CNNEarrow-downclosecomment-02commentglobeplaylistsearchsocial-facebooksocial-googleplussocial-instagramsocial-linkedinsocial-mailsocial-moresocial-twittersocial-whatsapp-01social-whatsapptimestamptype-audiotype-gallery
Análisis

ANÁLISIS | A un año, esto es lo que podemos saber sobre cómo se verá la contienda electoral presidencial en EE.UU. cuando se conmemore el Día del Trabajo de 2024

Por Ronald Brownstein

(CNN) --  Mucho queda por saber, por supuesto, sobre las elecciones generales presidenciales en EE.UU. cuyo arranque tradicional se producirá dentro de un año, el Día del Trabajo de 2024.

Pero una cosa ya está clara: la carrera se decidirá casi con toda seguridad por un puñado de votantes en los poquísimos estados que no son totalmente favorables a ninguno de los dos partidos.

La lista de estados indecisos que ambas partes pueden esperar ganar puede ser tan pequeña el año que viene como en cualquier otro momento de la historia moderna: no más de siete u ocho y quizá tan solo cuatro. En un campo de batalla tan concentrado, el margen entre el éxito y el fracaso para los dos partidos puede ser dolorosamente estrecho y la competencia por los votantes ferozmente intensa.

"Nunca tan pocas personas han tenido un impacto tan grande a la hora de decidir el futuro de la política estadounidense", afirma Doug Sosnik, principal asesor político de Bill Clinton en la Casa Blanca.

Múltiples medidas siguen la evolución de lo que podría llamarse el increíble campo de batalla presidencial en contracción.

El más revelador es el creciente número de estados en los que uno u otro partido ha establecido una ventaja consistente en la carrera presidencial. Veinte estados han votado por el candidato demócrata en cada una de las últimas cuatro elecciones presidenciales, desde la primera victoria de Barack Obama, en 2008, hasta la victoria de Joe Biden, en 2020. Veinte estados han votado igualmente por el candidato presidencial del Partido Republicano en esas cuatro contiendas.

publicidad

Eso significa que 40 de los 50 estados, o el 80 %, han votado lo mismo en cuatro elecciones presidenciales consecutivas. Es el nivel más alto de consistencia desde principios del siglo XX. Incluso cuando Franklin D. Roosevelt ganó cuatro elecciones consecutivas de 1932 a 1944, solo dos tercios de los estados votaron lo mismo cada vez. Apenas tres cuartas partes de los estados votaron lo mismo en las cuatro victorias presidenciales republicanas consecutivas de 1896 a 1908. De 1976 a 1988, solo la mitad de los estados votaron siempre en el mismo sentido.

Y aunque es bastante sorprendente que solo 10 estados hayan pasado de un partido a otro en algún momento desde 2008, incluso muchos de ellos no se consideran verdaderos estados indecisos en este momento: esa lista incluye Indiana, Iowa, Ohio y Florida, que han votado sólidamente por los republicanos en la era Trump. Carolina del Norte, otro de los 10 estados indecisos, no se ha movido tan definitivamente, pero se ha inclinado hacia los republicanos en las elecciones federales desde que Obama ganó en 2008.

Kyle Kondik, redactor jefe de Sabato's Crystal Ball, publicado por el Centro de Política de la Universidad de Virginia, señala otra medida de la contracción del campo de batalla. Señala que en las ajustadas elecciones presidenciales de 1960 y 1976, los estados que obtuvieron alrededor del 70 % del total de los votos del Colegio Electoral fueron relativamente competitivos en cada ocasión, lo que significa que el margen de victoria en ellos para cualquiera de los dos bandos estuvo dentro de los cuatro puntos porcentuales del voto popular nacional total.

Sin embargo, en las elecciones presidenciales de 2012, 2016 y 2020, los estados en los que el margen de victoria se situó dentro de los cuatro puntos del total de votos nacionales disminuyeron. En esas tres elecciones, dijo Kondik, esos estados competitivos representaron menos de un tercio de todos los votos del Colegio Electoral. "Estamos en una época de elecciones presidenciales generales reñidas, pero no de tantos estados reñidos", afirmó.

Lo más probable es que estos cambios dejen a los dos bandos disputándose una lista muy reducida de estados disputados el año que viene. La publicación Crystal Ball calificó recientemente solo cuatro estados como auténticos "cara o cruz" para 2024, mientras que identificó otros cuatro como estados "inclinados" que favorecían a un bando, pero que podrían caer del lado del otro. El informe no partidista Cook Political Report, con Amy Walter, identificó cuatro estados como indecisos y tres como inclinados.

Ambos analistas, así como Sosnik, identifican los mismos estados como potencialmente más competitivos, aunque difieren ligeramente en su clasificación. En general, todos los analistas están de acuerdo en que Arizona, Georgia y Wisconsin, tres estados que cambiaron de Trump, en 2016, a Biden, en 2020, siguen siendo indecisos. También coinciden en que Michigan, Nevada y Pensilvania, que ganó Biden, y Carolina del Norte, que apoyó a Trump, probablemente seguirán siendo al menos algo competitivos. Una diferencia es que el equipo de Crystal Ball identificó Nevada como indeciso y categorizó a Pensilvania como inclinada hacia los demócratas, mientras que el equipo de Cook invirtió esas designaciones. Otra es que el equipo de Crystal Ball, al igual que Sosnik, incluyó a Nueva Hampshire en la lista de estados que se inclinan hacia los demócratas, mientras que Cook lo considera más seguro.

Tras los resultados de las elecciones de 2022, mi opinión es que la lista de verdaderos estados indecisos al alcance de cualquiera de los dos bandos puede reducirse a no más de Arizona, Georgia, Nevada y Wisconsin.

Cualquiera que pueda ganar la candidatura del Partido Republicano sería probablemente demasiado conservador, especialmente en cuestiones sociales, para ganar Nueva Hampshire. Y aunque cualquier candidato republicano seguramente trataría de mantener Michigan y Pensilvania, en juego el próximo año, eso puede no ser fácil.

La clave para que Trump ganara la Casa Blanca en 2016 fue su éxito para desvincular a Michigan y Pensilvania, así como Wisconsin, de lo que yo denominé el "muro azul": los 18 estados que votaron demócrata en las seis elecciones presidenciales desde 1992 hasta 2012. Pero desde la irrupción inicial de Trump, los demócratas han recuperado terreno en esos tres estados del llamado Rust Belt, la región industrial del noreste y Medio Oeste de EE.UU., con Biden recuperando cada uno de ellos, en 2020, y el partido ganando sus elecciones a gobernador, en 2018 y 2022.

Los demócratas ganaron la gobernación en los tres estados el año pasado por márgenes que superaron con creces los totales de Biden en 2020, registrando resultados especialmente fuertes en los suburbios de clase media que han demostrado ser los más resistentes al Partido Republicano de la era Trump. Ese éxito fue especialmente sorprendente porque se produjo a pesar de que las encuestas a pie de urna mostraban que la mayoría de los votantes tenían una opinión negativa tanto de la economía como del desempeño laboral de Biden. Los demócratas se sobrepusieron a esos vientos en contra para ganar decisivamente en las elecciones a gobernador de Michigan y Pensilvania (así como en la carrera al Senado de Pensilvania), en gran parte gracias al apoyo preponderante de la gran mayoría de los votantes de cada estado que querían que el aborto siguiera siendo legal. Estos resultados ponen de relieve lo difícil que puede ser para el Partido Republicano recuperar Michigan y Pensilvania mientras el derecho al aborto siga siendo una prioridad para los votantes.

Wisconsin es un estado intrínsecamente más reñido que esos dos; los demócratas ganaron las elecciones a gobernador el año pasado por un margen mucho menor que en Michigan o Pensilvania, y el senador republicano Ron Johnson fue reelegido por un estrecho margen. Pero la aplastante victoria esta primavera boreal de un juez demócrata de la Corte Suprema del estado en una contienda que giraba en torno al derecho al aborto sugiere que incluso Wisconsin puede inclinarse ahora algo hacia los demócratas mientras ese tema sea tan prominente.

A la inversa, los demócratas esperan que la decisión de la asamblea legislativa del estado de Carolina del Norte –controlada por los republicanos– de imponer una impopular prohibición del aborto por encima del veto del gobernador demócrata Roy Cooper permita al partido revertir su declive desde la victoria de Obama, en 2008. Pero los demócratas no han construido en el estado el tipo de infraestructura de movilización de votantes que ha impulsado su avance en Georgia y Arizona, y la mayoría en ambos partidos cree que sigue siendo una cuesta arriba (aunque no inconcebible) para ellos en 2024.

Con tan pocos estados realmente en juego, la cantidad de publicidad dirigida a los votantes en ellos a través de todos los medios imaginables será probablemente abrumadora. "No podrás escapar de ello", afirma Erika Franklin Fowler, codirectora del Wesleyan Media Project, de la Universidad de Wesleyan. "Me costaría mucho ponerle una cifra, pero los ciudadanos allí no importa en qué pantalla estén, ya sea en un dispositivo móvil, en una tableta, en la televisión, en la gasolinera, verán anuncios por todas partes".

Esta primera clasificación de los estados tiene implicaciones trascendentales, aunque algo contradictorias. La más obvia es que, si se mantiene, los demócratas empezarían mucho más cerca que los republicanos de los 270 votos del Colegio Electoral necesarios para ganar la presidencia. Si el Partido Republicano no puede invertir el reciente movimiento de Michigan y Pensilvania hacia los demócratas, "entonces el camino de los republicanos es realmente estrecho", como dice Kondik.

Eso se hace evidente cuando se considera un escenario que los demócratas suelen discutir de cara al próximo año. De los 20 estados que han votado a los demócratas al menos en las últimas cuatro elecciones presidenciales, Nevada es el que parece correr más riesgo de inclinarse hacia el Partido Republicano. Pero incluso si los republicanos se llevan Nevada el año que viene, mantener Michigan y Pensilvania permitiría a Biden alcanzar al menos 270 votos en el Colegio Electoral si consigue alguno de Arizona, Georgia o Wisconsin. (El asterisco es que, para alcanzar los 270 ganando únicamente Wisconsin, Biden también tendría que mantener el segundo distrito electoral de Nebraska, de tendencia demócrata, uno de los dos estados que otorga algunos de sus votos del Colegio Electoral por distrito).

Dicho de otro modo, es probable que el eventual candidato del Partido Republicano tenga un margen de error menor en 2024 que Biden.

Sin embargo, este mapa cada vez más reñido también podría tener el efecto paradójico de permitir que las campañas al menos tanteen el terreno en más estados que en 2020.

Uno de los aspectos más sorprendentes de estas primeras previsiones es que Ohio y Florida brillan por su ausencia entre los estados considerados indecisos.

Es difícil identificar otra elección presidencial desde la Segunda Guerra Mundial en la que Florida u Ohio, o ambos, no estuvieran entre los campos de batalla más disputados. Florida decidió la victoria de George W. Bush en 2000, y Ohio cimentó su victoria en 2004. En 2016, Hillary Rodham Clinton gastó más dinero en publicidad en esos dos estados que en ningún otro; aunque Biden renunció en gran medida a Ohio en 2020, Florida siguió mostrando más publicidad en televisión que ningún otro estado. Cuando el exalcalde de Nueva York y precandidato presidencial demócrata en 2020, Michael Bloomberg, quiso impulsar a Biden, a finales de la campaña, anunció una inversión de US$ 100 millones en Florida.

La campaña de Biden ya ha invertido en Florida, incluyendo anuncios dirigidos a la población hispana en su compra inicial de publicidad televisiva (que, por lo demás, se está realizando en los siete estados considerados más competitivos: Arizona, Georgia, Nevada y Carolina del Norte, en el Sun Belt, y Michigan, Pensilvania y Wisconsin, en el Rust Belt). Pero los asesores de Biden reconocen que están lejos de decidirse a montar una campaña en toda regla en Florida, e incluso los principales estrategas demócratas coinciden en que, dada la tendencia derechista del estado en la última década, sería mejor que el presidente centrara sus esfuerzos en otra parte. "Aunque me encanta la atención que recibe mi estado, y me ha encantado formar parte de dos victorias aquí, el camino más rápido hacia los 270 para los demócratas es a través de los estados del Medio Oeste superior", dijo Steve Schale, el estratega principal de las victorias de Obama en Florida, en 2008 y 2012.

Sin embargo, Schale reconoce a continuación el riesgo que supone para los demócratas descartar por completo Florida: si los republicanos no tienen que dedicar recursos a defender el Estado del sol, dispondrán de mucho más dinero para gastar en otros sitios. Lo mismo ocurrirá si Biden renuncia a Ohio. Eso podría liberar al Partido Republicano para invertir más allá del círculo interno de los lugares más competitivos a estados como Minnesota, Nueva Hampshire, Virginia y Oregon, que claramente se inclinan por los demócratas, pero que podrían no estar completamente fuera del alcance de los republicanos en el entorno nacional adecuado.

Un estratega del Partido Republicano familiarizado con las ideas de Trump dijo que, como candidato, probablemente exploraría exactamente esas posibilidades. Los demócratas tendrían la misma oportunidad de repartir su dinero en nuevos lugares si Ohio y Florida se quedan fuera del tablero, pero más allá de Carolina del Norte es difícil identificar otro estado de tendencia republicana al que Biden pudiera aspirar remotamente. (Texas podría ser su mejor opción y, como demostraron los resultados de las elecciones de 2022 allí, actualmente no es muy buena).

Eventualmente, la opción demócrata de descartar Florida y Ohio podría suponer un beneficio táctico para el candidato presidencial del Partido Republicano. Pero mientras tanto, la publicidad temprana de Biden en los estados disputados está creando una ventaja táctica aquí y ahora para los demócratas. Ningún grupo republicano está respondiendo aún a los anuncios de Biden, dicen los demócratas. Trump ha optado por canalizar gran parte de la recaudación de fondos de su campaña hacia sus propias facturas legales, lo que podría reducir su capacidad de respuesta durante meses si es el eventual candidato republicano. "Biden va a contar su historia económica de forma positiva, y va a machacar a Trump de forma negativa y va a ser una conversación unilateral durante meses", predijo el encuestador demócrata Ben Tulchin.

Como señalan Fowler y otros, esas ventajas en la publicidad de pago han sido históricamente menos importantes en las elecciones presidenciales, porque los votantes reciben mucha información sobre los candidatos a través de los medios de comunicación. En una revancha Biden-Trump, señala, las opiniones podrían ser incluso más impermeables a la publicidad que en una carrera típica porque los votantes tienen opiniones muy bien establecidas sobre cada hombre. Pero la publicidad en la contienda presidencial, dice Fowler, todavía "importa en los márgenes". Y los márgenes pueden ser exactamente lo que decida unas elecciones generales presidenciales que, incluso a un año del tradicional pistoletazo de salida del Día del Trabajo de 2024, ya parece muy probable que se decanten por muy pocos votantes en muy pocos estados.