Volvamos a Marte: lo necesitamos
Nota del Editor: Gonzalo Frasca, PhD, es diseñador, consultor y catedrático de Videojuegos de la Universidad ORT. Es fundador de okidOkO, donde inventa juegos para que los niños aprendan matemáticas. Recibió un Lifetime Achievement Award de la Knight Foundation por su trabajo pionero en videojuegos periodísticos. Las opiniones expresadas en este artículo corresponden exclusivamente a Gonzalo Frasca.
Me gustó mucho la nueva película de Ridley Scott. En inglés se llama The Martian pero en Hispanoamérica se presenta como Misión rescate. Parece como si respondiera a una regla no escrita de Hollywood que asume que los no-angloparlantes somos seres inferiores incapaces de entender un título que no sea literal.
La gran mayoría de los títulos en castellano “explican” la película. “El marciano” es un título ambiguo, pero “Misión rescate” tiene una claridad infantil: hay alguien en peligro pero existe un plan para rescatarlo.
Por eso muchos títulos en castellano se parecen. Me imagino a algún empleado de 20th Century Fox revisando su base de datos de nombres obvios para asegurarse de que el nuevo film con Matt Damon no lleve un nombre ya utilizado anteriormente. Casi lo puedo ver tachando nombres de una larga lista: “Misión desesperada” (ya se usó); “Misión infernal” (también); “Rescate increíble” (ya existe) y “Rescate implacable” (suena demasiado complicado).
¡Listo! “Misión rescate” es un título espectacular que asegurará que los latinos no tendremos que forzar mucho nuestra imaginación y podremos utilizar nuestro cerebro para algo más importante, como decidir qué tamaño de palomitas de maíz y refrescos compraremos en la sala de cine. De lo contrario sería el fin de Hollywood y estaríamos condenados a un futuro donde sólo podríamos ver videos de gatitos en YouTube.
“El marciano” es un film enormemente disfrutable (sí, lo siento pero voy a utilizar este título en este artículo). ¡Qué bien que le hace a Ridley Scott asumir que está más cerca de Steven (Spielberg) que de Stanley (Kubrick)! Conocerse a sí mismo y hacer lo mejor que se pueda con lo que se tiene es una buena receta para un cineasta (y también describe bien la peripecia del protagonista de esta historia).
Cada vez que voy de excursión en bus y nos detenemos en una gasolinera, siempre espero hasta último momento para bajar e ir al baño. Y mientras hago mis necesidades me aterra pensar que saldré y el bus habrá partido sin mí, abandonándome en una carretera inhóspita. Bueno, salvando algunos minutos luz de distancia, el argumento de “El marciano” es parecido. El pobre Damon queda solito en Marte y tiene que ingeniárselas para sobrevivir hasta que consiga un teléfono celular que le permita enviar un SMS a sus papás para que lo vengan a buscar. O algo así.
Como dije, es un film enormemente disfrutable. Al igual que la novella, se centra en el espíritu de supervivencia, algo que tiene en común con Gravity, la multipremiada película de Alfonso Cuarón, protagonizada por Sandra Bullock. Pero “El marciano” es más una mezcla entre Robinson Crusoe y McGyver, mientras que el filme del mexicano recuerda más a Gabriel García Márquez en “Relato de un náufrago”.
Lo que no tienen en común es que Gravity fue traducido correctamente como Gravedad en Hispanoamérica. De acuerdo, no siempre Hollywood nos menosprecia. Pero ahora que lo pienso, quizás Cuarón, que es mexicano, logró imponerse al estudio. Si alguien conoce a Cuarón, por favor que le pregunte.
Es bueno que como civilización volvamos a Marte, aunque sea en la ficción. El planeta rojo actualmente está más devaluado que el bolívar venezolano, el yuan chino y el peso argentino juntos. Pero no siempre fue así: los jóvenes del siglo XX siempre estuvieron fascinados con el cuarto planeta de nuestro sistema solar.
Eran otras épocas. La Guerra Fría nos hacía temer la guerra nuclear casi con el mismo miedo que los jóvenes de hoy temen al calentamiento global. Veíamos a Marte como un lugar al que escapar y empezar de nuevo, como un niño enfermo que desde su cama sueña con jugar en el jardín que ve por su ventana.
Ahora la ecuación se ha invertido y los jóvenes sueñan con hacer millones con aplicaciones de dispositivos móviles, conectar lo desconectado y mejorar la forma en que nos comunicamos. Como si el niño, ya curado, prefiere quedarse en su habitación pues afuera llueve.
Ninguno de los dos escenarios está mal: hay un tiempo para concentrarse en nuestra casa y otro para salir de aventuras. Pero me alegra que “El marciano” nos haga soñar de nuevo con Marte. Y además que lo haga de manera bastante políticamente incorrecta… pues el personaje de Matt Damon no hace otra cosa que perpetrar la vieja historia del hombre blanco que toma posesión de tierras vírgenes que no le pertenecen y las contamina con toneladas de basura espacial (¡incluido plutonio!).
Además de entretener, “El marciano” nos desafía, replanteando preguntas que hace décadas menospreciamos. ¿Por qué irse hasta otro planeta para conquistarlo? Los antiguos romanos ya sabían que “navegar es necesario”, pero plantar una bandera y apropiarse de rocas no lo es tanto. Y sin embargo, es el viento que ha empujado a miles de dementes que construyeron, para bien y para mal, nuestra historia.
¿Por qué no quedarnos quietitos, disfrutando de lo que tenemos? ¿Qué necesidad de desperdiciar dinero en investigación, desarrollo, máquinas que no sabemos si funcionarán, arriesgando vidas, tiempo y dinero? ¿Para qué abandonar el confort predecible del fútbol los domingos y del sueldo a fin de mes? ¿Para qué levantar la vista hacia las estrellas?
La respuesta es simple. Basta con observar a un bebé solo en un cuarto lleno de juguetes. Seremos testigos de su necesidad de tocar, de llevarse a la boca, golpear y mover lo desconocido para ver qué ruido hace; su inexorable pulsión de ver un objeto lejano y gatear hasta él para sentirlo, manipularlo y hacerlo propio.
Es fácil para los adultos olvidarlo cuando no hay niños alrededor. Pero, al fin y al cabo, nosotros también estamos solos, abandonados en un cuarto infinito lleno de juguetes y nunca seremos verdaderamente humanos hasta que juguemos con ellos.