Nota del editor: Peggy Drexler es una psicóloga investigadora y autora del libro “Our Fathers, Ourselves: Daughters, Fathers, and the Changing American Family” y “Raising Boys Without Men”. Actualmente trabaja en un libro sobre las fallas del feminismo. Las opiniones expresadas en este comentarios pertenecen exclusivamente a ella.
(CNN) – Mientras sentenciaba a Larry Nassar, el exmédico del equipo de gimnasia de Estados Unidos, a más de 175 años de prisión por décadas de abuso sexual contra niñas que estaban a su cuidado, la jueza del Tribunal de Circuito de Estados Unidos Rosemarie Aquilina se posicionó como una voz resonante en el momento de la verdad.
Desde su asiento y en el centro de una sala de justicia, el mensaje que dio este miércoles fue fuerte y muy, pero muy claro: las mujeres ya no serán silenciadas.
Ciertamente no bajo su mirada. Así lo insinuó fuertemente días antes de la sentencia, cuando la jueza invitó a las víctimas de Nassar a que hablaran ante la corte y ante su abusador. Las declaraciones de las víctimas son una parte muy estándar del protocolo de sentencias, por supuesto, pero escuchar esto no lo es.
Aquilina le abrió su corte a cada mujer que decidió que tenía algo que decir, incluso en el último minuto, aún sabiendo que ya tenía evidencia más que suficiente para determinar su sentencia luego de escuchar a solo una pequeña fracción de las víctimas. Al final, más de 150 mujeres llegaron, muchas de ellas a hablar por primera vez sobre su abuso.
Una audiencia que pudo haber tomado un día o dos, duró siete. Cuando Nassar le escribió a Aquilina una carta diciendo que no aguantaba escuchar una semana del testimonio de sus víctimas, asegurando que él fue un “buen doctor” a quien los medios habían retratado como “equivocado y malo”, ella se le plantó de frente .
Y lo transmitió todo en vivo.
La muy pública naturaleza de la resolución de este caso fue clave, por supuesto. Al establecer su corte como un lugar público para que las víctimas llegaran, Aquilina forzó no solo a Larry Nassar, sino al mundo entero, a que las escuchara.
La corte se volvió un lugar de catarsis, de empoderamiento y de propósito. La razón por la que la gran mayoría de abusos sexuales no se reportan es por el estigma que lo rodea, y las víctimas sienten vergüenza y humillación. De hecho, algunas de las personas que hablaron sobre el comportamiento de Nassar aparantemente fueron ignoradas en el pasado.
Pero al alentar a tantas mujeres a presentarse juntas —y tan públicamente— con sus historias, mirando directamente a los ojos de su abusador mientras las compartían, Aquilina efectivamente desterró el estigma. Las dejó hablar, y luego las elogió por hacerlo. Les dio voz a las mujeres y hombres que tenían sus propias historias para contar, y mujeres y hombres que aún pueden hacerlo. Sus acciones les dijeron que está bien y necesario hacer lo que ellos hicieron.
Y sus propias palabras también importaban. Luego de escuchar cada relato, Aquilina se dirigió a las víctimas. Les llamó “sobrevivientes” y “superhéroes”.
“Eres imparable”, le dijo a la gimnasta All Raisman. “Eres parte de una fuerza creciente imparable, de una voz imparable, fuerte y alta”. A la exgimnasta Taylor Cole, que habló de ansiedad por culpa de Nassar, Aquilina le dijo: “Haz a una lado esas pesadillas. Él ya se ha ido. Tus palabras reemplazan lo que él te ha hecho”.
A otra víctima Aquilina le dijo: “A medida que te vas volviendo más fuerte, a medida que lo superas —porque lo harás— él se debilitará y se marchitará”.
Y, al darle su sentencia a Nassar, Aquilina tampoco midió sus palabras ni escondió su placer.
“Es un honor y un privilegio sentenciarte”, le dijo a Nassar. “No haz hecho nada para merecer salir de una prisión otra vez”.
Fue un momento excepcional en el que le quitó su enfoque de las mujeres, para quienes ella ha emergido como una especie de ángel vengador. Hasta el momento, se ha negado a hablar con los medios, insistiendo en que las historias del juicio se mantengan enfocadas en las sobrevivientes. Después de todo, dijo ella, “esta es su historia”.