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Mundo

¿Arabia Saudita compró el silencio del mundo en cuanto a abusos a los DD.HH?

Por CNN en Español

Por Ali A. Rizvi

Nota del Editor: Ali A. Rizvi es un escritor canadiense-pakistaní y amigo de Raif Badawi. Él creció en Libia, Arabia Saudita y Pakistán, y es un defensor del secularismo y la reforma en el mundo islámico. Actualmente está escribiendo su primer libro, "The Atheist Muslim" (El musulmán ateo). Síguelo en Twitter @aliamjadrizvi. Las opiniones expresadas en este comentario son exclusivamente las del autor.

(CNN) — “El reino... condena y denuncia fuertemente este cobarde acto terrorista que es rechazado por la verdadera religión islámica, al igual que por el resto de las religiones y creencias".

Así lee la declaración emitida por Arabia Saudita, donde crecí, el día en el que las oficinas de "Charlie Hebdo" fueron blanco del ataque, y 12 personas perdieron la vida.

El domingo pasado, para mostrar más solidaridad con las víctimas, el embajador saudí en Francia se unió a otros líderes del mundo en París, en una concentración por la unidad para celebrar la libertad de expresión.

Esto concuerda con el rostro que Arabia Saudita muestra al mundo exterior. A los visitantes al sitio web de la embajada de Arabia Saudita en Washington se les invita a "aprender... cómo el sistema político del reino se fundamenta en las tradiciones del islam, las cuales llaman a la paz, la justicia, la equidad, la consulta y el respeto a los derechos del individuo".

Justo dos días antes de la marcha en París, a mi amigo Raif Badawi lo sacaron de un mini bus, esposado, afuera de la mezquita Al-Jafali en Yeda, mientras una gran multitud se reunía a su alrededor después de las oraciones del viernes. Según testigos oculares, él cerró sus ojos y levantó su cabeza al cielo cuando un agente de seguridad se acercó a él por detrás con una gran vara y comenzó a golpearlo. Los testigos dicen que a Raif lo azotaron 50 veces. Después, lo regresaron a la prisión donde cumple una sentencia de 10 años... por bloguear.

La siguiente flagelación de Raif estaba programada para el día de hoy, pero las autoridades saudíes la pospusieron por instrucciones de los médicos, dijo su esposa. Ella espera que lo azoten nuevamente la próxima semana –y cada semana subsiguiente– hasta completar su sentencia de mil azotes.

Raif está acusado oficialmente de "adoptar el pensamiento liberal", "fundar un sitio web liberal" e "insultar al Islam". Él se ha convertido en el más reciente símbolo de la política de doble cara que su país adopta hacia los derechos humanos.

Arabia Saudita es un fuerte aliado estadounidense que ha disfrutado del apoyo prácticamente incondicional de Estados Unidos durante décadas. Como todo el mundo sabe, el presidente Bush se tomó de la mano con su monarca, el rey Abdalá, mientras los dos paseaban a lo largo de su rancho en Crawford, Texas, durante la visita de estado del rey en 2005. El presidente Obama fue ampliamente criticado cuando pareció inclinarse ante Abdalá en la cumbre del G-20 en Londres.

El mismo mes en el que ISIS horrorizó al mundo con su brutal decapitación del periodista James Foley, Arabia Saudita decapitó públicamente a 19 personas, por delitos que van desde el contrabando de marihuana hasta la hechicería. Las amputaciones de miembros por robo son sancionadas por la religión del estado.

Además del petróleo, Arabia Saudita es el mayor exportador mundial del salafismo, una cepa ultraconservadora del Islam. El país se promociona como el lugar de nacimiento de la religión de la paz; sin embargo, con una espada en su bandera, el mismo subraya la declaración islámica del "testimonio de fe". Osama bin Laden era un ciudadano saudí, al igual que 15 de los 19 secuestradores del 9/11.

¿Por qué un mundo indignado por las espantosas acciones de ISIS y de los talibanes se hace de la vista gorda en cuanto a la forma en que este país trata a sus propios ciudadanos?

La primera razón es evidente. No son solamente nuestros gobiernos. Cada vez que llenamos los tanques de nuestros vehículos con gasolina, todos nos inclinamos ante el rey saudí.

La segunda es más compleja.

Los videos en línea de la flagelación de Raif muestran a adoradores de la mezquita, entre ellos niños pequeños, que corren entusiasmados hacia la plaza para ver la paliza. Posteriormente, la multitud estalla en gritos y aplausos, mientras corean "¡Allahu Akbar!" (¡Dios es grande!) al unísono.

Esto no es sorprendente. El público probablemente considera que Raif es culpable de blasfemia y apostasía. Una encuesta de 2013 del centro de investigaciones Pew encontró que grandes cantidades de personas en los países musulmanes están a favor de la pena de muerte cuando se deja el Islam, incluyendo el 88% de los egipcios y el 62% de los musulmanes paquistaníes, así como las mayorías en Jordania, Malasia, Palestina y Afganistán.

Por supuesto, estos puntos de vista no representan a todos los musulmanes. Pero contrariamente a lo que usualmente nos dicen, estos tampoco están en manos de tan solo una minoría marginal. Muchos de estos países no cuentan con poblaciones que estén dispuestas a hacer una concentración para apoyar la libertad de expresión y el pluralismo de la manera en que Francia lo hizo. El cambio tiene que venir primero desde adentro.

Raif ha sacrificado mucho para hacer que este cambio suceda. El mundo lo debe apoyar y hacer un llamado a Arabia Saudita en el que se desafíe su hipocresía.

Hace algún tiempo, a solo 80 kilómetros al este de donde Raif hoy está detenido, otro disidente habló una vez de cambio, de desafiar el status quo, de nuevas ideas radicales que, en última instancia, transformarían su sociedad. Él fue repudiado, perseguido, y, finalmente, expulsado de su ciudad por los que querían matarlo. Él era Mahoma, el profeta del Islam; sus perseguidores, la tribu Quraysh de La Meca.

Los musulmanes se esfuerzan por imitar la vida de Mahoma. Arabia Saudita, en cambio, ha optado por imitar a la tribu Quraysh.

Esta semana, Raif cumplió 31 años herido y en prisión. Con suficiente conciencia, podemos poner suficiente presión internacional sobre el gobierno de Arabia Saudita para asegurar que pase su siguiente cumpleaños con su esposa y sus tres preciosos hijos.