Nota del editor: La corresponsal internacional senior Clarissa Ward y la productora Salma Abdelaziz pasaron seis días en una zona controlada por los rebeldes de Siria, donde muy pocos periodistas occidentales han estado en el último año. Ellas estuvieron trabajando con el productor cinematográfico Bilal Abdul Kareem en una serie de reportajes exclusivos.
DESDE LA ZONA REBELDE EN SIRIA (CNN) – Hay un momento enfermizo entre el momento en que oyes los aviones y esperas que lancen su carga explosiva. Se forma un agujero en tu estómago. Sabes que podrías morir, pero también sabes que no hay manera de adivinar dónde será el ataque.
En una colina desde donde se divisa Ariha, nuestro guardia, Abu Youssef, parece haber localizado el avión en el cielo y lo sigue con sus ojos. “Aviones rusos”, dice.
De repente se agacha. El sonido de la explosión resuena con un “fuerte golpe”.
El lugar en donde cae el ataque hay otros sonidos; sirenas; personas que gritan y piden ayuda; rescatistas que piden a gritos una ambulancia; una mujer que llora; el sonido del metal que raspa sobre los escombros mientras los voluntarios frenéticamente tratan de desenterrar y sacar a las personas de los escombros; los sobrevivientes de esta maltratada ciudad siria que maldicen al presidente Bachar al Asad y a sus aliados rusos.
En el hospital más cercano, a unos 16 kilómetros, todavía hay más sonidos: hombres que discuten mientras intentan mover con delicadeza a un chico gravemente herido desde la parte trasera de un auto; médicos que le gritan a las personas para que se hagan a un lado; un familiar que llora suavemente.
Para un visitante, existe algo vertiginosamente surrealista en esto, los sonidos se quedan contigo al igual que las imágenes, pero estos son los sonidos de la vida diaria en el norte de Siria.
Habíamos estado sobre el terreno durante menos de 24 horas cuando los ataques aéreos impactaron. Ahora, tras cinco años de guerra, los ataques contra las áreas controladas por los rebeldes son incesantes, principalmente desde el aire.
Esto comenzó con bombas de barril fabricadas de forma rudimentaria, y que fueron lanzadas aparentemente al azar, desde la parte trasera de helicópteros de la Fuerza Aérea Siria. Entonces, el pasado septiembre, Rusia se unió a la lucha y los ataques aéreos –miles de ellos– se volvieron incluso más potentes y severos.
Rusia dice que solo está seleccionando como objetivos a combatientes “terroristas”… que son parte de ISIS y de la filial de al Qaeda, Jabhat al-Nusra. Pero el ataque que vimos impactó en un mercado de fruta.
Las personas comunes que andaban afuera comprando fruta en un minuto estaban discutiendo sobre el precio de las naranjas y al minuto siguiente estaban muertas.
Los grupos de supervisión dicen que casi 2.000 civiles han muerto desde que inició la intervención rusa.
Lo que no se dice
“Cada día lucho pensando si envío a mi hija a la escuela”, me dice una joven mujer.
Estamos sentados sobre almohadas en el suelo de una casa en Maarat al-Numan, una ciudad devastada por ataques aéreos en los últimos meses. Su hija de seis años permanece junto a ella, y mira tímidamente a los visitantes extranjeros mientras se muerde el pelo.
“Por supuesto que quiero que ella reciba una educación, pero cada vez que se va de la casa siempre existe una posibilidad…” Su voz se apaga. No termino la frase por ella. Siempre existe la posibilidad de que no regrese, siempre existe la posibilidad de que sea asesinada, siempre existe la posibilidad de que quede mutilada en un ataque.
Varios sirios me han contado que no escuchas los aviones si eres el blanco del ataque, solamente los escuchas si no eres el blanco. Eso parece proporcionar algo de consuelo… al menos no sabes que vas a morir en los instantes antes de que ocurra. No comparto este pensamiento con la joven, solo apruebo de manera silenciosa.
Ahora en Siria, hay muchos silencios, gran parte se queda sin decir. Las preguntas son recibidas generalmente con recelo pues una cultura de miedo impregna el lugar.
Casi ningún periodista occidental ha visitado esta parte del país en más de un año. Turquía ha cerrado todos menos la frontera hacia las zonas controladas por los rebeldes… y en el interior, la amenaza de ataques aéreos y secuestros indiscriminados se avecina.
Viajamos encubiertos, usamos una nicab, un velo negro que cubre toda la cara, excepto un pequeño corte en los ojos.
No toma mucho tiempo que la gente imagine que soy extranjera, sin embargo muy pocos preguntan de dónde soy o qué estoy haciendo aquí. Ellos saben que es mejor no hacer tales preguntas, y en cambio ellos cuentan sus historias pues quieren que el mundo sepa.
David y Goliat
El recorrido para llegar a Alepo es ahora extremadamente difícil y peligroso. Las tropas terrestres de Assad han usado la cobertura aérea rusa para rodear a los rebeldes que controlan la parte oriental de la ciudad, donde hasta 320.000 personas pueden estar atrapadas.
Ahora solamente hay una carretera que los rebeldes pueden usar para entrar y salir de la ciudad –la que alguna vez fue el centro de movimiento económico y cultural más grande de Siria– y además está flanqueada por todos lados por las fuerzas enemigas. Los francotiradores están por todas partes. Ellos la llaman la carretera de la muerte.
Nosotros recorrimos la carretera a toda velocidad con los corazones en la garganta. Miro los terraplenes construidos a ambos lados para ocultar los autos de la vista del enemigo. Ellos parecen ser patéticamente vulnerables.
Viene a mi memoria el recuerdo de una visita a Siria cuatro años atrás cuando un líder rebelde orgullosamente me enseñó un arma en la que habían trabajado durante meses. Era una catapulta casera, una catapulta para luchar contra los proyectiles de artillería. “David contra Goliat”, me dije a mí misma. No sabía si reír o llorar.
Se aproximan desde todos lados
“El primero fue mi nieto, luego fue su primo, mi hijo, el hijo de mi hija, mi hijo de en medio y uno de sus hijos, luego mi tercer hijo y su hijo. Todos murieron en las lineas fronterizas, y doy gracias a Dios por eso”.
En un oscuro y apretujado campamento en el este de Alepo, Souad, de 70 años de edad, enumera a los miembros de la familia que han sido asesinados mientras luchan en esta guerra. Sus ojos blanquecinos miran inexpresivamente al aire mientras los cuenta a todos con sus huesudos dedos.
Son nueve en total. Mi cerebro tiene dificultad para procesar la magnitud de la pérdida. No hay lágrimas, hace tiempo que la tristeza y la pérdida se endurecieron y se convirtieron en una sombría aceptación, lo que ha sido posible gracias a una fe inquebrantable en Dios.
“Yo doy gracias a Dios por cualquier situación, escucho las noticias y le doy gracias a Dios por cualquier cosa”, dice Souad, ajustándose su pañuelo negro en la cabeza. “Nosotros venimos de Alá y a él volvemos”.
Su nieto se sienta a su lado mientras ella habla, escuchando con atención mientras se toma a sorbos el denso y negro café arábigo. Él aparenta 40 pero probablemente esté por cumplir los 30. Su barba es larga y usa pantalones de camuflaje. Él es un combatiente de Ahrar al Sham, un grupo islamista rebelde que está combatiendo en tres frentes. En uno está el ejército de Assad, en el otro está ISIS y en el tercero las fuerzas kurdas están al acecho.
Cuando me dirijo a él, él mira hacia abajo con timidez para evitar verme a los ojos. Para algunos, podría parecer machismo o desdén, pero yo lo entiendo conforme a su intención, como un gesto de respeto.
Yo pregunto que ocurrirá si él fuera asesinado… si Souad continuaría aquí el Sukkari, un barrio destrozado por las bombas rusas y del régimen.
Sí, me dice ella. Ella se quedará aquí hasta que muera.
La guerra contra la normalidad
El doctor Firas al Jundi no tiene mucho tiempo para sentarse con nosotros. Él es uno de un puñado de cirujanos en el único hospital que todavía queda en pie en Maarat al-Numan. El mes pasado, el hospital más grande, sostenido por Médicos Sin Fronteras, fue destruido por ataques aéreos. Veinticinco personas fueron asesinadas. El grupo dijo que ellos creían que los responsables fueron los misiles rusos o del régimen. Rusia ha negado categóricamente su participación.
Jundi nos cuenta que él ahora atiende hasta cien personas en un día. Su rostro está gris y tiene grandes ojeras, es el rostro de alguien que no sabe qué más pensar o sentir, de alguien que hace las cosas de manera mecánica. Cuando él habla, presiona sus manos hacia abajo sobre el escritorio, como si de alguna manera fuera lo único que lo sostiene.
Él nos dice que no tienen suficiente medicina, que el agua está demasiado sucia para usarla para cirugías. Él dice que, a pesar de que lo niegan, el régimen y Rusia de manera deliberada y cínica están realizando ataques dirigidos contra hospitales, que cuatro hospitales fueron alcanzados en un mismo día el mes pasado y que ellos quieren destruir todos los servicios médicos para forzar a la gente a huir.
Yo le pregunto por qué no abandona Siria pues con un título de medicina sería relativamente fácil para él ir a algún sitio más seguro. Él hace una pausa antes de contestar, puedo escuchar cuando traga.
“Si yo hiciera eso abandonaría mi conciencia”, dice Jundi. Su rostro se descompone y gime suavemente, él se está desmoronando.
“Este es nuestro país, nosotros no podemos abandonarlo. Si nosotros lo dejamos, entonces nosotros habremos vendido nuestros valores morales. ¿Quiénes cuidarían entonces a las personas?” Él se detiene y solloza, yo me clavo las uñas en mis palmas para detener mis propias lagrimas.
“Yo podría salir muy fácilmente, pero vamos a permanecer firmes”, continúa diciendo, cada vez más fuerte a medida que continúa. “Estoy preparado para morir antes que para irme. Y voy a continuar, sin importar cómo”.
Este es el tipo de valentía que te deja desconcertado. El día anterior, entrevistamos a un abogado que sobrevivió un bombardeo en un juzgado. Fue uno de los dos juzgados que visitamos y que había sido nivelado. “Este es el impuesto que pagamos por vivir en una zona liberada”, dijo él con naturalidad mientras estábamos sobre los escombros.
Assad y sus aliados rusos dicen que la suya es una guerra contra el terrorismo. Pero en la tierra, la gente cree que la vida cotidiana es el objetivo, es una guerra contra la normalidad.
¿Vas a resolver una disputa en el tribunal? Serás nuestro objetivo. ¿Vas al hospital a que te revisen el corazón? Serás nuestro objetivo. ¿Vas a comprar un poco de fruta? Serás nuestro objetivo.
“Imagínate que te estás ahogando’
Miro por la ventanilla del auto a través del corte en mi nicab. “La democracia es la religión del Occidente”, se lee en un letrero en blanco y negro. Hay muchos letreros como este en en estos lugares ahora. Las vallas instan a los hombres a unirse a la yihad contra Assad y alientan a las mujeres a cubrirse por completo. Conducimos a través de uno y otro puesto de control a cargo de Jabhat al-Nusra, la afiliada de al-Qaeda aquí.
El radicalismo que se ha apoderado de las zonas controladas por los rebeldes en Siria es más pronunciado cada vez que viajo hasta aquí, pero la escritura ha estado en la pared durante años.
En 2012, le pregunté a la entonces Secretaria de Estado, Hillary Clinton, si le preocupaba que los grupos islamistas y yihadistas pudieran explotar el vacío creado por el caos y la violencia en Siria si la comunidad internacional de alguna manera no llenaba el vacío. Ella hábilmente evitó responder a la pregunta.
Casi todos los que conoces aquí te dirán que quieren vivir libremente y de manera justa. Pero la mayoría también te dirá que quieren vivir bajo algún tipo de gobierno islámico.
Las personas te dirán que odian el extremismo. Sin embargo, Jabhat al-Nusra goza de una gran cantidad de apoyo en tierra.
Es una relación conflictiva y complicada. Un joven activista de los medios de comunicación me dijo sin miramientos que él odiaba a al-Nusra… y a continuación, añadió que su primo era uno de sus combatientes.
Hace años, un médico sirio-estadounidense me lo explicó de esta manera: Imagínate que te estás ahogando, que estás a punto de morir y que desesperadamente buscas alguien que te ayude, pero no hay nadie allí.
Pero luego ves a alguien que te extiende sus manos. Y talvez no te gusta el aspecto de esa persona, pero es tu única oportunidad para sobrevivir, así que tomas su mano.
El infierno y el paraíso
Es nuestro último día en Siria y estamos en un olivar bañado por el sol cerca de la frontera con Turquía. Es algo espectacularmente bello, incluso sereno… un mundo lejos de la devastación de la cual fuimos testigos horas antes en el sitio de un patente ataque aéreo en la localidad de Daraat Izza.
Los contrastes y contradicciones de este país me dejan con una sensación de mareo. Siria es el infierno, pero al estar de pie en el cálido sol, y ver el las hojas verde plateado de los olivos estremeciéndose en la brisa, también es un paraíso. Un alto el fuego ha estado en vigor durante un par de días, aunque en base a lo que hemos visto y oído, es difícil tener mucha fe en que realmente se mantendrá.
Nos preparamos para salir y nos despedimos. Les entregamos una bolsa llena de chocolates británicos a nuestros guardias de seguridad. Any Youssef nos agradece silenciosamente y nos da a cada uno de nosotros un trozo de papel blanco con nuestras iniciales escritas en ellos.
“Prométanme que no los leerán hasta que lleguen a su hogar en Londres”, nos dice.
Dos vuelos y 72 horas más tarde, abrimos las cartas.
Leemos: “Espero que tengas una buena idea de nosotros”. “Por favor, dile al mundo la verdad sobre Siria”.