(CNN) –– Al conmemorar el primer aniversario del asalto al Capitolio de Estados Unidos, el presidente Joe Biden redescubrió el sentido de misión y claridad política que desaparecieron cuando su presidencia se desplomó ante una cascada de crisis durante la segunda mitad de 2021.
El discurso que pronunció Biden este jueves ––desde el lugar donde una turba de seguidores de Donald Trump profanó hace un año la tradición estadounidense de transferencias pacíficas del poder–– fue fácilmente su momento de mayor autoridad como presidente. Se redefinió a sí mismo contra el extremismo del expresidente, después de tener dificultades para proyectar el control durante meses brutales, cuando una pandemia renaciente y el caos en su propio partido desvanecieron cualquier sensación de que él estaba al mando del escenario político.
Para las generaciones que vendrán, su discurso puede considerarse como el llamado unificador que salvó el experimento estadounidense… O como una elegía adolorida por la democracia que su predecesor y potencial sucesor parece decidido a destruir.
“Debemos decidir: ¿qué tipo de nación vamos a ser?”, dijo Biden al suplicar a sus compatriotas que luchen por la democracia como debería hacerlo una “gran nación”. “¿Vamos a ser una nación que acepta la violencia política como una norma? ¿Seremos una nación donde permitimos que los funcionarios electorales partidistas anulen la voluntad del pueblo expresada legalmente? ¿Vamos a ser una nación que no vive por a la luz de la verdad, sino a la sombra de la mentira?”, insistió.
“No podemos permitirnos ser ese tipo de nación. El camino a seguir es reconocer la verdad y vivir en concordancia con ella”, dijo el presidente.
Es una comparación idealista, pero la declaración de Biden intentó lograr una tarea similar al discurso de Gettysburg, mucho más corto, de Abraham Lincoln. En un momento en que la democracia enfrentaba una amenaza existencial, el presidente número 16 de EE.UU. instó a su nación, en 1863, a volverse a dedicar al “trabajo inconcluso” de preservar el Gobierno “del pueblo, para el pueblo, por el pueblo”. A principios de 2022, Biden ––quien destacó que hablaba desde el Salón Nacional de las Estatuas, donde Lincoln se sentó en el escritorio 191 cuando el espacio albergaba la Cámara de Representantes–– definió esa misma misión nacional en términos de salvar “el derecho al voto, el derecho para gobernarnos a nosotros mismos, el derecho a determinar nuestro propio destino”.
Un cambio de estrategia de Biden y un rumbo de colisión contra Trump
El discurso de Biden también representó un cambio de tono y estrategia. Al principio de su presidencia, el mandatario buscó relegar a Trump a la historia al privarlo de lo que más ansía el expresidente: atención. En su discurso de toma de posesión, hace casi un año, Biden evitó librar viejas guerras sobre la elección. En su lugar, enfatizó en la unidad nacional: un concepto difícil de imaginar tras la violencia que se desarrolló en los escalones debajo de él solo unas semanas antes. Meses después, Biden desestimó a Trump como el “extipo” e instó a los estadounidenses a alzar los brazos, literalmente, en un nuevo desafío. Justamente, la campaña de vacunación que él esperaba que pusiera fin a la peor pandemia en 100 años.
Pero la estrategia de Biden se ha vuelto insostenible. Trump puede tener ahora el mayor control sobre el Partido Republicano hasta el momento. Está usando elecciones intermedias de 2022 como una plataforma para sus mentiras peligrosas de que le robaron su segundo mandato. Y está construyendo la infraestructura de una campaña de 2024 para regresar a la Casa Blanca. Lo que probablemente haría que su aberrante primer mandato pareciera un ejemplo de legalidad.
Entonces, aunque no mencionó la palabra “Trump” este jueves, Biden fue duro con su rival. Desplegando una crueldad que estuvo ausente de su liderazgo en los últimos meses, identificó el punto que más le duele a Trump. Y entonces empujó repetidamente su espada metafórica. Una y otra vez, le recordó a un predecesor que odia a los perdedores que fue “derrotado”, que había “perdido”. Que lo vencieron por 7 millones de votos, en una elección en la que recibió una paliza justa y equitativa. Torciendo la espada, Biden clavó la motivación fundamental de Trump: “Él considera que propio interés es más importante que el interés de su país y el interés de Estados Unidos, porque su ego magullado le importa más que nuestra democracia o nuestra Constitución”.
Dentro del club privado de Trump, Mar-a-Lago, en Palm Beach, Florida, el insurrecto en jefe estaba furioso. Trump había cancelado una conferencia de prensa prevista para el jueves, para alivio de los republicanos, que habrían tenido que responder por su diatriba segura de mentiras frescas y demagogia.
En lugar de eso, a través de su portavoz en Twitter, emitió una serie de declaraciones salvajes que ardían de resentimiento, eran apenas coherentes y renovaron sus delirios de que las elecciones de 2020 estaban amañadas. De nuevo, a pesar de todas las autoridades posibles, desde los tribunales hasta su propio Departamento de Justicia, declararon que la votación fue limpia.
En contraste, la descripción que hizo Biden sobre horror que se desarrolló hace un año tuvo muy poco de inexacto. La reacción de Trump, que probablemente continuará en un próximo mitin en Arizona, en realidad proporcionó más evidencia del punto más amplio de Biden. Justamente, que la fragmentación de la verdad, las tendencias autocráticas y la obsesión por sí mismo de su predecesor son antiestadounidenses.
Atacando a la turba de seguidores de Trump, Biden arremetió: “No vinieron aquí por patriotismo o principios. Vinieron aquí con rabia, no al servicio de Estados Unidos, sino al servicio de un hombre”. Al insistir en el tema, argumentó que el comportamiento de Trump era contrario a los valores fundadores de Estados Unidos. “Esta no es una tierra de reyes o dictadores o autócratas. Somos una nación de leyes: de orden, no de caos; de paz, no de violencia”, dijo el presidente. Y desmanteló el argumento de Trump de que la “verdadera insurrección” no había sido el 6 de enero, sino el día de las elecciones.
“¿Es eso lo que pensaron cuando votaron ese día?”, preguntó a los estadounidenses. “Participar en una insurrección, ¿es eso lo que pensaron que estaban haciendo? ¿O pensaban que estaba cumpliendo con su más alto deber como ciudadanos y votando?”
Un reinicio político
El desempeño de Biden el jueves fue un regreso a los fundamentos sobre los que había construido su exitosa campaña presidencial: que está liderando una batalla por el “alma” de la nación. Su reenfoque llega en el momento adecuado para una presidencia que ha estado tropezando durante semanas.
Desde la accidentada retirada de Estados Unidos de Afganistán, el resurgimiento del covid-19, una crisis en la cadena de suministro y un aumento en la inflación, Biden ha tenido dificultades por controlar los eventos. Su autoridad también ha sido empañada por las luchas internas demócratas. Las cuales paralizaron el enorme gasto social y el proyecto de ley sobre cambio climático. Iniciativas que podrían cimentar su legado como un presidente demócrata histórico y reformador.
Toda presidencia necesita un relanzamiento en algún momento. Y aunque los republicanos podrían haber no entendido espectacularmente el punto cuando acusaron a Biden de usar las conmemoraciones del 6 de enero por razones políticas, no se equivocaron en que su desempeño podría impulsar las perspectivas de él y de su partido. Si al enérgico discurso del jueves lo sigue un igualmente poderoso discurso en el Estado de la Unión durante las próximas semanas, el presidente puede inyectar algo de impulso a su estancada agenda interna. Y así mismo dar esperanza a los demócratas del Congreso, en lo que se ha perfilado como un año sombrío de elecciones intermedias.
Este jueves, como prometió, “me mantendré en este desafío, defenderé a esta nación y no permitiré que nadie ponga un puñal en la garganta de la democracia”, pudo haberles recordado a algunos votantes por qué lo eligieron para purgar la nación del trumpismo en 2020.
Su promesa pareció aceptar que la democracia, después de un año en el que las mentiras de Trump y la propaganda mediática conservadora han convencido a millones de estadounidenses de que las elecciones fueron robadas, corre más peligro ahora que hace un año. Esa posición parece la antítesis del principio organizador de los primeros meses de su presidencia, en los que destacó constantemente la unidad nacional.
Pero si va a haber una batalla por la democracia, significa llevar la lucha directamente a Trump, sus partidarios y los republicanos. Aquellos que han pasado meses aprobando leyes que dificultan el voto en los estados, incluidos varios campos de disputa presidenciales, especialmente para las minorías y demócratas en las ciudades. Legislaciones que también hacen más fácil robar el poder. Y será una batalla encarnizada en la que no se puede descartar más violencia política.
Trump ha convencido a millones de estadounidenses sobre sus mentiras de fraude electoral. Su atractivo político radica en avivar la base republicana con cada vez más extremismo. Y los republicanos en la ciudad de Washington que no están dispuestos a defender la democracia son rehenes de los votantes conservadores de base que aceptan con gusto el llamado de Trump, del 6 de enero del año pasado, de que deben “luchar como el infierno” o no tendrán un país.
La credibilidad de Biden está ahora en juego
Biden efectivamente también se ha desafiado a sí mismo.
Para que sus palabras de este jueves se cumplan, Biden debe encontrar la manera de aprobar dos proyectos de ley, la Ley de Libertad de Voto y la Ley de Promoción del Derecho al Voto John Lewis. Los cuales, precisamente, están estancados en el Senado. Pero los mismos obstáculos que frustran su plan de gasto social se interponen en el camino de la reforma electoral. Los senadores demócratas Joe Manchin, de Virginia Occidental, y Kyrsten Sinema, de Arizona, se oponen a reformar el obstruccionismo del Senado que permite a los republicanos bloquear los proyectos de ley en el Senado 50-50.
El presidente aumentará la presión sobre esos dos senadores cuando pronuncie un discurso en Atlanta este martes. Se espera que esas palabras resuenen con el simbolismo de la era de los derechos civiles, y señalen una batalla venidera por un escaño en el Senado y la gobernación en un estado que lo ayudó a asegurar la presidencia y a los demócratas a tomar el Senado.
Ya se ha dado una tarea que definirá la manera en que se le recuerde.
“Nos aseguraremos de que se escuche la voluntad de la gente: que prevalezca la votación, no la violencia; que la autoridad de esta nación siempre será transferida pacíficamente”, dijo Biden desde el Capitolio.
El hecho de que este objetivo esté incluso en duda no solo apunta a la desalentadora misión que tiene por delante el presidente, sino que también subraya lo peligroso que es este momento en la historia de Estados Unidos.