Nota del editor: esta historia forma parte de una serie sobre los jóvenes estadounidenses muertos este año por armas de fuego, una de las principales causas de muerte infantil en Estados Unidos. Lee más sobre el proyecto aquí.
LaGrange, Georgia (CNN) – Su madre lo llamaba “mi pequeño Spider-Man”. Ayden King tenía apenas 2 años, y parecía tener superpoderes.
Podía servirse su propia leche, aunque derramaba un poco, y podía subirse a una silla y abrir un armario alto para encontrar un bocado. Una vez trepó por la barandilla metálica del balcón de su apartamento en un segundo piso. Aguantó ahí, en el espacio abierto, hasta que su madre regresó al pequeño Spider-Man al balcón.
En una conversación reciente con CNN, Chepial Williams recordó la vez que no pudo salvar a su hijo. Se quitó los anteojos y se secó las lágrimas.
“Sentí como si me hubieran arrancado todo el corazón”, dijo.
Williams vivía con Ayden y sus dos hermanas mayores en un complejo habitacional en el sur de LaGrange, una ciudad de tamaño mediano a unos 105 kilómetros al suroeste de Atlanta. A principios de 2022, Williams tuvo problemas con una vecina. Los informes policiales dicen que la otra mujer se quejó de Williams y sus hijos, que “incesantemente hacen ruidos en el apartamento de arriba que la molestan a ella y a su familia”.
La disputa escaló. Una mañana, según los informes, la otra mujer atacó a Williams. El video de vigilancia revisado por la policía la mostraba blandiendo una olla negra de metal envuelta en bolsas de plástico. Cargó contra Williams y la golpeó en la cabeza con la olla. Se produjo una pelea y un agente encontró a Williams con el labio roto y sangre en la camiseta.
La otra mujer fue detenida con cargos que incluían lesiones. Williams no fue detenida. Según un informe, la otra mujer dijo a la Policía: “Está bien, mi familia viene de Birmingham y se ocuparán de su situación”.
Williams dijo que temía por ella y por sus hijos. Consiguió una pistola negra calibre .380 y practicó con ella en el campo de tiro. La escondía bajo el colchón o la guardaba en el bolso. Así se sentía más segura, al menos parte del tiempo.
El 26 de abril, unas dos semanas antes del que habría sido el tercer cumpleaños de Ayden, era la hora de cenar en el apartamento. Los niños estaban comiendo Sloppy Joes. Williams se excusó para ir al baño. Recordó que había dejado el bolso en el dormitorio, sobre la mesilla de noche.
Un rato después, oyó un fuerte estallido. Corriendo hacia el dormitorio, vio a Ayden en el suelo, junto al arma.
Los siguientes minutos están mezclados en su memoria. Cayó al suelo, levantó a su hijo, lo dejó en el suelo, corrió a pedir ayuda a un vecino, rezó y rezó y rezó, siguió suplicando a Ayden, no me dejes, quédate conmigo, y el vecino intentó la reanimación cardiopulmonar, y Williams se desmayó.
“Al llegar”, escribió un agente de policía en un informe, “observé que una mujer negra sostenía al niño de 2 años y corría hacia mí mientras yo salía de mi vehículo patrulla. La mujer me entregó al niño de 2 años mientras lloraba y fue entonces cuando sujeté al niño y lo tumbé en el suelo e inmediatamente comencé la reanimación cardiopulmonar. El niño sangraba por la boca y observé una herida de bala en el centro de la cara, cerca de la nariz. Continué con la RCP pero no sentía pulso”.
Ayden es uno de los más de 1.300 niños y adolescentes muertos por arma de fuego en Estados Unidos en lo que va de 2023, según Gun Violence Archive (Archivo de la Violencia Armada). Las armas de fuego se convirtieron en el asesino número 1 de niños y adolescentes en Estados Unidos en 2020, superando a los accidentes automovilísticos, que habían sido durante mucho tiempo la principal causa de muerte entre los jóvenes estadounidenses.
Las autoridades siguen investigando el incidente. Este miércoles, el teniente Chris Pritchett, de la policía de LaGrange, dijo a CNN que un detective había presentado el expediente del caso a los fiscales para su revisión.
En una entrevista reciente, mientras luchaba con sus emociones, Williams dijo que deseaba no haber obtenido la pistola. Se le preguntó qué podían aprender otros padres de su experiencia.
“Tengan cuidado”, dijo. “Incluso si tienes armas en casa, asegúrate de que están en un lugar seguro. Cualquier cosa puede pasar en un abrir y cerrar de ojos”.
Aún podía oír el sonido de la pistola al dispararse. Ayden era tan rápido, tan curioso. Era un torbellino de movimientos y sonidos, corriendo por el apartamento, saltando sobre la cama, montando en su moto de juguete, inventando sus propios pasos de baile. Un muñeco de acción que cobraba vida. Ayden resonaba en todo el edificio B. Y entonces, una noche, se detuvo.
“Es tan silencioso”, dijo su madre.
En su antebrazo derecho lleva tatuado el nombre de Ayden, su fecha de nacimiento y las huellas de dos pies de bebé.
Williams y sus hijas se sentaron en el sofá, recordando al niño que habían perdido. Les preguntaron qué era lo que más extrañan de él. Destiny, de 7 años, se quedó pensativa.
“Lo que más extraño…”, dijo, intentando encontrar las palabras.
“Lo que más extraño…”, dijo, todavía buscando.
“Estaba aquí”, dijo finalmente.
Za’Niyah, de 10 años, dijo que había rezado para tener un hermanito, que había soñado con él antes de que naciera y que pensó que era un milagro cuando llegó. Extraña la forma en que tomaba una barrita Nutri-Grain de fresa y se metía en su cama con ella, la comían juntos y él se quedaba dormido.
Ayden llevaba un mono de Spider-Man en el ataúd. Su madre miró a su pequeño Spider-Man y deseó poder ocupar su lugar.