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Nota del editor: Frida Ghitis, (@fridaghitis) exproductora y corresponsal de CNN, es columnista de asuntos mundiales. Es colaboradora semanal de opinión de CNN, columnista del diario The Washington Post y de World Politics Review. Las opiniones expresadas en este comentario le pertenecen únicamente a su autora. Ver más opiniones en CNN.

(CNN) – Esto no es normal. (¿O sí?)

¿Qué demonios está pasando en China? El país que ha estado tratando de presentarse al mundo como una alternativa atractiva a la democracia de estilo occidental parece el escenario de una siniestra obra de misterio, con los principales personajes desapareciendo de la vista, y los funcionarios del gobierno actuando como si nada inusual estuviera sucediendo. Pero esto no es normal. O quizás sí: las desapariciones inexplicables son una característica de las autocracias represivas.

El último en desaparecer es el ministro de Defensa de China, Li Shangfu. El general del Ejército Popular de Liberación (EPL) se convirtió en el titular de esa cartera hace apenas seis meses. Ahora, nadie parece saber dónde está. Lo vieron por última vez en agosto. Preguntado por el enigma, el portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores respondió: “No estoy al tanto de la situación”.

Nadie se burla abiertamente de las declaraciones evidentemente falsas y de los extraños sucesos, salvo quizá el embajador estadounidense en el cercano Japón, Rahm Emanuel, quien se muestra alegremente sardónico en X, antes Twitter, troleando sin descanso a los chinos. “Algo huele a podrido en Dinamarca”, escribió, citando a Hamlet, de Shakespeare, sobre los sucesos sospechosos. En otra publicación, escribió: “La alineación del gabinete del presidente Xi se parece ahora a la novela de Agatha Christie ‘And then There Were None’”, enumerando la media docena de altos funcionarios cuyos destinos son ahora un enigma.

Cuando el ministro de Defensa canceló un viaje programado a Vietnam a principios de este mes, Beijing dijo a los anfitriones que Li tenía un “problema de salud”.

El entonces ministro de Relaciones Exteriores de China, Qin Gang, también tuvo problemas de “salud” cuando desapareció de la vida pública durante el verano. Qin, que había sido embajador en Estados Unidos, fue elegido para el cargo por el líder chino Xi Jinping en diciembre. Seis meses después, también desapareció. Un mes después, fue sustituido por su predecesor, Wang Yi.

Más tarde se comunicó a los funcionarios chinos que Qi había sido despedido por “problemas de estilo de vida”, un eufemismo para referirse a una conducta sexual inapropiada. Al parecer, mantuvo una relación extramarital durante su estancia en Washington, según informó The Wall Street Journal.

Sin embargo, los múltiples despidos de altos cargos en un periodo tan breve sugieren que esta explicación puede no ser toda la verdad.

Las turbulencias no se limitan a los ministros. En los últimos meses, Beijing también ha despedido a dos generales de alto rango a cargo de la Fuerza de Cohetes del Ejército Popular de Liberación, que supervisa el arsenal nuclear chino.

La agitación en los rangos superiores no comunica la estabilidad y el control que Xi ha tratado de transmitir. El líder chino, quien maniobró para convertirse en el dirigente más poderoso del país desde Mao Zedong, y uno de los más represivos, es promocionado como un hombre casi infalible por los medios de comunicación estatales.

La destitución de Li, según varias fuentes, forma parte de una campaña para erradicar la corrupción. Su anterior cargo era el de adquisiciones militares, un sector del Ejército Popular de Liberación plagado de corrupción. El diario The Wall Street Journal informó que las autoridades se llevaron a Li para interrogarlo.

Pero las campañas anticorrupción son un vehículo ideal para la represión política, y en el opaco mundo del régimen chino, sin explicaciones oficiales, hay muchas cosas que no son tan evidentes.

La agitación y la represión en curso pueden ayudar a explicar la curiosa ausencia reciente de Xi en los principales foros internacionales. Se perdió la Asamblea General de las Naciones Unidas y no asistió a la cumbre del G20, un evento en el que había participado sin falta durante más de una década.

Cuando se le preguntó por su ausencia, el presidente Joe Biden dijo que Xi “tiene las manos ocupadas ahora mismo”. Efectivamente.

No se suponía que fuera así. En el congreso del Partido Comunista Chino del año pasado, Xi consolidó su posición como el hombre fuerte de Beijing. En lugar de abandonar el poder tras dos mandatos completos de cinco años, como han hecho casi todos los líderes recientes, Xi fue elegido para un tercer mandato. Anteriormente, el Poder Legislativo había abolido los límites del mandato presidencial para permitirle permanecer en el poder de por vida.

En una escalofriante muestra de crueldad, Xi hizo que su predecesor, Hu Jintao, antaño el hombre más poderoso de China, fuera sacado a la fuerza de la sala del Congreso. Xi, sentado junto a Hu, observó impasible.

Apenas dos meses después de la apoteosis de Xi, los nubarrones se agolparon. Su emblemática política de cero covid, que mantuvo al país bajo llave mucho después de que el mundo se hubiera reabierto, resultó desastrosa y desencadenó protestas masivas, que incluyeron llamamientos abiertos a un cambio político. Una reapertura repentina y caótica provocó el desbordamiento de hospitales y morgues.

Y entonces, la economía pareció estancarse. La pujante economía, que para algunos chinos justificaba la represión política o al menos la hacía más tolerable, se desaceleró. El desempleo juvenil se disparó. (Rahm Emanuel, cargado de sarcasmo, bromeó diciendo que la tasa de desempleo entre los ministros de Xi podría superar a la de los jóvenes chinos).

Son tiempos de tensión en Beijing. Y cuando los autócratas sienten la presión, flexionan sus músculos.

Las “desapariciones” no son nada nuevo. El régimen ya ha demostrado que no permitirá que nadie llegue a ser demasiado poderoso o prominente. Ese mensaje ha llegado a los líderes empresariales, que en el pasado han desaparecido con cierta regularidad, solo para reaparecer escarmentados, mansos y cuidadosos con cada palabra que dicen.

Le ocurrió a Jack Ma, el Jeff Bezos de China. El multimillonario, que pareció evaporarse de la faz de la Tierra en 2020, reapareció casi un año después para marcharse a un exilio silencioso y autoimpuesto.

Varias otras figuras prominentes del mundo de los negocios han corrido la misma suerte, dejando claro que hacer negocios bajo un régimen autoritario no es lo mismo que trabajar en una democracia, con Estado de derecho y transparencia. Y lo mismo les ha ocurrido a los críticos con el régimen y a los manifestantes que participaron en las protestas durante el confinamiento por covid. Algunos de ellos simplemente desaparecieron.

Mientras el resto del mundo estudia lo que ocurre dentro de la caja negra que es el régimen gobernante de China, uno solo puede imaginarse si esto ocurriera en otro país. Es inconcebible que en una nación libre y democrática, los ministros de Defensa y Relaciones Exteriores desaparezcan de repente de la vista sin explicación alguna.

Pero China, por supuesto, sigue promoviendo su sistema como una alternativa superior a la democracia de estilo occidental; intenta fingir que no es una dictadura. Cuando el ministro de Relaciones Exteriores de Alemania dijo que una victoria de Rusia en Ucrania sería una señal peligrosa “para otros dictadores del mundo, como Xi…”, China enfureció y luego arremetió contra Alemania por referirse a Xi Jinping como dictador.

A medida que continúe este misterio, su contraargumento puede sonar cada vez más débil.