Chae-ran, que escapó de Corea del Norte solo para ser traficada en China, prepara comida en su nuevo hogar en Corea del Sur.

Seúl, Corea del Sur (CNN) – Chae-ran deja el plato con rodajas de naranja y fruta del dragón en el suelo, a unos metros de la pila de ropa de cama donde duerme.

A sus 35 años, empieza de nuevo, sola en un país extranjero, sin siquiera una fotografía o una carta de su antigua vida: solo una habitación austera con paredes blancas y desnudas. Pero es su hogar, y el primer lugar que tiene para ella sola después de haber vivido en las sombras.

Chae-ran es una de las mujeres que huyeron de Corea del Norte, solo para ser traficadas y explotadas sexualmente en China, donde el desequilibrio de género ha creado un mercado negro de esposas.

Huyó por segunda vez casi dos décadas después, a través de Laos y Tailandia. Pero las oportunidades para que otras personas tomen el mismo camino se han reducido desde la pandemia, dicen los expertos, dejando a un número incalculable de niñas y mujeres norcoreanas atrapadas en la servidumbre.

CNN identifica a Chae-ran con un seudónimo por la seguridad de su familia en Corea del Norte y del hijo que dejó en China.

El dormitorio de Chae-ran en su nuevo hogar, amueblado con la ayuda de iglesias y organizaciones locales de Corea del Sur.

Escape y explotación

Chae-ran escapó por primera vez después de terminar la escuela secundaria. Le habían asignado un trabajo en una mina de carbón, como a su padre y a la mayoría de la gente de su aldea cerca de la frontera con China, pero la adolescente no quería pasar su vida haciendo trabajos pesados, a gran profundidad.

Había visto a otros aldeanos cruzar el río que separa Corea del Norte de China para buscar trabajo y quería ayudar a mantener a su familia. Entonces, un día, sin decírselo a su madre, ella y una amiga se fueron de casa con la ayuda de un intermediario, personas que planean y facilitan el viaje fuera de Corea del Norte a cambio de una tarifa. Recuerda que era una tarde de otoño: el cielo todavía estaba claro cuando cruzó el río.

Pero, según cuenta, al llegar al otro lado, a ella y a su amiga las metieron en automóviles y las llevaron al noroeste de China, donde les dieron a elegir: entretener a los clientes en un bar o casarse con un chino.

“Quería llorar, pero sabía que nada podría cambiar incluso si lo hacía”, dijo, hablando en coreano durante una conversación con CNN. “Pensé que no podía trabajar en un bar, así que solo me quedaba una opción: casarme con un chino”.

Poco después, Chae-ran dice que la separaron de su amiga, a quien nunca volvió a ver, y le presentaron al hombre que la había comprado, un granjero chino ocho años mayor que ella.

“No me gustaba el hombre porque era bajo de estatyra, pero no quería que me vendieran de nuevo, así que me quedé callada”, dijo.

La llevaron a la aldea del hombre, en las montañas de la provincia nororiental de Hebei, cerca de la capital, Beijing. “Honestamente, parecían más pobres que mi familia”, dijo. “Las casas del pueblo estaban hechas de barro y piedras, y las ventanas no tenían vidrio sino papel fino”.

Como no hablaba chino, no podía comunicarse con el granjero ni con su familia, y sentía que no podía huir. Eso fue hace 17 años.

Muchos como Chae-ran abandonan su aislado país de origen con la esperanza de encontrar libertad y oportunidades una vez que crucen la frontera china, solo para ser traficados por los intermediarios que contrataron. Una investigación de 2019 realizada por la Iniciativa Futuro de Corea (KFI, por sus siglas en inglés), con sede en Londres, afirmó que decenas de miles de niñas y mujeres norcoreanas estaban siendo explotadas de esta manera, incluidas algunas de tan solo 12 años.

Los hombres superan con creces a las mujeres en China, en gran parte debido a su antigua política de hijo único y a la tradicional preferencia de las familias por los hijos varones. Según informes, los traficantes de personas están intentando llenar ese vacío vendiendo niñas y mujeres norcoreanas, algunas para casarse, mientras que otras son esclavizadas en burdeles u obligadas a realizar actos explícitos en videocámaras, según investigadores y organizaciones que ayudan a los refugiados.

Una vez que una víctima contrae un matrimonio forzado, a menudo es violada, no se le da más opción que tener hijos y se la obliga a realizar trabajos domésticos o manuales, según el informe del KFI.

CNN no pudo verificar de forma independiente las afirmaciones reportas en el informe. Otros informes del Departamento de Estado de Estados Unidos y de grupos de derechos humanos, incluido Human Rights Watch, han llegado a conclusiones similares.

Chae-ran dijo que su supuesto marido no la trataba mal, pero que debía obedecerlo y él la presentó como su esposa. A las ocho semanas de ser vendida, Chae-ran quedó embarazada. Ella dijo que no quería tener un hijo con él e intentó provocarse un aborto espontáneo, pero fracasó y dio a luz a un hijo.

“El bebé era tan hermoso”, dijo. “Cuando vi a mi lindo bebé, cambié de opinión”.

Se resignó a vivir en China el resto de su vida.

Viviendo en las sombras

Hay pocas salidas para las víctimas de la trata como Chae-ran.

China considera a los refugiados norcoreanos como inmigrantes económicos y los deporta por la fuerza a Corea del Norte, donde, como presuntos desertores, se enfrentan a prisión, posible tortura o algo peor, afirman activistas.

Eso obliga a los refugiados a vivir en las sombras, sin estatus legal ni protección, a menudo sin poder hablar el idioma y sin forma de comunicarse con sus seres queridos en sus países de origen.

Chae-ran y la familia de su marido se mudaron a un pueblo cercano unos años más tarde, donde encontró trabajo lavando platos. Más tarde, cuando empezó a aprender chino, trabajó en un supermercado, una tienda de té y como repartidora de comida.

Durante ese periodo, también conoció a otros refugiados norcoreanos en la misma situación, cuyo estatus era de conocimiento público en la aldea, dijo. CNN no revela la ubicación para proteger la identidad de Chae-ran.

Según el informe de KFI, la compra de una esposa norcoreana “siempre es conocida por la comunidad local”, pero rara vez se informa a las autoridades. Algunos lugareños argumentan que su aldea no sobreviviría de otra manera, dada la proporción sesgada de género y la caída de la tasa de natalidad en China.

Algunos refugiados en la ciudad, como Chae-ran, no tenían documentos de identificación y mantenían bajo perfil por temor a ser arrestados y deportados de regreso a Corea del Norte, lo que significa que a menudo se les niegan oportunidades laborales, acceso a atención médica y la capacidad de moverse libremente. Pero, según cuenta, algunos otros sí tenían documentos que les daban un mejor acceso a los recursos.

Según investigadores y expertos, las autoridades en algunas partes de China han comenzado a emitir los llamados “permisos de residencia” a mujeres norcoreanas casadas con hombres chinos, por un “precio considerable”.

Estas no son tarjetas de identificación oficiales emitidas por el estado, sino más bien un documento utilizado por las fuerzas de seguridad pública de China con fines de vigilancia, según Kim Jeong Ah, una exrefugiada norcoreana que fue traficada en China y ahora dirige la organización Rights for Female. Norcoreanos (RFNK, por sus siglas en inglés).

En su discurso ante la Organización de las Naciones Unidas en septiembre, Kim describió cómo estos permisos de residencia permiten a los refugiados norcoreanos conseguir empleo y utilizar el transporte público dentro de la región, pero no viajar más allá de su área local ni acceder a atención médica. Añadió que muchas mujeres son coaccionadas o amenazadas por las autoridades locales para que se registren para obtener el permiso y luego se enfrentan a una estricta vigilancia gubernamental.

Chae-ran afirmó que su marido y su familia política se negaron a pagar los documentos, lo que la hizo sentir expuesta y temerosa de ser detectada por las autoridades chinas. Debía tener cuidado de no sufrir accidentes al andar en bicicleta; evitó molestar a los vecinos que la amenazaron con denunciarla a la policía; sintió miedo al ver una patrulla de policía.

“Viví en China, pero no existía como persona”, dijo.

Chae-ran preparó la cena en su casa en Corea del Sur.

Vigilancia bajo Covid

La vida en China no hizo más que empeorar durante la pandemia, y el país impuso una implacable política de cero Covid. Los residentes necesitaban pruebas obligatorias y códigos QR de salud para ingresar a la mayoría de los lugares públicos, a ninguno de los cuales Chae-ran podía acceder sin documentos de identidad.

Cuando la escuela de su hijo pidió a todos los padres que presentaran pruebas negativas de Covid, ella tuvo que explicarle a la maestra que era una refugiada norcoreana. Dado que el reconocimiento facial se utiliza en algunas partes de China para rastrear el estado de salud de las personas, parecía imposible esconderse de las autoridades. Se confinó en casa, ya entrado el tercer año de la pandemia.

Las restricciones pandémicas también hicieron que algunas víctimas de trata norcoreanas fueran más vulnerables a relaciones abusivas o violencia doméstica, dijo Sokeel Park, director nacional de Corea del Sur de la organización internacional sin fines de lucro Liberty in North Korea (LINK), que ayuda a los norcoreanos a reasentarse en el Sur.

El hijo de Chae-ran había sido lo único que la había mantenido en China todos esos años, pero sentía que no podía seguir viviendo escondida y aislada. Cuando le planteó la idea de huir a Corea del Sur a su hijo, que entonces tenía 16 años, él le dijo que no quería irse.

Los otros refugiados norcoreanos que había conocido en la ciudad tenían conexiones con intermediarios que podían ayudarlos a escapar, mientras que organizaciones religiosas y grupos sin fines de lucro ayudaron discretamente a recaudar fondos para el viaje. Un día del pasado mes de abril, le dijo a su familia que iba a trabajar; en cambio, ella y un grupo de refugiados huyeron y cruzaron el país hasta la frontera sur de China. No le dijo a su hijo que se iba.

Desde la frontera sur, cruzaron varios países vecinos y caminaron a lo largo del río Mekong hasta Tailandia, donde se entregaron a la policía local y fueron internados en un centro de detención tailandés.

“Hacía tanto calor en el centro de detención que incluso tuve sarpullidos por calor. La gente en la celda se peleaba por todo”, dijo. “Lo más difícil para nosotros fue no saber cuándo podremos partir hacia Corea del Sur”.

Un funcionario de la embajada de Corea del Sur ayudó a organizar el eventual viaje de Chae-ran a Corea del Sur, visitándola a ella y a otros refugiados norcoreanos detenidos y llevándoles comida. Él fue la única persona cálida que conoció en su largo viaje para escapar, contó entre lágrimas.

Una nueva vida en Corea del Sur

A finales de mayo, Chae-ran finalmente llegó a Corea del Sur. Como todos los norcoreanos que ingresan al Sur, pasó por controles de seguridad y pasó un tiempo en una instalación que enseña a los desertores a asimilarse a la sociedad antes de comenzar finalmente su nueva vida en noviembre, seis meses después.

Con el apoyo financiero del Gobierno, alquiló un estudio y compró electrodomésticos como una lavadora y un televisor. Las iglesias y organizaciones sin fines de lucro la ayudaron a obtener productos básicos como mantas, utensilios y platos para el invierno.

Chae-ran estaba especialmente emocionada al recibir sus documentos de identificación de Corea del Sur. “Cuando recibí mi tarjeta de identificación por primera vez, me sentí muy feliz”, dijo. “Vine a Corea (del Sur) por esto y finalmente lo tengo”.

La cocina de Chae-ran está equipada con electrodomésticos, ollas y sartenes recién comprados.

Pero incluso con apoyo, adaptarse a la vida en Corea del Sur a menudo puede resultar difícil para los refugiados.

Algunos han descrito sus luchas contra el choque cultural, la soledad, el desempleo o las malas condiciones laborales, y la hostilidad de los surcoreanos, especialmente en los últimos años, cuando Corea del Norte ha aumentado las tensiones con su vecino.

En ese tiempo, menos desertores han cruzado la frontera para comenzar una nueva vida. Según el Ministerio de Unificación, solo 196 norcoreanos ingresaron a Corea del Sur el año pasado, más que los dos años anteriores durante la pandemia, pero una fuerte caída con respecto a los niveles previos a la pandemia. Y la mayoría de esos desertores abandonaron Corea del Norte hace mucho tiempo y permanecieron por años en otros países antes de llegar a Seúl, de acuerdo con el ministerio.

“Se ha vuelto mucho más difícil escapar desde el interior de Corea del Norte”, dijo Park, de LINK.

Quienes están atrapados en China ahora tienen menos vías de escape porque la red de intermediarios que ayudaban a transportar a los norcoreanos fuera del país colapsó durante la pandemia, dijo Park.

Quienes aún se dedican a ese negocio aumentaron sus precios debido al aumento de los riesgos y la vigilancia, mientras que los novatos carecen de eperiencia, lo que lo convierte en una apuesta arriesgada para los refugiados norcoreanos. Eso sin mencionar la seguridad fronteriza más estricta en China y los países vecinos.

Por ahora, Chae-ran está planeando su futuro. Espera algún día visitar China como turista con su pasaporte recién obtenido para ver a su hijo, a quien pudo contactar a través de su cuñada en China. Recibió un certificado de barista, está trabajando en su licencia de conducir y solicitó tomar una clase de cuidado de uñas en el centro de capacitación del Gobierno.

Si bien puede resultar abrumador empezar desde el principio (especialmente en un país con estigma social contra los desertores norcoreanos), está decidida a hacerlo funcionar.

“Me enfrentaré a cualquier cosa, a todo”, dijo. “Soy consciente de la discriminación contra personas como yo en esta sociedad, pero no importa lo grave que sea, será mucho mejor que vivir en China”.