
Uno de los aspectos que me impresionó en India fueron los grandes grupos de hombres que al parecer vagan por las calles y la poca o nula presencia de mujeres.
En Nueva Delhi, un periodista me dijo que estos grupos eran inmigrantes desempleados; sin embargo, el padre de la familia que me hospedó aseguró que tenían empleo, pero que los hombres acostumbran socializar afuera de las casas, a diferencia de las mujeres que con frecuencia se reúnen adentro.
Aunque al principio me intimidaban por su número, los grupos de hombres nunca me molestaron y era a quienes me dirigía inevitablemente para pedir indicaciones.
Pasé mi primer día en la parte supuestamente más caótica de la ciudad, la Vieja Delhi, abriéndome paso a través de los bazares de Chandi Chowk y Daryganj. A pesar de la muchedumbre, nadie me miraba, se burlaba de mí ni me molestaba en otra forma. Los vendedores eran amigables y serviciales.
A lo largo del país, casi no fui blanco de miradas. Nunca me tocaron en la calle ni en el transporte público; de hecho, a menudo los hombres se apartaban para dejarme pasar. En los viajes largos en tren o autobús, siempre me ofrecieron ayuda para cargar mi pesada maleta.
Cuando me perdí en Kochi, un joven que estaba cerca percibió mi confusión y habló por teléfono con mi anfitrión. Me ayudó a tomar un transporte, le dio indicaciones al conductor y negoció una tarifa razonable.
En el transbordador, en Kochi, me senté junto a una anciana que comía cacahuates asados que sacaba de un cono de papel; giró su mano y puso la palma hacia arriba, indicándome que hiciera lo mismo. Luego echó un montón de cacahuates en mi mano.
¿Los extranjeros son tratados con más respeto?
Reconozco que en cualquier país, ser percibido como extranjero influye en la forma como te tratan. Como soy de ascendencia china y tengo una apariencia que algunas personas han descrito como “mixta”, a veces pasaba por japonesa y a veces, sorprendentemente, por india.
“Probablemente pensarán que eres una india de piel clara, procedente del noreste, especialmente si usas una kurta”, dijo un amigo indio en Nueva Delhi.
Esto resultó ser cierto en el fuerte Kumbhalgarh, cuando una amistosa pareja india con la que compartí un auto durante el día decidió comprarme un boleto de entrada, con precio de cinco rupias, exclusivo para los ciudadanos indios.
Cuando el portero preguntó si era extranjera, la pareja contestó: “Es de Nagaland. Nagaland es parte de India, ¿no?”
Dejando a un lado las bromas, ¿los extranjeros son tratados con más respeto y cortesía? Si lo llevamos más allá, ¿tratarían diferente a una mujer sueca que a una mujer china? Si tengo una apariencia étnica ambigua, entre local y extranjera, pero normalmente me reciben bien, ¿qué significa? ¿Ser una mujer sola puede ser beneficiosa cuando viajas? ¿Doy una impresión más amable y accesible?
“La gente quiere protegerte”, fue la teoría de una joven periodista que vive en Nueva Delhi.
De lo que estoy segura es de que me sentí profundamente conmovida por la amabilidad y la gentileza con la que fui tratada.
La única excepción fue cuando lidié con los conductores de los taxis: muchos de ellos asumen una actitud agresiva y mercenaria ante los turistas. Sin embargo, puedes manejar la situación con confianza si investigas con anticipación el costo normal de una ruta y si tienes presente que puedes buscar otro conductor.
Algunas personas podrían creer que soy ingenua respecto a la realidad de India o podrían atribuir mi experiencia realmente positiva al privilegio de ser extranjera.
Otras viajeras solas que encontré —procedentes de Estados Unidos, Alemania, Inglaterra y Australia— me dijeron que generalmente se sentían seguras en India, fuera de que a veces las miraban de una forma que las hacía sentir incómodas.
Aunque la violación grupal que ocurrió en Nueva Delhi fue en verdad aterradora, no sentí la necesidad de estar más alerta o más atenta.
Mis anfitriones ni siquiera se mostraron preocupados por mi seguridad como una mujer que viaja sola. A decir verdad, me pareció gracioso que estuvieran mucho más preocupados por mi soltería: para los estándares indios, ya soy una solterona. En una pensión me dieron los avisos matrimoniales de ocasión para que buscara un esposo vegetariano.
Los incrédulos en casa
Mi intención no es adornar ninguno de los retos a los que se enfrenta el país. A menudo es sucio, polvoso, ruidosa y hacinada. Pero también hay una increíble belleza y humanidad en lo que parece un caos interminable.
A mi regreso a Hong Kong estaba preocupada por lo dispuesta que estaba la gente a satanizar al país y lo renuentes que se mostraban a creer algo bueno sobre éste.
Mi experiencia, segura y acogedora, fue recibida con un profundo escepticismo y racionalizaciones apresuradas: “Simplemente tuviste suerte”.
Si hubiera dicho que me acosaron hasta el cansancio, probablemente habrían aceptado mi experiencia sin reservas.
He vivido en el extranjero por una década, la mitad del tiempo en Occidente y la otra mitad en la China continental, y he viajado sola a casi una docena de países durante este tiempo. Creo que viajar al máximo significa mantener tu mente y tu corazón abiertos, libres de sospechas y estereotipos.
“Alguien que busca las cosas buenas, como tú, siempre las encuentra”, me dijo un guía en Agra. India es una tierra rica si te permites verlo.
Fue fácil dejarse seducir por los monumentos indoislámicos del norte, las exuberantes colinas grabadas con filas de arbustos de té en el sur, el llamado rítmico de los vendedores de bocadillos en los trenes, el ambiguo cabeceo que inconscientemente empecé a imitar, los lánguidos lamentos del qawaalo, los hermosos saris que usan incluso las mujeres encargadas de la limpieza y la profundidad de la devoción religiosa.
Sin embargo, lo que más me conmovió y diferencia a India de las docenas de países que he visitado es la gente extraordinaria, amistosa, servicial y cortés que conocí, hombres y mujeres por igual.
NOTA DEL EDITOR: Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Alexis Lai. Es una periodista de CNN.com en Hong Kong. Nómade de corazón, ha vivido en siete países y siempre está en busca de aventuras. Lee más sobre ella.