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(CNN) — Pertenezco a una especie en extinción. Me encuentro entre la, cada vez más reducida, porción de estadounidenses que no han puesto un pie en el territorio de los smartphones.

La consultora Nielsen reportó que hasta julio pasado, el 55,5% de los suscriptores a un plan de telefonía móvil en Estados Unidos, poseían unsmartphone, o teléfono inteligente, un cambio significativo respecto al 41% registrado un año antes. Este resultado se obtuvo antes del lanzamiento del iPhone 5, que seguramente incrementó dicho porcentaje.

Las cifras no mienten. La gente como yo está perdiendo relevancia. Nos ocurrirá lo mismo que a la videocasetera que aún poseo y que nunca aprendí a usar.

Este hecho te dice todo lo que necesitas escuchar. Claro, no tengo la seguridad de que podré entender cómo usar tu smartphone, pero la verdad es que en realidad no quiero.

Antes de extinguirme quiero explicar y defender mi postura sobre mistupidphone. Y quiero que quede claro que no soy una abuela de 90 años, solo tengo 43.

Trabajo en un ambiente en donde estoy rodeada por expertos en tecnología y me queda claro que soy extravagante. Sin embargo, fui contratada para hacer reportajes y escribir historias —para hablar y escuchar a la gente, concentrarme y relacionarme con seres humanos—y francamente, no me avergüenza hacer mi trabajo sin tener un teléfono sofisticado.

Mi aversión tiene que ver con quién soy y con quién no quiero ser, y con eso me refiero a muchos de ustedes.

Empecemos con la genética

En el bufete de mi difunto padre despidieron a un tutor cuando no pudo recordar cómo encender su computadora. Sufría con las llamadas en espera de una forma solo igualada por mi madre, quien sigue sin tener correo de voz en su celular, que es aún más estúpido que el mío.

Sin embargo, mi historia favorita es acerca de uno de los primos de mi padre. Años después de que los celulares se volvieran comunes, decidió que por fin estaba listo. Así que se compró un teléfono, lo llevó a casa y lo dejó entre otros artículos en la mesita del café. Durante los días siguientes, intentó usarlo esporádicamente. Lo acercaba a su oreja pero nunca obtuvo tono de llamada. Llamó a otras personas, pero nadie lo escuchaba ni le contestaba.  Así que se dirigió a la tienda de celulares, arrojó el suyo sobre el mostrador y dijo: “Esta cosa no sirve”. El hombre detrás del mostrador lo recogió, miró al primo de mi padre y dijo: “Señor, esto es un control remoto”.

Comparto esta historia porque trata de mi familia. Formo parte de una tribu que vive perfectamente feliz sin la tecnología, que desconfía y no necesita de los avances tecnológicos.

Cuando murió mi laptop hace unos años, me aventuré por primera vez en una tienda Apple. Huí dos veces, una de ellas casi llorando, asustada por los hipsters que hablaban en clave. Pero me armé de valor y regresé unas semanas después para comprar una MacBook Pro.

La gente juraba que eso cambiaría mi actitud hacia la tecnología. Dijeron que era intuitiva, algo bueno ya que no leo los manuales de instrucciones. La compré porque era bonita.

Después de tres años, esa cosa aún no me encanta.  De hecho, la odié por gran parte del tiempo, en parte porque la pantalla me parecía muy difícil de ver. Imaginen mi sorpresa y gratitud cuando hace poco un colega pasó junto a mí, se acercó y oprimió un botón un montón de veces, y entonces todo brilló ante mis ojos.

Pude haberlo abrazado. Y pude haber tropezado cuando salté para abrazarlo, lo que me lleva a mi siguiente argumento.

Soy torpe

Tiro cosas. He escuchado demasiadas veces el chapotear de un teléfono que vuela del bolsillo de mi chaqueta hasta el retrete. Cada vez que mi rayado teléfono cae al suelo, agradezco no tener que cambiar una pantalla rota.

También están esos videos de usuarios de inteligentísimos smartphones mirando al objeto de su adicción mientras se caen de los andenes del metro, dentro de fuentes o chocan con los postes. Soy perfectamente capaz de hacer eso sin la ayuda de un teléfono.

Agradezco no saber lo que es anhelar una cosa de esas.

Mientras la gente acampaba desde la noche anterior y luchaba con las muchedumbres  para poder hacer fila y comprar su quinto iPhone, yo me relajaba.

Ahora, me río mientras llueven las quejas: es demasiado ligero y se raya fácilmente. Hay problemas con sus mapas, baterías que se agotan demasiado rápido, cables de alimentación que necesitan ser reemplazados. Y mi favorita: fotos moradas. ¡Horror! ¿Quieren saber cómo hago para sortear esta injusticia telefónica? Uso una cosa a la que me gusta llamar cámara.

Me gusta decir que estoy esperando a que estos tipos de Apple sepan lo que están haciendo para que no tengan que seguir reinventando el artefacto una y otra vez. De verdad, si espero un poco más, ¿el siguiente dispositivo no será mucho mejor?

Cuando la gente dice que muere por el gadget más reciente, para reemplazar al actual que funciona perfectamente, no puedo evitar pensar en los niños que acabo de visitar en un campo de refugiados quienes mueren por el único tazón de comida que les dan en un día.

Espero que cualquiera que gaste varios cientos de dólares en un teléfono ayude a los necesitados. Si los dos millones de adictos que compraron un iPhone 5 en un lapso de 24 horas donan tan solo diez dólares a los niños hambrientos o a cualquier otra causa ese día, entonces aplaudiría su entusiasmo.

Pero primero me gustaría preguntar a la gente que se instaló afuera de las tiendas de Apple: ¿Se formarán así para votar el próximo mes?

Me doy cuenta de que probablemente sueno como una santurrona, pero me parece que esta mentalidad del deber tener es absurda y raya en el mal gusto. Simplemente no entiendo la obsesión, en especial cuando es con algo que probablemente rompería o ahogaría. Ahora, si hablamos de un par de botas grandiosas, definitivamente las compraría. Pero esto no. Al menos todavía no.

Reconozco que inevitablemente llegará el momento en el que tendré que dar el salto. En algún momento ya no habrá teléfonos como el mío. Además, tal vez debería averiguar a qué se debe tanto alboroto. La gente dice que amaré mi smartphone cuando lo tenga.

No volveré a ser la misma

Tal vez eso es lo que más me desanima. No quiero recibir las fotos de la cena de alguien cuando yo estoy cenando. No quiero abandonar una conversación real porque una amiga cualquiera usó una aplicación para hacer check in en la estética en donde se depila las cejas. No quiero leer correos del trabajo durante mis vacaciones en la playa si podría estar leyendo una novela de esas hechas de papel, ¿las conocen?

Tampoco quiero que me pase lo que le pasó a Alec Baldwin y me echen de un avión por jugar Words with Friends que estoy segura no podré dejar.

Me conozco demasiado bien. Cuando estoy frente a mi computadora, reviso mis correos y el Facebook más de lo que debería. Por eso no tengo galletas, queso o helado en casa; si las tengo, no puedo contenerme. Si tuviera un smartphone, temo que sería mi fin.

¿Podría ser una de esas personas que se pone a ver videos de gatos en vez de prestarle atención a la persona que está conmigo? ¿Me gustaría más compartir fotos de naturaleza que salir a disfrutarla? ¿Podría permitirme momentos libres de distracciones solo para pensar en la vida?

Si alguna vez me vuelvo una persona que se la pasa todo el tiempo mirando alguna iCosa o tomándose fotos en una junta o en una fiesta, desde ahora les digo que me golpeen.

Hace casi un año, me di cuenta súbitamente de que me estaba acercando centímetro a centímetro al cambio. No un cambio del tipo inteligente, por cierto, pero me di cuenta de que estaba coqueteando con la semi inteligencia.

Estaba cenando en Nueva York. Compartía la mesa con un devoto fanático de los gadgets. Me escuchó hablar de mi stupidphone y me dijo que se lo prestara. Lo hice y me perdí en las historias compartidas, en el pan pita caliente, el hummus y el vino. Él estaba ausente, haciendo lo que sea que los fanáticos de los gadgets hacen.

Después de un rato, dejó mi teléfono. Me miró con una sonrisa compasiva. Entonces, dijo algo que haría que mi familia se sintiera orgullosa: “Cariño, odio decirte esto, pero tu teléfono no es estúpido”.

Resulta que mi teléfono, el que he tenido durante años, puede hacer… cosas. Exactamente qué, no tengo idea. Pero por ahora, estoy segura de que lo más inteligente es seguir así.