Miguel Guadalupe, autor de esta columna de opinión, antes y después de decidir tener una vida más sana.

Nota del editor: Miguel Guadalupe se graduó de la Universidad Wesleyan y ha trabado en la industria financiera y tecnológica por más de 15 años. Es esposo de María Santana, corresponsal en Nueva York de CNN en Español. Sus artículos han sido publicados en HLN.com, The Huffington Post, Latino Rebels, Llero.net y ‘The Father Life’, una revista digital para padres. Puedes seguirlo en @miguad98. Las opiniones expresadas en este texto corresponden exclusivamente al autor. 

“¿Comió antes de hacerse el análisis de sangre la semana pasada?”, me preguntó el médico.
“No, ayuné como me dijo”, le respondí.
El médico hizo una pausa. “Tenemos que hablar”.

Eso es quizás lo peor que puede oír de su médico cuando recibe los resultados de lo que cree que será un examen anual común y corriente. Pero así estaba, escuchándolo por primera vez. Estaba casado, con dos hijos, trabajo, casa y cumplía con todos los “requisitos” de un adulto responsable.

Pero también tenía sobrepeso, y era visible. Para una persona que a los 24 años pesaba 75 kilos con una altura de 1,77 metros, llegar a 99,7 kilogramos cerca de los 40 años era un gran salto. En la universidad mis pantalones eran talla 30 de cintura y ahora estaba comprando mis primeros pantalones talla 38. El médico me lo explicó. Tener sobrepeso era solo el comienzo. Por primera vez, mi LDL estaba por encima de la norma. Mi glucosa en sangre era elevada, incluso prediabética. Fue muy claro: “tenemos que bajar estos números o pronto necesitará medicación”.

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Era una conversación para la que no estaba preparado. Crecí relativamente saludable, delgado en cuanto a mi peso. Pero los últimos años, hacía menos actividad y estaba enfocado en mi trabajo y mis hijos, y no en mí. También hacía un viaje de 90 minutos al trabajo, casi diariamente. Eso, cuando no tenía que cubrir en avión 3 o 4 ciudades, a razón de una por día, reuniéndome con clientes y promocionando mi empresa. En esas ciudades tenía un almuerzo de negocios tras otro, tragos en la noche y al día siguiente volvía a empezar. Cuanto más trabajaba, más sentía que perdía el control.

En casa, mi dieta consistía en lo que lográramos que comieran los chicos. En la prisa matutina, rumbo al trabajo, me compraba de pasada el desayuno en un local de comida rápida y tomaba café con mucha azúcar y medidas extras de expreso. A la noche, mi esposa y yo, extenuados por el día laboral, buscábamos la comida más fácil de preparar y por lo general terminábamos sacando del refrigerador alguna bandeja congelada de pasta.

Hubiera sido fácil desestimar estos cambios como parte de ser padre, de estar casado, o de crecer. Hubiera sido fácil simplemente justificar los cambios como algo que ocurre porque los latinos tenemos curvas y nos gusta la comida. Ya hacíamos bromas desenfadadas sobre el “cuerpito de padre” con amigos en similar situación. Pero si fuera honesto conmigo mismo, tendría que reconocer que los efectos en mi salud eran reales y anormales. Yo no tenía energía para seguirle el ritmo a mis hijos. Mi apetito sexual era inferior al normal, estaba constantemente agotado, pero sentía que no dormía lo suficiente. Esto también redujo mi agudeza en el trabajo, haciendo que tuviera que trabajar más para enfocarme en algo rutinario.

Miguel Guadalupe, autor de esta columna de opinión, antes y después de decidir tener una vida más sana.

Las palabras de mi médico me impactaron debido mi historial familiar. Pocos hombres en mi familia vivían más allá de los 60. Mi padre había muerto unos años antes de un derrame cerebral y un Alzheimer de inicio temprano. Mi tío, de un ataque cardíaco. Mi otro tío murió de sobredosis, deprimido por estar a punto de perder un pie por problemas circulatorios. Mi madre y sus hermanas luchaban contra la obesidad. Siempre tuve la visión de cómo sería un futuro con problemas de salud irreversibles. Era lo común.

Sabía que no era el único. Según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de EE.UU., los hispanos tienen un 50% de riesgo de tener diabetes y 1 de cada 3 son prediabéticos. La Asociación Cardíaca Estadounidense dice que casi la mitad de los hispanos no saben siquiera que tienen el colesterol alto y un 30% de los que sí lo saben, no se tratan. El colesterol es la principal causa de derrames cerebrales, la razón por la que mi padre quedó en estado vegetativo, lo que permitió que el Alzheimer lo devastara.

Recuerdo un verano en México, a los 15, en que me hospedé con una familia. El padre era dueño de un bar y la madre trabajaba para la ciudad de San Juan del Río, en Querétaro. Fueron buenísimos conmigo. El padre era muy alegre y bondadoso. A diferencia del mío o de mi padrastro, era atento, cariñoso y estaba presente. Vivía para su familia. Pero unos años después me contactaron para decirme que había muerto de un ataque cardíaco. La tragedia me impactó porque, a pesar de ser un gran padre, a pesar de todas sus buenas intenciones, se perdería toda una vida de cumpleaños, casamientos y ceremonias de graduación de sus seres queridos.

Yo no iba a ser una estadística. Tenía dos niñas asombrosas y no tenía sentido que trabajara tanto si después no iba a estar para mis hijas. Tenía una esposa, y si bien acordamos que estaríamos juntos en las “buenas y las malas,” no iba a hacerla pasar por las malas si podía evitarlo. Pero esto requeriría tomar muchas decisiones difíciles. Así que escuché. Pero también me dije dos cosas: primero, no dependería de un medicamento. Segundo, iba a cambiar no solo para mejorar mi vida sino para mejorar todo mi estilo de vida.

Sabía que lo primero era reducir mi viaje al trabajo. Me pasaba 3 horas por día en la calle y llegaba a casa sin energía para nada. Pedí en el trabajo que me redujeran los días en la oficina a solo un día por semana. Podía trabajar desde casa con facilidad y mis años de cumplir metas me habían otorgado cierta flexibilidad. Al fin y al cabo, tuve que decirles que no podía hacer ese trayecto a diario y si no podían ajustarse, tendría que buscar otro trabajo. Ya estaba buscando otro empleo por las dudas. Tomó aproximadamente un año de conversaciones y negociaciones, pero lo aceptaron. Finalmente, sin embargo, tomé otra decisión difícil que fue cambiar de profesión y pasarme al área sin fines de lucro. Estar feliz en el trabajo y con la profesión es clave para la salud en general.

También sabía que los cambios a largo plazo debían ser graduales al comienzo. Tenía que poner mucho esfuerzo y tiempo en volverme más activo. No quise empezar mi actividad física, que me costara avanzar al principio, desanimarme o cohibirme, y abandonar antes de ver resultados. Así que comencé con unos videos de ejercicios, cada día, en mi sótano. Perdí casi 7 kilogramos en unos 2 meses. Mi meta era enfocarme en ese tiempo debido a estudios que dicen que se necesitan unos 2 meses de actividad continua para que algo se convierta en un hábito. Quise asegurarme de acumular varias semanas de estar enfocado. Me anoté en un gimnasio cuando estuve seguro de que no sería una decisión pasajera.

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Supe que para lograr cambios iba a necesitar ayuda. No quería quedarme en hacer ejercicios, quería resultados y entender lo que sucedía y cómo me podía afectar el cuerpo. Así que contraté a un entrenador personal. Me aseguré de entrevistar a varios para entender cómo entrenaban, cuál era su estilo (consejo, no se anote con el primero que le ofrezcan en su gimnasio). Realmente creo que esta fue una de las mejores inversiones que hice en mi salud. Porque la clave del éxito y de mantenerse motivado era armar un plan, establecer las expectativas, y al mismo aprender cómo responde el cuerpo y cómo hacer bien las cosas. A veces hay que dejar el orgullo y la inseguridad a un lado y permitir que nos ayude un experto. Mi entrenador me mantiene motivado y me empuja mucho más allá de dónde me empujaría yo, si estuviera solo.

Emprender un camino hacia la salud tiene un significado distinto para cada persona. A veces requiere un pasatiempo para mantenerse motivado. Hay quienes se anotan en algunas carreras de 5 kilómetros o en maratones. Otros hacen ciclismo, o triatlones. En mi caso, mi disfrute llegó con las carreras de obstáculos. Mi meta no era ganar, sino ponerme metas al correr, entrenamiento de fuerza, resistencia, o probarme a mí mismo en una carrera. Las carreras de obstáculos se convirtieron en un símbolo en mi vida: enfrentar los obstáculos sin rodeos, sí o sí, siempre hacia adelante. Mis amigos me apoyaron acompañándome en las carreras y hasta corrí con mi esposa e hijos. Aún soy un novato en esto, y obtuve mi primera “trifecta” de Spartan el año pasado.

La dieta es lo más difícil para mí. Enseguida me di cuenta de que la dieta que tenía a los 20 ya no sirve a los 30 y mucho menos a los 40. Para los latinos, la obesidad se atribuye principalmente a la falta de opciones sanas en los barrios latinos, pero también a las porciones que suelen ser más grandes en EE.UU. Mi desafío era encontrar la manera de disfrutar de nuestra asombrosa comida en porciones más pequeñas y reducir el nivel de grasas y carbohidratos que saboteaban el trabajo que estaba haciendo en el gimnasio. No soy perfecto, pero en general, pude reducir con constancia las porciones que solía comer. Busqué opciones de almuerzo más sanas y suplementé mi dieta con vitaminas y bebidas de proteínas para mantener fuerte el cuerpo. Y si bien no es tan simple como parece, en mi opinión, la manera más fácil de evaluar si estoy trabajando o no en pos de mis metas, es pensar en el principio de calorías consumidas frente a calorías gastadas. Es importante que las familias brinden su apoyo y, para muchos, esto es algo difícil. Cuando uno deja el plato por la mitad y no quiere más, cuesta negarse a la insistencia de la tía o a la suegra. Pero si les explicamos nuestras metas y camino a la familia, quizás se conviertan en los mejores aliados.

Mi historia no es el de un gran cambio corporal. Yo no iba a estar en un programa de telerrealidad, ni me tomaría una foto vistiendo ropa de natación vieja. Mi historia es la de un hombre que vio de antemano el camino que recorrería en caso de tomarse en serio a sí mismo y a su salud. Si usted es como era yo, tómese el tiempo de invertir en lo más importante que tiene: su salud. Recuerde que no puede cuidar a su familia si no puede cuidarse a sí mismo. Si no tiene tiempo, hágase un espacio en su agenda. Si su trabajo o su estilo de vida no le permiten hacer esa inversión, hable seriamente con sus seres queridos sobre cuáles son sus verdaderas prioridades y cómo quiere que sea su futuro. También necesita rodearse de personas que lo apoyen en su camino. Encuentre amigos, un equipo, gente en internet, con quien compartir información, historias de éxito y fracaso, para alentarse mutuamente hacia la meta. Las familias, en especial las familias latinas, podemos apoyarnos en nuestro camino a estar sanos e, incluso, podemos recorrer este camino juntos.

Mi camino continúa. En ese tiempo recorrido perdí más de 18 kilogramos y fortalecí mi músculo sano. Aún corro carreras de obstáculos y estoy por lograr mi segunda “trifecta”. No tengo una meta sobre el peso, pero sí un rango que mantengo desde hace 3 años. Mis hijos ya no tienen que esperarme a que recupere el aliento cuando jugamos juntos. De hecho, mi enfoque los inspiró para realizar sus propios emprendimientos. Hasta mi hija más pequeña creó obstáculos en nuestro jardín y simula correr. Si bien nunca nos faltó pasión en nuestra relación, un beneficio extra es que mi esposa ha notado los resultados. Mi nueva profesión es muy gratificante, y aquellos con quienes trabajo me respetan y me alientan a que continúe en la búsqueda de mantenerme sano.

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Algo maravilloso ha sido cómo otras personas de mi edad, en particular otros padres (y mamás también), me contaron que se inspiraron en mi recorrido. En cómo alguien sin experiencia deportiva intenta enfocarse en ser una mejor versión de sí mismo.

Han pasado tres años desde esa visita trascendental. Mis niveles de glucosa y colesterol en sangre y mi salud en general están como si nunca hubiera tenido problemas iniciales. Como un hombre de más de 40, quizás nunca gane una carrera, ni llegue a tener abdominales dignos de Instagram, pero estoy más fuerte, más sano que hace 20 años. Aún más importante, me demostré a mí mismo que puedo controlar mi salud y hacer lo necesario para estar aquí todo el tiempo posible, con la gente que amo.