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Política

OPINIÓN | 3 de noviembre, conceder o no conceder

Por Jorge Dávila Miguel

Nota del editor: Jorge Dávila Miguel es licenciado en Periodismo desde 1973 y ha mantenido una carrera continuada en su profesión hasta la fecha. Tiene posgrados en Ciencias de la Información Social y Medios de Comunicación Sociales, así como estudios superiores posuniversitarios en Relaciones Internacionales, Economía política e Historia latinoamericana. Actualmente Dávila Miguel es columnista del Nuevo Herald, en la cadena McClatchy y analista político y columnista en CNN en Español. Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor.

(CNN Español) -- Ahora me parece claro por qué Hillary Clinton le dijo públicamente a Joe Biden que no aceptara la derrota si en la noche del 3 de noviembre se veía que Trump ganaba. Y es que ahora, hará un par de días, la agencia de datos y análisis Hawkfish hace una explosiva predicción: en la noche del 3 de noviembre Trump se impondrá sobre Biden con 408 votos electorales frente a 130, en la que parecería una victoria aplastante pero que no será verdad. Afirman que cinco días más tarde, la mesa se habrá volteado y entonces, gracias a los votos por correo que no se habían contado, Biden le ganará a Trump con 334 frente a 204 para Trump. Y entonces todo estará bien; habrá un “final feliz” para los demócratas. Todo eso si los votos por correo escrutados no sobrepasan el 15%.

Pero si los cuatro años de Trump en la Casa Blanca se han sentido como un viaje continuo en una montaña rusa, este final propuesto por Hawkfish eleva la metafórica diversión de feria a la categoría de viaje a la Luna sin cinturón de seguridad. Sin embargo, todavía sentados aquí abajo, en tiempos de Trump y de pandemia, la proyección de Hawkfish parece dar sentido a ciertas declaraciones del presidente en los últimos meses y hace pensar en los escabrosos escenarios que dicha predicción nos depararía como pasajeros en su viaje.

El general Mark Milley, jefe del Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos ha aclarado hace solo unos días que las Fuerzas Armadas de su país no intervendrán como árbitro en las elecciones de 2020, porque esa no es su función. Así que si el presidente Trump se negara a abandonar la Casa Blanca arguyendo fraude en las papeletas por correo, no sabemos muy bien quién lo sacaría, dando por sentado que los recuentos y el fallo de las cortes le dieran la presidencia a Biden.

Pero de lo que podemos estar seguros, en mi opinión, es de que las próximas elecciones pasarán por los recuentos y las cortes judiciales. Y casi seguros de que también habrá mucha protesta en las calles. No hay más que observar la palpitante violencia actual, que si bien se desató por la muerte de George Floyd, genera una inestabilidad social en el país.

Es, sin embargo, difícil que lleguemos a la guerra civil –– como algunos pronostican. Pero en caso de que llegáramos, o de que la riña armada popular fuera muy monumental, es posible que el Ejército sí se vería forzado a intervenir si se invoca la Ley de Insurrección de 1807. Pero el problema es que siempre la invocaría el presidente en funciones, en este caso Donald Trump, que sería juez y parte. Y, ¿contra quién irían? Hay que preguntarse qué harían de pronto los militares de Estados Unidos, rebajado como por ensalmo a la categoría de un ejército latinoamericano.

Y todo parece indicar que sufriremos ese convulso viaje a la Luna. Nada más recordemos aquella declaración de Trump sobre el voto por correo –– que anticipó lo que ahora proyecta Hawkfish. Trump dijo que el resultado electoral podría tomar días, semanas o hasta meses. “¿Se pueden imaginar ustedes esto?”, subrayó el mandatario. Y otra, aún más clara, de su cosecha: “La única forma en que perderemos esta elección es si la elección está amañada”.

Que Trump haya hecho este adelanto de lo que Hawkfish ahora nos propone indica que la estrategia electoral de Trump está ––como lo estuvo en 2016–– basada estratégicamente en el resultado del colegio electoral. Y dicha estrategia tiene cuatro nombres principales a menos de 60 días de las elecciones: Florida, Michigan, Pensilvania y Wisconsin. En esos, al igual que en otros estados en juego, Trump tiene suficiente base como para ganar la presidencia con el voto electoral aunque tenga a cinco millones de estadounidenses en su contra, sobrepasando a los que votaron a su favor. De manera que en la primera democracia del mundo puede decidirse quién ganará la presidencia en cuatro o cinco estados y con la mayoría de los electores en su contra.

Recordemos que esto es solo una proyección, algo divertido de la política ficción, pero coincide en su narrativa con la psicología que se percibe de Donald Trump, siempre alejado de los sentimientos y las acciones que no lo ayuden directamente a él. Uno puede decir que todo vale, que lo importante es ganar, y estemos claros que ese dudoso mantra arraiga muy fuerte en la idiosincrasia estadounidense. Pero si a Trump le vale todo para ganar, no un juego de pimpón, sino nada más y nada menos que la presidencia de Estados Unidos y se siente no solo moralmente tranquilo, sino animado, optimista y satisfecho con no tratar de convencer a la mayoría de sus compatriotas, sino solo a una minoría de seguidores que le garantice el triunfo, hay algo enfermo en ese hombre, al igual que en el actual sistema del voto electoral establecido en la Constitución, que permite que el presidente no sea elegido por la mayoría de los votos sino por una inteligente aritmética.

Pero bien, por el momento continuemos rumbo al 3 de noviembre en la ya familiar montaña rusa y preparados para el despegue hacia la Luna sin paracaídas que nos anuncian, a partir de ese mismo día tres. Y esperemos que cuando aterricemos de vuelta aquí abajo, si es que aterrizamos sin mayores complicaciones militares-electorales, todo sea mejor, con todos y para el bien de todos, en esta gran nación.