Nota del editor: Michael D’Antonio es el autor del libro ”Never Enough: Donald Trump and the Pursuit of Success”. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas del autor.
(CNN) – Al igual que la mayoría de los niños pequeños, Donald Trump puede ser desalmadamente honesto, como cuando una vez dijo: “Cuando me recuerdo en el primer grado y me miro ahora, básicamente soy el mismo. El temperamento no es tan diferente”. El problema es que aquel niño del primer grado es ahora presidente de Estados Unidos, y su temperamento está en exhibición para que el mundo lo vea.
Impredecible, impulsivo e inmaduro, Trump actúa de una manera que se esperaría de un niño de 6 años, pero es aterrador en un hombre cuyo estado de ánimo dicta las decisiones tomadas por los adultos en nombre de la nación más poderosa del mundo.
El despido de Trump del director del FBI, James Comey, ofrece un excelente ejemplo del estilo infantil y temerario de Trump. Cuando Comey rompió con la tradición del FBI y se pronunció en forma negativa sobre la rival de Trump durante las elecciones, aunque inicialmente fue criticado por el entonces candidato Trump, más tarde fue elogiado, y efusivamente. Una y otra vez, el futuro presidente describió cómo Comey había hecho lo correcto al criticar a Hillary Clinton. Comey siguió disfrutando los beneficios de la gracia de Trump luego de su posesión, y el equipo de Trump expresó confianza en él hasta la semana pasada.
Como lo informaron John King y Jeff Zeleny, de CNN, el cambio en los sentimientos de Trump acerca de Comey fue evidente para un amigo que habló con él el fin de semana pasado y que notó que el presidente estaba “enfurecido” por el reciente testimonio de Comey en el Capitolio. Comey había dicho que se sentía “ligeramente asqueado” por la posibilidad de haber afectado las elecciones de noviembre. Esto y las continuas investigaciones sobre posibles conexiones entre los asociados de Trump y los rusos que interfirieron en las elecciones causaron una rabieta presidencial.
Al igual que muchos niños de 6 años de edad, el presidente optó por actuar basado en sus sentimientos. En cuestión de días había firmado una carta de despido del director. Pero en lugar de hacerlo de forma adulta y despedir a Comey cara a cara, Trump envió a su antiguo guardaespaldas personal Keith Schiller para notificarlo en su oficina, aunque Comey estaba en Los Ángeles.
La más reciente aparición estelar de Schiller fue la intimidación al periodista de Univisión Jorge Ramos durante un acto de Trump. Schiller, quien fuera por largo tiempo una manta de seguridad humana para Trump, está ahora en la Casa Blanca. Su aparición en el cuartel general del FBI indicó que los compinches, Trump y Schiller, estaban a cargo de este juego de poder.
Al igual que un niño que juega con los fósforos e incendia el patio, Trump se ha sorprendido por los efectos de sus acciones. Esperaba que lo aplaudieran por el despido los demócratas que resintieron el desempeño de Comey en la campaña electoral. Por supuesto, este pensamiento ignora el hecho de que Comey estaba a cargo de investigar la influencia de Rusia en las elecciones y las muy reales preocupaciones acerca de un liderazgo estable para el pueblo estadounidense. El FBI es una agencia tan vital que los directores reciben nombramientos de diez años precisamente para que no sean despedidos por un capricho presidencial.
A raíz del incendiario acto del presidente, hemos visto a los adultos a su alrededor apresurarse a apagar el fuego. El portavoz de la Casa Blanca, Sean Spicer, se reunió con su personal cerca de los arbustos en los terrenos de la Casa Blanca, mientras que los periodistas cercanos buscaban algún comentario, y Kellyanne Conway fue enviada a decir una sarta de sandeces al aire en el programa de Anderson Cooper en CNN. En un momento dado, se quejó ante Cooper de que la gente “está mirando el conjunto equivocado de hechos”.
La lucha de los funcionarios gubernamentales encargados de esclarecer la debacle Trump/Comey se parecía al esfuerzo frenético de los padres que hacen lo que pueden para proteger a los comensales cuando a un niño le da una rabieta incontrolable en un restaurante. Ellos saben que han perdido el control de la situación, pero no hay mucho que puedas hacer una vez que la albóndiga ha volado a través de la habitación y el espagueti ha sido tirado al piso.
Funcionarios de la Casa Blanca han tratado de cubrir el lío con explicaciones cambiantes. Primero fue una repentina pérdida de confianza. A continuación, una insatisfacción larga y fría. Y, más recientemente, Trump le dijo a Lester Holt, de la NBC, que despidió a Comey era porque era un “exhibicionista”. Aún así, la ecuación no cuadra.
Afortunadamente, el propio presidente, fiel a su comportamiento de alguien de primer grado, no puede dejar de darnos pistas sobre su proceso. En su primer tuit sobre la controversia, se burló del “lloriquetas” de Chuck Schumer y se quejó de que el senador por Nueva York había pasado de criticar a Comey a defenderlo. Horas más tarde se le pudo ver de nuevo tuiteando, esta vez sobre que el senador por Connecticut Richard Blumenthal “lloró como un bebé” durante una controversia anterior y sin relación aparente con la actualidad. En el tuit, que fue escrito mientras Blumenthal hablaba en CNN, llamó al senador como “Richie” y dijo: “Deberían investigarlo a él”. Luego afirmó: “Soy de goma y tú eres pegamento …”.
Ver a Trump esta semana hace recordar los días en que él mismo era un espectáculo sensacionalista en Nueva York, y sus travesuras animaban a los escritores de titulares que no podían explotar lo suficientemente su comportamiento inmaduro. El ejemplo más notable fue la guerra de declaraciones en la que se convirtió el divorcio de su primera esposa, Ivana.
Pero ahora este hombre es el presidente, y parece incapaz de controlar su temperamento aunque, a largo plazo, la madurez sirva a los intereses del país. Si quieres pruebas, basta con considerar el informe de la revista Time sobre los extraños hábitos de Trump en la Casa Blanca, incluyendo el hecho de que recibió postre extra cuando cenó con el redactor de la revista. Un adulto, al obtener dos cucharadas de helado cuando otros en la mesa sólo recibieron una, rápidamente procederá a llenar los platos de sus compañeros. Un niño, que ve cada momento como una oportunidad para demostrar que él es el chico especial, se lo engulliría todo, como lo hizo Trump.
La solución al problema planteado por el hecho de que tenemos a un chico primer grado en la Oficina Oval radica en los sistemas que existen para tomar decisiones fuera de sus manos. Los tribunales ya han actuado para frustrarlo en su propuesta de prohibición a los visitantes musulmanes a Estados Unidos, y el Congreso tiene el poder de moderar otras iniciativas. A continuación debe designarse un asesor especial para ejecutar la investigación sobre la intromisión rusa, que podría ser nombrado por el vicesecretario de Justicia, Rod Rosenstein.
Rosenstein fue el autor de un memorando crucial que la Casa Blanca cita para justificar el despido de Comey. Por lo visto, él es un adulto que entiende la necesidad de una investigación creíble sobre el papel de Rusia en las elecciones del 2016. Debe actuar antes de que sea golpeado por una albóndiga.