Nota del editor: Camilo Egaña es el conductor de Camilo. Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor.
Lo bueno de trabajar en CNN es que no parece un trabajo; lo malo es que la gente lo percibe a uno más listo de lo que es.
Una radio local me ha despertado hoy para preguntarme sobre la prohibición del uso del burkini en ciertas playas francesas.
El burkini es una cosa horrible según yo —que padezco claustrofobia— con la que algunas mujeres musulmanas solo dejan descubiertos los pies, la cara y las manos.
Quienes desde el poder defienden su prohibición alegan “higiene” y “seguridad” ante el potencial zarpazo terrorista. Dicen además que es un símbolo del sometimiento de la mujer e invocan una verdad como un templo: que Francia, gracias a Dios, es un estado laico.
“Las playas, como todo espacio público, tienen que preservarse de toda reivindicación religiosa”, ha dicho el primer ministro francés, Manuel Valls.
En Francia están prohibidos el burka, por tapar el rostro de la portadora y el niqab, que solo deja ver los ojos. Y también están prohibidos en las escuelas primarias y secundarias todos los signos religiosos considerados llamativos.
Pero, ¿qué hacer con las kippá judías o las cruces cristianas que uno ve en las playas francesas? ¿Hay alguna evidencia de que las mujeres que usan burkinis estén relacionadas de alguna manera con el terrorismo?
¿Alguien les ha preguntado a los musulmanes moderados su opinión al respecto?
Yo creo que quien se embute en un burkini debe ser tan libre de hacerlo como el que lo detesta.
A mí eso de prohibir me da urticaria. Que cada quien diga lo que crea conveniente sobre el burkini, pero que no olvide lo que sucedió hace más de sesenta años cuando apareció la primera chica con un bikini, una minifalda y el brasier en la mano, como si fuese una bandera. Y aquí estamos, como si nada.