Díaz-Canel, presidente de Cuba.

Nota del editor: Camilo Egaña es el conductor de Camilo. Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor.

(CNN Español) – El gobernante cubano Miguel Díaz-Canel ha sorprendido a propios y extraños al afirmar que el periodo especial —la peor crisis socioeconómica que afectó a Cuba a finales de los ochenta— fue “un gran acto de creación colectiva” dirigido por el “liderazgo firme y creativo” de Fidel Castro.

Tras las nuevas sanciones del gobierno de Donald Trump, la crisis de Venezuela y la proverbial inutilidad de los mecanismos económicos del socialismo, los cubanos de la isla y los que la visitan me cuentan que gravita, como algo inevitable, el regreso de los anos de penuria y desesperación extremas.

Y Díaz-Canel parece estar desbrozando el terreno para lo que viene; sugirió la reimplantación de muchas de las ideas puestas en práctica por Fidel Castro en los años noventa.

Lo que Fidel Castro llamo el “periodo especial en tiempos de paz”, comenzó cuando Cuba dejó de ser un protectorado de la Unión Soviética y cayó el Muro de Berlín.

Cuba dejó de recibir miles de millones de rublos en calidad de subsidios.

La maltrecha economía cubana entró en una etapa de recesión.

La isla sobrevivía gracias a esos milagros que se dan en el Caribe. El país entero empezó a adelgazar y languidecer por la falta de dignidad, esperanza, comida y de todos los artículos de primera necesidad.

Los perros más dulces se asilvestraron por el hambre. Yo mismo perdí a mis dos perros.

Mi hijo acababa de nacer y era la segunda vez en mi vida que yo sentía el zarpazo maldito del hambre.

Y estaba tan aterrorizado que cuando en mi programa de radio ponía “Esos locos bajitos”, de Serrat, lloraba como un niño desamparado.

De nada sirvió que el gobierno arengara a las masas y repartiera pastillas de multivitamínicas y unos pollitos amarillísimos y recién nacidos para que los criara quien pudiera.

Aparecieron varias epidemias asociadas a la desnutrición severa. Yo mismo, no sabía qué hacer con la sarna. Un jabón valía tal vez, lo que un códice medieval.

Los periódicos se redujeron a un solo pliego; el sistema colectivo de transporte desapareció; los apagones duraban hasta doce horas. Las fábricas cerraban por falta de combustible.

Lo único que la isla podía garantizar y a duras penas eran la masa cárnica, el picadillo de soya y la pasta de oca.

En agosto de 1994 estalló “El Maleconazo”: la revuelta popular que protagonizaron decenas de miles de cubanos tomó el litoral en La Habana con sus balsas y sus santos enfilando hacia Miami.

Por primera vez se escuchaban alto y claro los gritos de “Abajo, Fidel”. Y por primera vez la represión fue tan pública como feroz. Jamás habíamos visto escudos antimotines.

Díaz-Canel el presidente designado por Raul Castro y ratificado por el parlamento con el 99.83 % de los votos en abril de 2018, pondera con cierta admiración, un trauma colectivo nacional que no está superado del todo.

¿Cómo es posible que Díaz-Canel se haya atrevido a hablar de aquello como “un gran acto de creación colectiva”?

Alguien me ha dicho que cada 48 horas muere una palabra.

El día en que por fin se comprenda que cada palabra es algo divino, precioso e irrepetible y que el lenguaje es la primera forma de conocimiento, más de uno se quedará mudo.

Sobre todo, entre los políticos y los que aspiran a serlo algún día.