El presidente de Francia, Emmanuel Macron, y el presidente de China, Xi Jinping, se dan la mano en una ceremonia de firma en el Gran Salón del Pueblo, en Beijing, el 6 de abril. Crédito: Gonzalo Fuentes/Reuters

Nota del editor: Frida Ghitis, (@fridaghitis) exproductora y corresponsal de CNN, es columnista de asuntos mundiales. Es colaboradora semanal de opinión de CNN, columnista del diario The Washington Post y columnista de World Politics Review. Las opiniones expresadas en este comentario le pertenecen únicamente a su autora. Ver más opiniones en CNN.

(CNN) –  Pocos días después de que el presidente de Francia, Emmanuel Macron, sorprendiera y enfadara a los aliados de Francia al conceder al líder de China, Xi Jinping, una victoria innecesaria y potencialmente importante, el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva inició su propio viaje a Beijing, uno más en una serie de intercambios que muestran el creciente peso diplomático mundial de China.

Más vale que Lula se ande con cuidado. La visita de Macron a China, y las consecuencias de sus comentarios sobre el hecho de que Europa no siga el ejemplo de Estados Unidos sobre Taiwán, es una lección objetiva sobre la necesidad de que los líderes mundiales practiquen una mayor autodisciplina a la hora de tratar con Beijing.

Como la mayor parte de la diplomacia china, el país se presenta a sí mismo como defensor de la paz mundial, incluso cuando lanza maniobras militares amenazadoras. Xi hace un llamamiento a la paz en Ucrania, presentando incluso una propuesta vaga y en su mayor parte sin sentido. Pero no ha hecho nada para ayudar realmente a poner fin a la guerra, ni siquiera para condenar el ataque de Rusia.

En otros lugares, China ya se anotó una importante victoria diplomática al mediar en la reconciliación entre Irán y Arabia Saudita a principios de este mes. Pero en segundo plano, según un informe de Politico, está manteniendo conversaciones avanzadas con Rusia e Irán para proporcionar a Teherán los materiales que necesita para impulsar su programa de misiles balísticos. Eso supondría no solo una violación de las sanciones de las Naciones Unidas, sino un salvavidas para reabastecer el arsenal ruso utilizado para bombardear Ucrania.

Frida Ghitis.

China, impulsada por un músculo económico que ya la ha convertido en el principal socio comercial de más de la mitad de las naciones del mundo, está presionando su poder diplomático y exhibiendo sus capacidades militares.

En el proceso, China está recibiendo ayuda de fuentes inesperadas.

Antes de que Lula aterrizara este miércoles, los diplomáticos franceses estaban ocupados tratando de tranquilizar a los aliados europeos que habían pasado de la incredulidad a la furia por las declaraciones que Macron había hecho durante su viaje; declaraciones que a veces parecían alinearle más cerca de China que de la alianza occidental en asuntos vitales, precisamente en el momento equivocado.

Macron reafirmó su antiguo llamamiento para que Europa desarrolle una “autonomía estratégica”, la capacidad de valerse por sí misma sin depender de Washington. Pero, tal vez envalentonado por la fastuosa recepción de China, se explayó sobre la noción y terminó enmarcando una serie de cuestiones precisamente en los términos que Xi ha estado presionando. Xi no podría haber pedido más.

Con una elección de tiempos exquisitamente terrible, exactamente en el momento en que Europa se encuentra en medio de su mayor conflicto armado desde la Segunda Guerra Mundial y crecen las tensiones sobre Taiwán, Macron se comprometió con lo que los países llamaron una “asociación estratégica global”. Habló de la necesidad de un mundo “multipolar”, con Europa como “tercer polo” junto a Washington y Beijing, pareciendo pedir repetidamente el distanciamiento de Europa de Estados Unidos.

Luiz Inácio Lula da Silva, presidente de Brasil.

En cuanto a Taiwán, sugirió que simplemente no es un problema europeo, afirmando que Europa se enfrenta al riesgo de verse “atrapada en crisis que no son nuestras”, lo que parece abrir una puerta más amplia a la intención declarada de Beijing de apoderarse de la isla.

El momento no podía haber sido peor. Apenas unas horas después de la marcha de Macron, China lanzó una operación militar alarmante, rodeando Taiwán en un simulacro de asalto. Al parecer, era la represalia de China por la visita entre la presidenta de Taiwán, Tsai Ing-wen, y el presidente de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Kevin McCarthy.

Los aliados europeos de Francia se distanciaron rápidamente de la postura de Macron. El primer ministro de Polonia, Mateusz Moawiecki, dijo que “la alianza con Estados Unidos es la base absoluta de nuestra seguridad”. Un importante asesor del presidente de Polonia, Andrzej Duda, Marcin Przydacz, dijo que Europa necesita “más Estados Unidos”, señalando ácidamente que “Estados Unidos es más garantía de seguridad en Europa que Francia”.

En particular, Francia ha prometido apenas US$ 1.000 millones en ayuda militar a Ucrania; incluso como porcentaje del PIB, es una fracción de lo que ha enviado Estados Unidos.

Norbert Rottgen, miembro del Parlamento de Alemania, señaló acertadamente que “Macron consiguió convertir su viaje a China en un golpe de relaciones públicas para Xi y un desastre político para Europa”.

La respuesta oficial del Gobierno de EE.UU. fue discreta, pero el senador Marco Rubio se preguntó en un video en Twitter si Macron estaba hablando en nombre de Europa. Si es así, dijo, tal vez Estados Unidos podría decirle a Europa: “Ustedes se encargan de Ucrania”.

En última instancia, Macron se mostró ingenuo, o quizás seducido por el trato recibido en China: una alfombra roja de bienvenida seguida de un festival de amor escenificado con estudiantes universitarios efusivos.

Las autoridades de Francia se apresuraron a hacer control de los daños, cancelando una reunión informativa para diplomáticos extranjeros sobre el viaje de Macron a China y declarando que Francia no había cambiado su postura sobre Taiwán. El Palacio del Elíseo, emitió un comunicado aclarando que Francia, “no es equidistante entre Estados Unidos y China”. Y añadía: “Estados Unidos es nuestro aliado, con valores compartidos”.

Al final, el inoportuno y mal articulado llamamiento de Macron a una Europa más fuerte consiguió recordar a los europeos que son más fuertes como parte integrante de la OTAN, la alianza militar más poderosa del mundo, aunque esa alianza esté dominada por Estados Unidos.

Es algo más que una cuestión académica: los países europeos se sienten amenazados por una Rusia agresiva; muchos están convencidos de que la victoria sobre Ucrania llevaría al presidente de Rusia, Vladimir Putin, a ampliar su objetivo de reconstituir la antigua Unión Soviética conquistando antiguos miembros, incluidos países independientes de la Unión Europea.

Y los comentarios desdeñosos de Macron sobre si Taiwán importa a Europa, mientras espera que EE.UU. se ocupe de los problemas europeos, llevaron a algunos a explicar precisamente por qué sí importa. Taiwán no solo produce la mayoría de los microchips avanzados del mundo, sino que una conquista militar del Taiwán democrático por parte de China, el país que aplastó brutalmente la democracia de Hong Kong, inquietaría enormemente a los aliados de Occidente en la región Asia-Pacífico, incluidos Japón, Corea del Sur y Australia, alterando el equilibrio de poder.

Nadie quiere una guerra con China, pero los comentarios frívolos del presidente de Francia no hacen sino hacerla más probable, al parecer dando a China más razones para creer que no se enfrentaría a una respuesta occidental unificada si decide atacar.

Al igual que Macron, el brasileño Lula tiene la vista puesta en el voraz apetito comercial de China. Es comprensible. Todo país quiere promover sus intereses económicos. Pero conviene recordar que los lazos comerciales de China vienen con condiciones.

En 2020, cuando estalló la pandemia del coronavirus, el entonces primer ministro de Australia, Scott Morrison pidió una investigación independiente de su origen. China respondió con furia vengativa, imponiendo aranceles aplastantes al vino australiano, paralizando la industria y advirtiendo así al país sobre su comportamiento futuro.

China se ha vuelto mucho más asertiva en la escena mundial. El hecho de que se haya convertido en un socio comercial tan importante para tantos países, y que esté dispuesta a utilizar ese poder para lograr sus objetivos estratégicos, la convierte en un actor estratégico feroz.

Los líderes mundiales deben andarse con cuidado. Algunos, como Macron, deberían saberlo.