Nota del editor: Jorge G. Castañeda es colaborador de CNN. Fue secretario de Relaciones Exteriores de México. Actualmente es profesor de la Universidad de Nueva York y su libro más reciente es “America Through Foreign Eyes”, publicado por Oxford University Press. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivamente del autor. Ver más opiniones en cnne.com/opinion
(CNN Español) – México no figuró mucho en la campaña presidencial que acaba de concluir en Estados Unidos. Salvo las repetidas referencias del presidente Trump al tema inmigratorio y al muro fronterizo (menos que en 2016), y las promesas de Joe Biden sobre el asilo, el programa DACA y los trabajadores indocumentados, nadie se refirió ni siquiera indirectamente al vecino al sur de Estados Unidos. Pero una vez que Biden tome posesión del Gobierno el 20 de enero, México figurará mucho en su agenda. Y Estados Unidos siempre ocupa un lugar central en la agenda mexicana.
Para México, la victoria de Trump habría traído desafíos y oportunidades. Para su presidente, Andrés Manuel López Obrador, realizó un viaje a Washington en plena campaña, lo que se sintió como un apoyo a Trump porque fue su primero al exterior como presidente y se ha negado a felicitar a Biden cuando casi todos los jefes de Estado del mundo lo hicieron de inmediato, la llegada de los demócratas a la Casa Blanca arrojará más bien problemas. En una palabra, Biden será bueno para México, malo para AMLO.
Para México, la diversificación de los temas de la agenda representará un retorno a la normalidad de antes. En lugar de que todo se centre en la migración, como lo quiso Trump (y durante un tiempo, en el hecho del nuevo acuerdo comercial de América del Norte, mas no en su contenido), volverán a la palestra otros asuntos. Biden, según algunos reportes de medios y expertos del mercado, insistirá en la aplicación y cumplimiento de las disposiciones laborales y ambientales del T-MEC. Como yo lo veo, a la larga estas serán beneficiosas para México, ya que la ausencia de sindicatos totalmente democráticos y poderosos (algo que se entiende por el sistema autoritario que representó el régimen del PRI -con elecciones pero sin alternancia- desde la década de 1920 hasta el año 2000) explica en buena medida los salarios de miseria que se suelen pagar en muchas empresas. Asimismo, las disposiciones ambientales multilaterales obligarán al Gobierno mexicano y a las empresas que invierten en el país a cumplir con una legislación nacional adecuada, pero rara vez puesta en práctica o fiscalizada, como consta hasta en las quejas ventiladas en el Congreso de EE.UU.
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Biden seguramente insistirá en la agenda verde en su conjunto. Buscará que México lo acompañe en su apoyo a las energías renovables y en el abandono paulatino de las fuentes fósiles. Asimismo, mi opinión es que el partido de Biden buscará defender mucho más que Trump a las empresas estadounidenses con inversiones en México, protegidas por distintas cláusulas del mismo tratado.
El presidente electo de Estados Unidos manifestará interés, sino es que preocupación, por la situación de los derechos humanos y de la democracia en México, en mucho mayor medida que Trump. Esto no significa que presionará a López Obrador para que desista de sus tentaciones autoritarias, pero es evidente que los diversos atropellos a la libertad de prensa, a las instituciones autónomas, a la cultura y la ciencia, recibirán una atención superior a la de ahora . Si la deriva de AMLO hacia el autoritarismo se mantiene y se acentúa, como lo señaló en su momento el Financial Times al llamar a López Obrador un “caudillo”, frente a lo que el mandatario dijo que el diario “debería pedir perdón” por empujar el modelo neoliberal en el mundo, creo es probable que el propio Biden y muchos demócratas en el Congreso en Washington, intenten frenarla hasta cierto punto, aunque no irán muy lejos. Lo harán sin demasiado vigor, ya que siempre es delicado meterse en las cuestiones internas de México, pero por lo menos lo harán en el margen.
De la misma manera, si se concretara la legalización federal de la marihuana, como lo mencionó Harris en el debate vicepresidencial, sin especificar si se refería al consumo medicinal o recreativa, cambiará mucho la situación de México. Será mucho más absurdo mantener la política punitiva y coercitiva mexicana si Estados Unidos modifica su postura. Es cierto que -en teoría- el Congreso de México se encuentra obligado por la Suprema Corte a legislar sobre ello antes de fin de año, pero es poco probable que eso suceda.
Por último, Biden se ha comprometido a dejar atrás las posturas de Trump en materia inmigratoria. Ha anunciado fue pondra al esquema de “Permanecer en México” y a los acuerdos de “Tercer país seguro” con Guatemala, Honduras y El Salvador. Además, ha dicho que eliminará la incertidumbre de los llamados dreamers al restablecer todas las garantías del programa DACA, y que enviará al Congreso un proyecto de ley para regularizar la situación de los más de 10,5 millones de indocumentados que se estima, hay en Estados Unidos. Cabe la salvedad de que los demócratas podrían no obtener la mayoría en el Senado para aprobarlo y tendrían que negociar. Todo esto resultará sumamente beneficioso para México, si se cumple.
Por último, podemos suponer que Biden buscará una solución diferente para la terrible crisis venezolana. Cualquiera que esta sea –convencer a Cuba y a Rusia de que cooperen; convocar a elecciones libres bajo supervisión internacional; una salida digna pero definitiva para Maduro, el chavismo y los cubanos- México podría tener que ayudar aunque no esté obligado a hacerlo y será difícil resistir a una petición estadounidense si la llega a formular. Y eso será bueno para México, pero incómodo para López Obrador.
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Este último deberá lidiar con una presidencia más compleja, más tradicional, más multifacética que la de Trump. Lo obligará a dedicarle tiempo y reflexión, y no simples consignas a la relación con Estados Unidos. Terminó la época en que AMLO, a condición de ser el muro de Trump frente a los centroamericanos, podía gobernar como quisiera en México, sin que ninguna mirada externa le estorbara.
Al final de cuentas, ese fue el pacto implícito de los gobernantes del PRI con Washington desde los años 20, al terminar la Guerra Cristera. Si México se mantenía en el bando occidental y mientras no construyera alianzas con la Alemania nazi ni con la Unión Soviética, podía gobernarse como quisiera, lo que dio como resultado regímenes autoritarios, corruptos e ineficientes. Estados Unidos se haría de la vista gorda. Este quid pro quo concluyó con el final de la Guerra fría, y aunque Trump lo restableció en cierta forma a través del control inmigratorio, nunca pudo ser una estrategia duradera.
Ha terminado. López Obrador tendrá que concentrarse en una multitud de temas con Biden y cumplir con los compromisos internacionales asumidos por México, antes y durante su mandato. Le va a costar trabajo.
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