Nota del editor: Camilo Egaña es el conductor de Camilo. Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor.
(CNN Español) – Si el presidente de China, Xi Jinping, no accede a reunirse con su colega Donald Trump en la cumbre del G20 a fin de mes en Japón, el mandatario estadounidense subirá los aranceles a las importaciones chinas, que equivalen a la cifra sideral de US$ 300.000 millones. Esta vez la amenaza no viene de la cuenta de Twitter de Trump, sino de una entrevista con la cadena estadounidense de TV CNBC, especializada en asuntos económicos.
Hace apenas unas horas, Trump volvió a amenazar con imponer aranceles a México. “Pero no creo que sea necesario”, aseguró en uno de sus tuits.
Trump entiende la política como botín de guerra. Pero el botín no es el resultado per se, sino la imagen del adversario de rodillas.
Y, por tanto, ha convertido las diferencias con los socios comerciales de su país en asuntos de seguridad nacional. La política como extorsión.
Trump usa la amenaza del alza de los aranceles a las importaciones como arma arrojadiza en contra del que se le ponga por delante y lo contradiga. La política como rabieta.
Una acción como esa, - que puede propiciar consecuencias muy peligrosas para todos-, se reservaba para los verdaderos enemigos de Estados Unidos.
Hoy, parece aplicable —para propios y extraños— a todo el que no baile al son de Trump. Son prácticas de la Guerra Fría; de un mundo que los más cándidos creían muerto y enterrado.
La mezcla de los asuntos de seguridad nacional y los de seguridad económica es una granada que le puede estallar a Trump en sus propias manos y en cualquier momento.
Y mientras más se acercan las próximas elecciones presidenciales, Trump redobla sus amenazas.
Mas allá de lo que el presidente llama prácticas comerciales “injustas”, se siente un tufo de campaña que resulta difícil de soportar.
Su electorado necesita ser enardecido con acciones en las cuales prime la pasión y no la razón. Y eso es, tal vez, lo que mejor entiende Trump. El pan y el circo, que el espectáculo no puede parar.
¿Vale la pena poner en peligro los verdaderos intereses de seguridad nacional y los auténticos valores morales de EE.UU. por un segundo período presidencial? ¿Por qué sus seguidores no tienen eso en cuenta?
O los que lo siguen como una cuestión de fe, no entienden que compartimos una casa común, muy frágil, además; o es que ya han adoptado una posición que se ha desplazado de la lealtad a la complicidad.
En tal caso, lo peor está por llegar.