Por Carlos Alberto Montaner
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Nota del editor: Carlos Alberto Montaner es escritor y analista político de CNN. Sus columnas se publican en decenas de diarios de España, Estados Unidos y América Latina. Montaner es, además, vicepresidente de la Internacional Liberal. Su último libro es la novela “La mujer del coronel”.
La Corte Suprema de Estados Unidos determinó hace unos días que el estado de California no podía prohibir el matrimonio entre personas del mismo sexo, y que esas parejas, casadas en los estados donde tal cosa se permite, tienen derecho a los beneficios federales.
La Corte Suprema no validó ese tipo de unión en todo el país, y quienes se oponen se preparan para una larga batalla legal, pero mi opinión es que, eventualmente, las personas del mismo sexo se podrán casar en todo el territorio norteamericano, como sucedió con otros conflictos relacionados con los derechos civiles.
No fue fácil terminar con la segregación racial, o que las mujeres pudieran votar o abortar. En un país tan grande y complejo, todas las reformas sociales son lentas y complicadas.
En mi opinión, la ley lo que hace es reflejar un cambio social que ya existe en la sociedad norteamericana. Sencillamente, las jóvenes generaciones en todo Occidente, y por supuesto en Estados Unidos, son mucho más tolerantes que sus padres y abuelos con los comportamientos individuales.
Ya es de mal gusto hacer chistes denigratorios sobre los gays y lesbianas, mientras el juicio moral se aparta de las preferencias sexuales.
Cómo y por dónde obtienen placer las personas va dejando de ser una preocupación nacional para convertirse en una cuestión estrictamente individual.
Por supuesto, este no es el final del camino. Si hoy aceptamos que el matrimonio puede ser entre personas del mismo sexo, eso indica que mañana no discutiremos el género, sino el número.
Como antes ocurría entre los mormones, o como nos contaba la Biblia, es probable que en un futuro lejano veamos matrimonios grupales; tríos, cuartetos o quintetos que decidan compartir la vida y criar a los hijos conjuntamente.
Cuando lleguemos a ese punto, prevalecerá la misma actitud de tolerancia que hoy se abre paso: si son adultos que consienten libremente, allá ellos y que sean felices. No es una labor del Estado decidir cómo lo logran.
(Las opiniones expresadas en este artículo corresponden exclusivamente a Carlos Alberto Montaner)