Crédito: Drew Angerer/Getty Images

Nota del editor: Jorge G. Castañeda es colaborador de CNN. Fue secretario de Relaciones Exteriores de México. Actualmente es profesor de la Universidad de Nueva York y su libro más reciente es “America Through Foreign Eyes”, publicado por Oxford University Press. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivamente del autor. Ver más opiniones en cnne.com/opinion

(CNN) – Antes de cada elección en Estados Unidos los especialistas en temas estadounidenses de todos los países del mundo inician sesudas e intensas especulaciones sobre el impacto que tal o cual resultado surtirá sobre tal o cual nación. ¿Cambiará la política del nuevo presidente frente a Europa oriental? ¿Mantendrá el presidente en funciones su postura frente a Asia del sureste?

2020 no es una excepción ni tendría por qué serlo. América Latina tampoco lo es. De allí que un tema de interés y debate en varios países de la región sea hoy lo que podría constituir la “nueva” política de Joe Biden -si gana- frente al hemisferio occidental, por lo menos al sur del Río Bravo. He aquí un pequeño aporte a la conversación.

Dos aclaraciones para empezar. En primer lugar, tras haber sido vicepresidente de Barack Obama durante ocho años y con varias responsabilidades de política exterior, Biden es alguien con experiencia en América Latina.

Se involucró de cerca en los temas migratorios del Triángulo del Norte y de los negocios en México, y siguió de cerca el acercamiento de Washington con La Habana. En segundo término, es cada día más clara la diferencia entre dos áreas: del Canal de Panamá hacia el norte, incluyendo el Caribe, y América del Sur. Hacia el norte, la relación con Estados Unidos es primordial; hacia el sur, las economías exportadoras de bienes primarios se vinculan cada vez más con otros países, principalmente China. La política estadounidense hacia la región en realidad se divide en dos: hacia México, Centroamérica y el Caribe, por una parte, y hacia los países al sur del Darién, por la otra.

Frente a la mitad septentrional de América Latina, Biden tiene la oportunidad de cambiar mucho la postura de su país. El asunto principal es obviamente el inmigratorio. Simplemente con volver al status quo ante, es decir, a la época de Obama, la transformación sería enorme. Eso sí, debemos recordar que Obama también deportó a mucha gente.

Eliminar el “Remain in Mexico”, (o sea la deportación de centroamericanos a México mientras esperan una hipotética audiencia de asilo o unificación familiar); restaurar la vigencia del asilo por motivos fundados, incluyendo  la violencia intrafamiliar; suspender la separación de familias; derogar los acuerdos de facto o de jure de Tercer País Seguro con El Salvador, Honduras, Guatemala y México; ya no deportar a indocumentados sin antecedentes penales del interior del país: todas estas medidas las puede poner en práctica el equipo de Biden, desde el primer día, y por decreto. Sin embargo, le quedaría pendiente una reforma inmigratoria integral, porque los decretos no otorgan la misma protección a largo plazo que una ley sancionada por el Congreso.

Lo mismo sucede con las reversiones que promovió Trump en relación con la política de Obama hacia Cuba. Suprimir el embargo y la llamada Ley Helms-Burton requiere de la aprobación del Congreso. Pero volver a facilitar los viajes, el envío de remesas, permisos para que las empresas estadounidenses se instalen en Cuba, etc., puede también hacerse por decreto. En ambos temas –migración y Cuba- es probable que Biden proceda rápidamente y sin grandes dificultades internas.

En América del Sur habrá más continuidad, en parte porque Trump no ha hecho gran cosa, y Biden carece de incentivos para lanzar grandes iniciativas. No parece encontrarse en el horizonte la búsqueda de acuerdos de libre comercio con Brasil (Kamala Harris, su compañera de fórmula, votó contra la ratificación del nuevo convenio con México y Canadá), ni una cooperación más estrecha en materia de pandemias, corrupción o legalización de algunas drogas. Seguramente determinadas afinidades personales cambiarán –por ejemplo, la cercanía de Trump con el presidente de Brasil, Jair  Bolsonaro, y con sus hijos se desvanecerá con Biden- y ciertas animosidades podrán atemperarse con el gobierno peronista de Argentina y con un nuevo presidente en Bolivia si Luis Arce -del MAS de Evo Morales-llegara a ganar en las elecciones previstas para el 18 de octubre.

Donde sí pueden suceder mutaciones profundas en el enfoque de Biden hacia América del Sur es en cuanto a Venezuela.

El chavismo ha sobrevivido a cuatro presidencias en Washington: Clinton, Bush, Obama y Trump. El grado de hostilidad de cada una de ellas ha variado, pero las tensiones entre ambos países han sido constantes. Trump buscó activamente la salida de Nicolás Maduro y ha fracasado. Las elecciones legislativas previstas para diciembre, si se celebran, no solucionarán nada. Las sanciones impuestas por Trump sus amenazas y su apoyo tácito a todo tipo de complots contra la dictadura de Caracas no han contribuido a una salida democrática en una de las crisis humanitarias más graves de América Latina en décadas.

Es obvio que la tragedia venezolana no encierra posibilidades de una solución puramente interna. Diversos gobiernos y personalidades de otros países han procurado encontrar una salida negociada, democrática y viable. No la han hallado. Biden tendría una opción. Ante la catástrofe que azota a la economía cubana, podría proponerle un acuerdo al presidente Miguel Díaz-Canel: normalizar las relaciones al punto que habían alcanzado durante la administración Obama, pero en el marco de una auténtica cooperación cubana en la crisis de Venezuela. Para nadie es un secreto la magnitud de la influencia de La Habana en Caracas; en lugar de solo orientarse a perpetuar al chavismo en el poder, debería dirigirse hacia una restauración de la democracia en Venezuela, el fin de la hambruna y del destierro de millones de habitantes, y una reconciliación de todos a cambio de retomar la ruta diplomática que Obama había trazado con la Isla.

Por último, después de la lamentable elección del estadounidense de origen cubano Maurico Claver-Carone como presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, Biden tal vez podría removerlo de una manera o de otra, para resarcir el daño que su nombramiento le ha hecho a la región en su conjunto, incluyendo a los países que votaron por él.

¿Hará Biden todo lo que aquí resumimos rápidamente? No es imposible, no es tan difícil. Si gana por un margen abultado, tendrá el capital político y el mandato para proceder de esta manera. Solo falta la voluntad.