Nota del editor: Camilo Egaña es el conductor de Camilo. Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor.
(CNN Español) – Nueva York es un estado mental. Venecia es el misterio. La Habana es una promesa. Y anuncio de lo que está por llegar.
Quinientos años después de fundada, San Cristóbal de La Habana sigue siendo esa “ciudad inconclusa”, “la ciudad de lo inacabado, de lo cojo, de lo asimétrico, de lo abandonado”, que decía Alejo Carpentier, el escritor que pudo haber sido arquitecto.
La Habana, ciudad que recibe y se protege del sol que es látigo en el Caribe; pero que a duras penas consigue protegerse de sí misma, de la algarabía, del cariño y de la desidia de su gente.
Martín Caparrós cree que “quizá sea la capital más hermosa del idioma español”, al tiempo que “lugar triste y roto”.
Aun así, seduce y se sabe necesaria porque no se puede entender Cuba sin conocer una ciudad que discurre más sobre su historia que sobre la contingencia cotidiana.
Por momentos, La Habana parece detenida en el tiempo. O inmersa en el frenesí de lo que los habaneros creen que es el futuro.
La Habana son también sus columnas, torneadas como piernas de mujer bien hecha. Y sus portales. Y los nombres, tan literarios unos y prosaicos otros, de sus calles. Y su arquitectura mil veces traicionada y mil veces revivida; mezcla de lo barroco y lo colonial, lo andaluz y el art deco, y el bodrio y el esperpento de la supervivencia.
La Habana celebra sus primeros quinientos años con el reto mayor: recuperar todo lo que siempre tuvo de madre rigurosa y dulce, de sombra acogedora, de abrazo infinito en el que por fin y sin sobresaltos ni recelos quepan algún día todos, incluso, los que no quieren volver jamás a regresar a sus calles.