COLUMBUS, Nuevo México (CNN) – En quinto grado, JoAnna Rodríguez está en su camino hacia el autobús escolar cuando se da cuenta de que ha olvidado algo importante. No es la tarea ni el almuerzo. Saca un teléfono celular y llama a casa, mientras rebusca en su mochila.
“Mamá, se me olvidó mi pasaporte”, dice ella.
JoAnna, de 11 años, necesita demostrar que es ciudadana estadounidense para llegar a la escuela. Esta autoproclamada futura enfermera es una de los casi 800 estudiantes estadounidenses que viven en Palomas, México, y cruzan la frontera con Estados Unidos cada mañana para asistir a la escuela pública en las cercanías de Columbus.
Desde hace más de cuatro décadas, la constitución del estado de Nuevo México garantiza a los ciudadanos estadounidenses una educación gratuita, sin importar dónde vivan. Esto da a familias que enfrentan la deportación la oportunidad de vivir juntos en México, sin sacrificar la educación de sus hijos en EE.UU. Y crea escenas como esta en un control fronterizo.
De acuerdo con Aduanas y Protección Fronteriza, cientos de estudiantes cruzan otras partes de la frontera entre Estados Unidos y México para asistir a la escuela en lugares como El Paso, Texas. Para esos estudiantes, sin embargo, la educación en Estados Unidos no es gratis. Ellos pagan para ir a escuelas privadas.
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A las 8 de la mañana, una fila de niños inquietos se extiende fuera de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza del puerto de entrada de Columbus, donde los agentes molestan a los estudiantes durante el escaneo de pasaportes y la inspección de sus pertenencias. Voltean sus cuadernos, abren sus bolsas de comida y hacen preguntas.
“¿Qué hay en la bolsa?”, pregunta un agente.
“Dulces”, responde una niña de ojos color avellana con una camisa de color rosa brillante.
Cuando sus hijos cruzan la frontera hacia Nuevo México, las madres les dicen adiós, de puntillas, antes de regresar a México. Muchos de los padres de estos niños fueron deportados y no se les permite pasar más allá de la barrera que se ha convertido en una forma de vida aquí.
La valla divide las dos ciudades, pero no ha impedido que la cultura de ambos países se filtre a través de ella. Encontrarás tacos y hamburguesas en ambos lados. Las calles están llenas de vendedores que hablan en inglés y español, y el pop americano y la música norteña mexicana se puede escuchar desde los coches en Columbus y Palomas.
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Cada mañana, los autobuses esperan en el lado estadounidense para llevar a los estudiantes hacia una educación en Estados Unidos.
Es un viaje en autobús de apenas 8 kilómetros. Tan cerca, y sin embargo, para algunos de sus padres, tan lejos.
La familia Rodríguez
El padre de JoAnna, Jesús Rodríguez, es mecánico. Él es optimista, y ama los animales y el campo.
Su madre, Arianna Rodríguez, trabaja con estudiantes de educación especial. Ella es la roca de la familia.
Hay uns diferencia grande entre ellos: ella es ciudadana estadounidense. Él no.
Jesús, de 35 años, nació y se crió en Zacatecas, México. Fue deportado de EE.UU. en 2007 después de ser capturado cruzando la frontera ilegalmente varias veces.
Para Arianna, de 30 años, no es fácil explicar su compleja situación a sus hijas, JoAnna y su hermana menor, Nahima, de 10 años.
“Papá violó la ley porque entró varias veces a Estados Unidos. Es por eso que tuvo que esperar”, les dice. “La ley es la ley y tenemos que cumplirla”.
JoAnna intenta contener las lágrimas al hablar de su padre. Nahima también está preocupada. Las preocupaciones han aumentado debido a que las nuevas políticas de inmigración del presidente Donald Trump podrían reducir las posibilidades de su padre de volver a EE.UU.
“Tengo miedo”, dice ella, al responder preguntas en el patio de recreo de la escuela.
Después de ser deportado, hace 10 años, Jesús se trasladó a una ciudad fronteriza en Chihuahua, México, donde tenía parientes. No estaba dispuesto a renunciar a las oportunidades en EE.UU. para sus hijas, y él y Arianna acordaron que ella y las pequeñas se quedarían en Hatch, Nuevo México.
La decisión obligó a la familia a estar separada durante cinco años. Los fines de semana, Arianna conducía dos horas hacia el sur con las niñas, a Ciudad Juarez, para visitar a Jesús. Cuando llegaba el momento de salir de México, JoAnna pedía a su madre que le dejara quedarse con su padre.
“Ella me decía: ‘No le digas a mamá donde me voy a esconder’”, cuenta Jesús.
Arianna describe los viajes de fin de semana como una prueba dolorosa y poco práctica. Le preocupaba que a sus hijas le faltaban demasiados momentos especiales con su padre.
“Dar a papá un beso de buenas noches, que se cayera su primer diente, caminar, hablar… esos son los momentos que se estaba perdiendo”, dice ella, con la voz entrecortada por la emoción. “Me hubiera gustado que él estuviera allí”.
“Un rayo de luz”
Cuando Arianna oyó por primera vez sobre una escuela primaria en Nuevo México que admitía a ciudadanos que viven en Estados Unidos y México, se mostró escéptica. Parecía demasiado bueno para ser verdad.
Así que se dio una vuelta por la escuela primaria de Columbus. Tres días más tarde, se trasladó a Palomas con las dos niñas. Jesús les salió allí.
“Siempre hay un resquicio de esperanza”, dice el director de la escuela primaria de Columbus, Armando Chavez. “Esta escuela es el rayo de luz”.
Dos tercios de los 700 estudiantes que asisten a la primaria de Columbus viven en Palomas, según Chavez. Son ciudadanos de Estados Unidos.
Y el número de inscripciones sigue creciendo, por lo que a Chávez le preocupa poder mantener el ritmo de llegada de nuevos estudiantes.
“Me preocupa la longevidad de esta escuela”, admite.
La escuela, que ofrece una educación bilingüe, tiene tres reglas en cada clase: mostrar respeto, tomar buenas decisiones y resolver problemas.
Mientras los estudiantes de primer grado escriben frases en inglés, una clase de segundo grado al final del pasillo se centra en la gramática en español. Cada mañana los niños juran lealtad a la bandera estadounidense en los dos idiomas.
En el almuerzo, JoAnna habla con cinco amigas en inglés. Dos de las niñas viven en Palomas, las otras tres en Columbus.
“Hablamos de a qué vamos a jugar en el recreo, y de secretos”, dice con una sonrisa. “Pero no te puedo decir”.
Esta situación fronteriza no es única. Escuelas cerca de la frontera, en otros estados, como Texas y California, proporcionan educación a estudiantes que viven en México, pero no de forma gratuita. Son en su mayoría privadas, y la mayoría de las familias no pueden pagarlas.
Sin embargo, no todo el mundo en Columbus está de acuerdo con la disposición que permite la llegada de estudiantes de México.
Keith Harris, vicepresidente primero del Partido Republicano del condado de Luna, entiende que los niños que son ciudadanos estadounidenses merecen una educación en Columbus. Pero no está seguro de que deba ser gratuita.
“Ellos obtienen la matrícula gratuita, mientras otros padres están pagando impuestos”, dice.
El futuro
La familia Rodríguez espera poder contar con la escuela para mantenerse juntos. A pesar de las dificultades presentadas por la deportación de Jesús, han aprendido a apreciar que viven bajo el mismo techo.
Tienen un nuevo miembro en la familia, una niña llamada Sofía. Y sueñan con cosas simples.
“Hablamos de ir a Walmart juntos, nosotros cuatro, bueno, nosotros cinco”, dice Arianna.
A pesar de que la escuela da a la familia Rodríguez la oportunidad de vivir juntos, Jesús no podrá compartir algunos momentos especiales de la vida de su hija debido a su estatus migratorio.
“Me siento triste por que nuestra graduación se acerca y mi padre no va a poder estar”, dice JoAnna.
Jesús Rodríguez ha esperado 10 años para seguir una forma legal que le permita regresar a EE.UU. Pero él y su familia temen que las estrictas políticas de inmigración del presidente Trump aplasten sus sueños.
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La familia ha contratado a un abogado de inmigración de El Paso, y Jesús ha aplicado para convertirse en residente legal de Estados Unidos.
“Sí, me preocupa, pero se lo dejo a Dios. He aprendido que dejar las cosas a Dios, las cosas salen como se supone que deben salir”, dice Arianna.
Con una lágrima corriendo por su rostro, Jesús explica que se apoya en su fe.
“Dios aprieta, pero no ahoga”, dice. “Yo sé que él nos ayudará”.
Cada tarde, Jesús regresa a la frontera que no puede cruzar a recoger a sus hijas después de la escuela. Después de que los funcionarios fronterizos mexicanos escanean las mochilas de los estudiantes, las dos hermanas compiten por el preciado asiento delantero de la camioneta de papá. JoAnna gana.
Jesús sonríe, sabiendo regresará a casa con su familia.