(CNN) – Antes del amanecer de este lunes, a las 6:00 de la mañana, mi celular no paró de recibir llamadas y mensajes de texto: justo pocas horas después de que las llamas persiguieran a algunas personas en sus hogares. Con la vista aún nublada, me desperté, y contesté una llamada. “Se ha ido”, dijo mi prima con la voz agitada por la conmoción, “todo ha desaparecido”.
Como reportera, he seguido más tragedias de las que puedo enumerar. Tiroteos masivos, asesinatos, suicidios, árboles caídos, accidentes de tránsito – el que quieras nombrar. He conducido hasta los lugares donde ocurrieron, he corrido hasta ellos, he golpeado sus puertas, los he llamado por teléfono. Pero, esta semana, la tragedia llegó a mí.
Esa mañana, Santa Rosa estaba en llamas, al igual que otras áreas de los condados de Sonoma, Mendocino, Napa y Solano.
Al final de la mañana del lunes, hordas de personas embutidas en sus vehículos se dirigían al norte, muchos sin saber hacia dónde iban. En Healdsburg –que normalmente queda a 20 minutos de Santa Rosa en auto, pero por el tráfico puede tomar más una hora–, las filas en las estaciones de servicio llegaban a la calle y muchas de ellas se quedaron sin combustible. Los camiones de reparto tampoco podían ayudar llegar porque el fuego alcanzó la carretera y la bloqueó.
Yo podía saber quiénes eran los evacuados, no se necesitaba tener el ojo de una periodista. Era obvio. Sus vehículos estaban llenos con sus pertenencias (si tuvieron “suerte”), y sus ojos completamente enrojecidos por el humo, por haberse despertado en medio de la noche y por llorar. Aparecieron en la farmacia, comprando desodorante, pasta dental, zapatillas. Aunque nunca era mucho, porque ¿dónde empiezas cuando lo has perdido todo? También llenaban los estacionamientos de hoteles, deambulando, esperando conseguir una habitación o rebuscando entre las posesiones que lograron rescatar. Escuché “mi casa se ha ido” más veces de la que puedo contar.
La comunicación, o mejor la falta de ella, durante el desastre puede ser el mayor problema. Curiosamente, en una ciudad tan cercana a Silicon Valley –el lugar donde nacieron miles de aplicaciones que nos permiten conseguir todo fácilmente a través de un teléfono inteligente (hierbas, almuerzo, lavandería y un millón de cosas poco útiles que no mencionaré aquí)– no hay una buena forma de compartir información confiable. En parte se debe a que muchas personas no tenían servicio de celular y el internet de muchos usuarios fue suspendido.
Pero incluso personas como yo, cuyos teléfonos funcionaban, se encontraron con muchos mapas cuestionables. En últimas, no había ninguna manera confiable de rastrear los incendios. Y ese fue un enorme problema. El jueves se supo que las autoridades de Sonoma decidieron no enviar una alerta masiva en la noche del sábado, temiendo que podría generar un pánico generalizado y alarmar innecesariamente a quienes se encontraban fuera de las áreas afectadas. Esa podría haber sido la decisión correcta.
Sin embargo, esa alerta era también la única manera de comunicar la gravedad y peligro de manera temprana. Lo necesitábamos, porque ahora mismo las redes sociales no están reduciendo el pánico.
Yo trabajo en el negocio de conseguir información, pero cuando el miércoles se emitió un aviso obligatorio para mi vecindario tuve problemas en encontrarlo. Si eso ocurrió conmigo, ¿cómo se supone que le iría mis vecinos mayores, algunos de ellos con un menor manejo de la tecnología y capacidad física?
En la tarde del lines, cuando se abrió el paso de la autopista 101 –nuestra principal carretera–, conduje al sur para ver por mí misma lo que había ocurrido. Un pequeño recorrido fue suficiente para que el humo y el miedo me obligaran a dar vuelta atrás. Había árboles caídos que ardían al lado de la carretera, cerca a donde los bomberos exhaustos estiraban una manguera para apagar el fuego de lo que era un negocio y ahora estaba reducido a escombros. En las laderas, apenas se veían las oscuras columnas de humo a través de la neblina gris.
Pero en medio de la destrucción, se han vivido muchos momentos de fortaleza y bondad. En el principal centro de evacuación del área, por ejemplo, vi personas cuidando a animales que quedaron atrás. No hay nada como observar a un voluntario ponerle colirio a los ojos de un caballo o a un estudiante de veterinaria intentando sacar una oveja de un potrero en medio de la zona de desastre. Todo porque también vale la pena salvar esas vidas.
Se está ofreciendo mucha ayuda, pero su naturaleza irregular y desorganizada hace que las cosas sean difíciles, especialmente cuando se combinan con los procedimientos torpes y enloquecedores de los organismos gubernamentales. Este martes, la base aérea de Travis tuiteó que estaba lista para ayudar con el fuego, pero que primero debía haber una solicitud. ¿Por qué no pueden ayudar cuando es obvio que se necesita?
Debe existir un mejor camino. Ahora mismo, veo que cada entidad estatal involucrada está utilizando métodos completamente diferentes: desde los departamentos de bomberos locales hasta el Departamento de Ciencias Forestales y Protección Contra Incendios de California (Cal Fire). Algunos usan Twitter, pero publican actualizaciones sólo unas pocas veces al día, a pesar de las promesas de hacerlo con más frecuencia. Otros envían alertas Nixle, pero no todos las reciben porque son opcionales: hay que activarla en línea o mandar un mensaje de texto con el código postal a un número que pocas personas conocen (888-777). Otros usan Facebook.
Entonces, ¿cómo se supone que personas en medio del pánico, con la necesidad de salir de sus hogares, busquen a través de toda esta información? Yo vi a algunos en sus cocheras, con binoculares, tratando de saber hacia dónde se dirigía el viento este martes. Justamente, eso hace que las deficiencias del sistema resulten dolorosamente obvias.
Lo que es obvio es que este incendio podría convertirse en el más mortal en la historia reciente del estado de California. Nunca he visto nada parecido y no soy la única. La gente del norte de California, desde quienes están cerca a los incendios hasta los millones más que hoy están respirando el humo, necesitan toda la ayuda que podamos obtener. No esperen que les pidamos, no tenemos tiempo.