Nota del editor: Matthew Albracht es un defensor, investigador y escritor sobre justicia social. Es el exdirector ejecutivo y actualmente miembro de la Junta de The Peace Alliance, una ONG con sede en Estados Unidos que aboga por las prioridades de consolidación de la paz nacionales e internacionales. También es el autor del próximo libro “Nourish Your Self Whole”. Síguelo en Twitter. Las opiniones expresadas en este comentario son suyas. Ve más opinión en cnne.com/opinion
(CNN) – Hace unos años, nunca hubiera imaginado que mi amado norte de California sería una zona cero para la crisis climática global, no aquí, y especialmente no tan pronto. Pero aquí estamos. La devastadora temporada de incendios de este año, que está volviendo el cielo de un naranja apocalíptico sobre el área de la Bahía de San Francisco, es solo un ejemplo desgarrador.
Si bien no somos las únicas personas afectadas por un desastre en el planeta, los que vivimos aquí hemos perdido mucho. Tendremos mucho que resolver a medida que nos recuperemos y avancemos en este paisaje carbonizado y complicado. Pero por ahora, simplemente lamento la enormidad de lo que se ha perdido. No mentiré, es pesado.
Me acabo de enterar de que parte de mi lugar natural más preciado, en la Reserva Natural Estatal de Armstrong Woods, fue arrasado por el fuego. Ahora vive solo en mis recuerdos. Es el último recordatorio de una dura verdad: la crisis climática es inquebrantable en su ferocidad y ya ha dañado irreparablemente a mi estado natal, con mucho más por venir.
Uno de los primeros y más grandes signos tangibles del problema fue la megasequía de los últimos años, la más larga en la historia moderna de California. Entonces, comenzaron los grandes incendios, que regresaban año tras año agotador, acabando con tantas cosas a su paso. Los truenos secos y las tormentas eléctricas, únicas en una generación, que marcaron el comienzo de los incendios de este año, ofrecen una vívida advertencia de lo que enfrenta este planeta: un alarmante presagio de lo que está por venir.
Los científicos del clima advirtieron que todo esto probablemente será nuestra nueva normalidad. Muchos de nosotros lo sacamos de nuestras mentes, rezando para que estos nuevos patrones fueran una anomalía. Pero este año, al menos para mí, la cruda realidad finalmente se está asentando: esto no va a desaparecer. Gran parte de lo que amo de esta magnífica área, tanto física como emocionalmente, ya se ha ido o está seriamente dañado. Todavía habrá mucho que amar, y debo tener esperanza para el futuro aquí, pero tampoco puedo negar que lo que fue nunca volverá.
Ha sido como la muerte de un ser querido. Se han ido tantas criaturas magníficas. La tierra prístina en sí misma se quemó y marcó, cientos de miles de hectáreas con innumerables árboles, incluidas secuoyas de más de mil años.
El otoño suele traer nuestro mejor clima. Es el momento en el que queremos estar afuera y sin preocupaciones, pero ahora estamos acosados por la preocupación, haciendo planes de contingencia, preparando kits de evacuación y bolsas de escape, que ensucian los pasillos y llenan la parte trasera de los autos durante meses, sin saber cuándo podría haber un nuevo incendio u orden de evacuación.
También es la incapacidad de salir y simplemente respirar, debido a todo el humo espeso y tóxico que mancha los cielos y nuestros pulmones. También puede ser difícil respirar dentro, como resultado de semanas de clima inusualmente caluroso y ventanas cerradas pero con goteras y sistemas de aire acondicionado mediocres que hacen todo lo posible contra los desafíos crecientes, pero con demasiada frecuencia simplemente no están a la altura de este nivel de ataque. Luego están los apagones continuos, un intento de mitigar nuevos incendios que pueden ser causados por líneas eléctricas caídas durante tormentas de viento.
¿Tendremos que cancelar esencialmente de uno a tres meses al año, cada año, para hacer frente a estos incendios recurrentes? Es mucho para sostener. Pero tendremos que descubrir cómo navegar por estas nuevas realidades de la crisis climática, y aquellas desconocidas que aún están por venir. Este es el tipo de cosas con las que estamos lidiando ahora aquellos de nosotros que vivimos en las partes del mundo que ya están siendo muy afectadas.
Todavía queda mucha belleza aquí en el norte de California, al menos por ahora, y los árboles y la vida silvestre arrasados emergerán con el tiempo, con suerte con mejores prácticas de manejo de la tierra y menos expansión humana, que también son parte del problema. Pero esa inocente y mágica facilidad que solía ser parte de la vida aquí para mí y para muchos otros se siente desaparecida, al menos en este tierno momento.
Lo que nos queda es una advertencia, para Estados Unidos y el mundo, sobre los peligros del calentamiento global. No es demasiado tarde para avanzar de manera mucho más sostenible, mitigando los peores impactos del cambio climático provocado por el hombre. Somos inteligentes e inventivos. Podemos construir una sociedad y una economía más limpia y ecológica que no solo mantendrá a raya lo peor, sino que también creará un planeta mucho más saludable.
No sigamos empujando nuestro dolor y miedo a la negación y la complacencia. En cambio, permitámonos sentir profundamente en nuestra nueva realidad, aceptarla y dejar que nos motive a la acción productiva. Podemos hacerlo. Debemos hacerlo.