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EE.UU.

América se desmiente

Por Jorge Gómez Barata

Nota del Editor: Jorge Gómez Barata es columnista, periodista y exfuncionario del Departamento Ideológico del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y exvicepresidente de la Agencia de noticias Prensa Latina. Las opiniones expresadas en este texto corresponden exclusivamente al autor.

(CNN Español) -- Si en Estados Unidos los racistas fueran mayoría, Barack Obama no sería presidente. ¿Por qué entonces persisten los linchamientos y los crímenes de odio contra los negros, incluida la brutalidad policial? La paradoja es enorme: un país donde se ha luchado intensamente contra el racismo es uno de los más racistas pese a estar gobernado por un afroamericano. Para algunos se trata de un atavismo.

Aunque el carácter estructural y la brutalidad del racismo lo ocultan, no es difícil probar que, a lo largo de la historia nacional, las élites avanzadas de Norteamérica han luchado con determinación contra ese flagelo.

En 1777, la llamada República de Vermont (14° estado de la Unión Americana) abolió la esclavitud. En 1787, los redactores de la Constitución fijaron el año de 1808 como límite para la importación de personas. En 1804 la esclavitud fue abolida en Nueva Jersey y en 1807, en todo el país se hizo efectiva la prohibición de la entrada de esclavos.

En 1820, para impedir que los estados esclavistas fueran mayoría en la Unión Americana, se negoció el “Compromiso de Missouri”, que prohibía la esclavitud en los territorios al norte del paralelo 36. Aunque no resultó eficaz, el entendimiento fue un importante paso hacia la abolición.

En 1831, Nat Turner protagonizó en Virginia la primera rebelión de esclavos en Estados Unidos. Por esa época, William Lloyd Garrison comenzó a editar The Liberator, el primer periódico abolicionista que sobrevivió hasta que la esclavitud fue abolida. Especial significado tuvo la publicidad generada en 1839 en torno al proceso judicial de los 53 esclavos de la Goleta Amistad, que procedente de La Habana recaló frente a Nueva York. En 1841 la Corte Suprema declaró libres a los esclavos llevados a Estados Unidos.

Todavía pasaría tiempo y se acumularían maculas y sufrimientos hasta que en 1861, en respuesta a la elección de Abraham Lincoln, declaradamente abolicionista, 7 estados del sur, en los cuales se practicaba la esclavitud, se separaron de la Unión, lo cual desató la guerra civil, durante la que 4 estados más siguieron el mismo paso. La victoria de las fuerzas de la Unión dio lugar a la abolición y a tres de las más importantes Enmiendas a la Constitución norteamericana (13°, 14° y 15°).

No obstante, el racismo sobrevivió durante otros cien años asumiendo la forma de segregación racial, que estuvo vigente hasta los años sesenta del siglo XX, cuando debido a la lucha por los derechos civiles y la voluntad de un sector avanzado de la clase política encabezado por el presidente Kennedy, fue abolida, aunque ello tampoco puso fin al racismo.

La historia norteamericana no escatima los méritos de abolicionistas negros como Frederick Douglass, dedica una fecha nacional a Martin Luther King. Debido a intensas luchas, al patriotismo y la entereza de la población negra se conquistaron la integración racial en el deporte y la cultura y durante la II Guerra Mundial y la Guerra de Corea, los afroamericanos pudieron morir junto a sus compatriotas blancos en las guerras en los que Estados Unidos se involucraba.

Desde hace casi cien años hay en Estados Unidos congresistas, senadores, alcaldes y gobernadores negros y también lo han sido dos magistrados de la Corte Suprema. La primera mujer en ocupar la Secretaria de Estado, Condoleezza Rice, fue una afronorteamericana. En la misma época, Colin Powell, un general negro, fue jefe de la Junta de Jefes de Estado Mayor. En 1993, Tony Morrison, una norteamericana negra, obtuvo el premio Nobel de Literatura. Actualmente entre otros altos cargos, la secretaria de Justicia y el presidente son afroamericanos.

El aporte de la intelectualidad afroamericana a la cultura popular estadounidense es reconocido por la sociedad que tiene en alta estima a intelectuales y artistas músicos, periodistas, científicos, atletas e incluso políticos negros.

La paradoja radica en que, junto a ese significativo cuadro, subsiste el racismo más primitivo y criminal que no solo desmiente la civilización acumulada por Estados Unidos, sino la esencia de su aspiración a ser un santuario de la libertad, la tolerancia y la democracia. Cada estadounidense, negro, hispano, mexicano, asiático o de cualquier minoría, víctima de la brutalidad policial, linchado o asesinado es un baldón para la América que quiso ser y no ha sido. Allá nos vemos.