Una turista camina cerca a un cartel del presidente cubano Raúl Castro y el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, previo a la visita de Obama a La Habana en marzo de 2016.

Nota del editor: Camilo Egaña es el conductor de Camilo. Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor.

(CNN Español) – “Aquí no va a pasar nada”, me dijo desde La Habana, alguien muy cercano al poder la noche del 25 de noviembre de 2016 cuando los cubanos de aquí y de allá intentaban metabolizar la noticia de la muerte de Fidel Castro.

No hay país más gatopardiano que ese país mío – que cada vez menos mío por lejano, una isla en la que todos saben que “es necesario que todo cambie si queremos que todo siga igual”.

Decir que no pasa nada en Cuba es muy poco decir. El país no es el mismo que hace un año con la muerte definitiva de Castro ni es el misma de hace once años cuando Fidel tuvo que ceder el poder a su hermano Raúl, espoleado por la mala salud. Ni es la misma nación desde que Raúl Castro y Barack Obama se sonrieron por primera vez como Dios manda. Los cubanos ya no son los mismos. Y nunca lo fueron, pero lo parecía.

Pese al gobierno, los cubanos de hoy intuyen que pueden ser más libres que hace veinte años. No digo que lo sean, lo intuyen. Saben que pueden prescindir del Estado que les atenaza como padre gruñón e insensible. Y esa intuición es una puerta abierta que nadie ya puede cerrar del todo.

Jamás pensé que alguien desde Estados Unidos, después de Obama, podría conseguir lo que añoraba Fidel Castro: destruir todos los puentes posibles entre La Habana Y Washington. Donald Trump parece que lo está consiguiendo. La costra del recelo y la desesperanza se endurece aún más.

Y mientras tanto, Silvio Rodriguez se lamenta en una de sus canciones más bellas —”Casiopea”— que cuando creyó colmada la tarea, cuando cumplió celosamente el plan de esperar un millón de años más, volvió su corazón a “Casiopea”. Pero nadie le responde. Y se pregunta:

¿Qué puede haber pasado a mi señal?
¿Será que me he quedado sin hogar?
Hoy sobrevivo apenas a mi suerte lejano de mi estrella de mi gente.
Me voy debilitando lentamente
Quizás ya no sea yo cuando me encuentren.

Ya sé que eso que los filólogos llaman el sujeto poético es tan anfibológico como resbaladizo. Más claro: que cualquiera lo puede hacer suyo de la manera que se le antoje. Todo depende de lo que quiera entender. Pero si la derrota tiene una canción es esa “Casiopea” y que la cante Silvio, supongo que lo hace más triste para unos e infinitamente más reconfortante para otros. Como si todos no hubiéramos perdido un poco.