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Noticias de EE.UU.

¿Por qué la debilidad de Trump frente al odio?

Por Michael D'Antonio

Nota del editor: Michael D'Antonio es autor del libro “Never Enough: Donald Trump and the Pursuit of Success” (Nunca es suficiente: Donald Trump y la búsqueda del éxito). Las opiniones expresadas en este texto son exclusivamente del autor.

(CNN) -- Con un muerto y 19 heridos en Charlottesville (Virginia), el presidente Donald Trump ha respondido a su primera crisis doméstica con la cobardía del matoneador que siempre ha sido. En lugar de rechazar a los violentos nacionalistas blancos que aterrorizaron a una ciudad pacífica, los igualó moralmente a aquellos que se aliaron en contra del odio.

“Condenamos en los términos más fuertes posibles esta atroz muestra de odio, intolerancia y violencia de muchos lados, de muchos lados”, dijo nuestro presidente a medida que los disturbios civiles sacudieron al país.

Al repetir la última frase “de muchos lados” Trump se aseguró de que entendiéramos que cree que aquellos que valientemente se opusieron a los racistas no eran mejores que los nacionalistas blancos que mostraron su intolerancia.

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Después de la publicación de esta columna, y ante una creciente presión por parte de republicanos y demócratas, el presidente Donald Trump hizo este lunes lo que no hizo durante el fin de semana: condenó directamente a los nacionalistas blancos y a los neonazis que fomentaron la violencia y dijo que "el racismo es malvado y quienes causan violencia en su nombre son criminales y unos matones, incluyendo al Ku Kux Klan, los neonazis, los nacionalistas blancos y otros grupos de odio", que también calificó de "repugnantes".

Donald Trump durante su mensaje sobre los incidentes de Charlottesville. (JIM WATSON/AFP/Getty Images)

Aquellos que se sienten perturbados con el equívoco de Trump del fin de semana pueden considerar dos explicaciones para su debilidad. O favorece a los que están del lado de incitar la violencia o tiene miedo de perder su apoyo.

Y eso se hizo obvio por el tuit que el fanático intolerante y exlíder del grupo racista Ku Klux Klan, David Duke, le envió a Trump: “Le recomendaría que se mire en el espejo y recuerde que fueron los estadounidenses blancos quienes lo pusieron en la presidencia, no los radicales de izquierda”.

El eslogan de Trump (Hacer grande a Estados Unidos de nuevo) se aprovecha del sentimiento de victimismo experimentado por los blancos, sobre todo los hombres blancos, quienes fantasean con tiempos mejores, antes de que los derechos civiles y los derechos de las mujeres erosionen las ventajas que venían con el hecho de nacer blanco, cristiano y hombre.

Con ese eslogan, y su retórica de odio hacia los inmigrantes, el presidente envalentonó a estos individuos para que se movilizaran y se convirtieran en una fuerza política.

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Para el candidato Trump era familiar ese peligroso juego de ira racial porque ya antes lo había usado muchas veces. De hecho, muchos de quienes lo apoyaron durante la campaña asumieron que él compartía sus prejuicios raciales porque durante su vida adulta había preferido el obvio aroma de la intolerancia.

Durante cinco años consecutivos, Trump insinuó falsamente que Barack Obama no había nacido en Estados Unidos y que, por eso, no podía ocupar el cargo de presidente. Y con quienes odiaban a Obama por su color de piel, Trump mostraba que también compartía esa ansiedad de tener a un negro en la Casa Blanca y decía que lo consideraba poco confiable.

Matoneador desde hace mucho tiempo, Trump alimentó los impulsos violentos escondidos en sus seguidores más fanáticos, llamándolos abiertamente a golpear a los protestantes en sus filas. Incluso, llegó a excusar como “apasionados” a dos hombres que hablaban de Trump mientras usaban un tubo para golpear a un hombre sin techo, que pensaban era un inmigrante hispano.

Entre sus primeros actos como presidente, Trump emitió un decreto que prohibe la entrada de personas de siete países de mayoría musulmana, que fue rápidamente derribado por cortes federales.

Y cuando un hombre blanco indignado por la inmigración disparó en un bar de Kansas, matando a una persona, Trump no habló inmediatamente. Un silencio muy parecido al que guardó cuando atacaron hace poco una mezquita en Minnesota.

La marcha de este sábado ocurrió horas después de que un amplio grupo de nacionalistas blancos marcharon, llevando antorchas encendidas, en la Universidad de Virginia el viernes por la noche.

Cada vez que tiene la oportunidad de rechazar el odio, Trump permanece en silencio y parece que le faltara el corazón necesario para hacer lo correcto. Todo el mundo sabe que la única respuesta apropiada a la intolerancia y el matoneo es una oposición valiente. Los únicos que no lo saben son los mismos matoneadores e intolerantes.

Trump podría cambiar si reconoce su propio fracaso y se aleja de la multitud de extrema derecha de la que está tan cerca. Hace poco, cuando alardeó de ser la persona más “presidencial” en llegar a la Oficina Oval, permitió que hubiera una sola excepción: “el difunto y gran Abraham Lincoln”.

Dotado de una consciencia poderosa y de un sentido de la historia, el Gran Emancipador no podría ser más distinto a Trump. Pero tal vez el presidente puede tomar un ejemplo de su predecesor y rechazar de manera abierta el racismo, la próxima vez que lo vea.