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Medio Oriente

OPINIÓN | Cómo impedir que Irán sea el ganador en el conflicto entre Israel y Hamas

Por Frida Ghitis

Nota del editor: Frida Ghitis, exproductora y corresponsal de CNN, es columnista de asuntos mundiales. Es colaboradora semanal de opinión de CNN, columnista del diario The Washington Post y columnista de World Politics Review. Las opiniones expresadas en este comentario le pertenecen únicamente a su autora. Ver más opiniones en CNN.

(CNN) -- Cada día que pasa nos enteramos de más detalles horrorosos de lo que Hamas ha perpetrado contra civiles israelíes desde el sábado pasado. Ahora que nuestra noción de lo que puede ocurrir en este convulso rincón del mundo se ha visto sacudida, demostrando que lo inconcebible puede hacerse realidad, surgen preguntas.

Entre ellas: ¿existe alguna forma de desafiar los pronósticos de otra manera, con un desenlace de este conflicto que supere los enormes obstáculos políticos y diplomáticos para crear una estabilidad más duradera? Y, para ello, ¿hay algún modo de impedir que Irán salga vencedor de esta terrible guerra?

En este momento, la atención en Israel se centra en las operaciones militares y otras operaciones de seguridad. Pero, tras bambalinas, con la vista puesta en lo que ocurra a largo plazo, hay un papel fundamental para los diplomáticos y los líderes políticos del Medio Oriente y más allá.

La agenda de Israel, Estados Unidos y la comunidad internacional (tras persuadir a Egipto de que abra la frontera a los civiles de Gaza para que puedan huir de los combates) debería incluir tres objetivos extraordinariamente difíciles para empezar a construir un después más seguro y estable tras los combates: sanar la acritud que divide a los israelíes, avanzar en las relaciones con las facciones palestinas que no se oponen a convivir con Israel y salvar el proceso de normalización entre Israel y Arabia Saudita. Conseguirlo daría más seguridad al mundo entero.

Estos objetivos pueden parecer inalcanzables, incluso imposibles. Pero, como señaló una vez el primer primer ministro de Israel, David Ben-Gurion, "...para ser realista hay que creer en los milagros".

Ya conocemos a muchos de los perdedores de este terrible conflicto: las miles de víctimas israelíes masacradas y aterrorizadas por Hamas; los civiles de Gaza atrapados una vez más como escudos humanos; los activistas por la paz, cuyos enemigos argumentarán que esta última violencia demuestra que la paz es imposible; y los políticos y líderes militares que se enfrentarán a un furioso ajuste de cuentas cuando esto termine.

Pero ¿quién será el ganador?

Los objetivos del terrorismo son políticos, y las ramificaciones políticas de este conflicto son globales. Puede que Estados Unidos quiera alejarse del Cercano Oriente, pero este se niega a seguirle el juego.

Irán, que durante años ha apoyado a Hamas con dinero y armas, tiene un gran interés en cómo se desarrolle esta situación en las próximas semanas, meses e incluso años. Hasta ahora, ni Estados Unidos ni Israel han encontrado pruebas directas que vinculen a Teherán con el atentado, pero la Casa Blanca ha calificado a Irán de "ampliamente cómplice" como patrocinador de pleno derecho de Hamas. Israel y Estados Unidos están siendo cautelosos, porque si encuentran evidencia, si hacen la acusación, eso podría equivaler a un casus belli, una justificación para la guerra, y no quieren otro enfrentamiento frontal en este momento. El líder supremo de Irán, el ayatolá Alí Jamenei, elogió a Hamas por la operación pero, quizás traicionando cierta ansiedad, negó públicamente su implicación en los atentados.

Y, sin embargo, esta guerra podría acabar convirtiéndose en un triunfo para Teherán, una dictadura fervientemente fundamentalista y antioccidental que ha amenazado con destruir Israel y ha trabajado para cercarlo con un anillo de organizaciones combatientes en Gaza, Líbano y Siria, todo ello mientras priva a su propio pueblo de muchos derechos básicos.

Los objetivos de Hamas, cuya carta fundacional lo compromete a la destrucción de Israel, coinciden perfectamente con los de la teocracia iraní. Tanto Irán como los palestinos han observado con alarma los crecientes lazos entre Israel y sus vecinos árabes. Sea cual sea el objetivo principal de la operación de Hamas, es razonable creer que descarrilar ese proceso, en particular la perspectiva de lazos amistosos entre Arabia Saudita e Israel, formó parte del cálculo.

Los autores esperan sin duda una reacción implacable de Israel, que contribuiría a descarrilar el proceso, con imágenes de palestinos muertos por bombas israelíes llenando las pantallas de los ciudadanos árabes de todo el mundo, desatando la indignación y haciendo mucho más difícil, quizá imposible, el acercamiento de los saudíes a Israel. Con el público árabe viendo imágenes de la carnicería en Gaza, según la lógica terrorista, se hace políticamente imposible que los líderes árabes se acerquen a Israel.

El fin del proceso de normalización sería una victoria para Irán, ahora miembro del eje antiestadounidense y antioccidental de autócratas, junto con China y Rusia; lo último que desean Estados Unidos, Israel y Arabia Saudita.

Irán y Arabia Saudita establecieron recientemente relaciones diplomáticas, pero la antigua rivalidad y desconfianza entre ambos, como abanderados de las dos principales divisiones del Islam, chiitas y sunitas, no desapareció de repente.

Si Riad anuncia que las conversaciones con Israel no están muertas, se enfrentará a fuertes reacciones de muchos sectores, dentro y fuera del país. Pero el gobernante de facto de Arabia Saudita, el príncipe heredero Mohammed Bin Salman, no rehuye precisamente al riesgo.

Para facilitar el camino hacia la reconciliación con Arabia Saudita, y por otras razones importantes, como la promoción de la estabilidad en el país y la necesidad de resolver algún día el conflicto con los palestinos, los líderes israelíes deberían hablar con los palestinos de la Ribera Occidental, sondeando la posibilidad de trabajar juntos en un camino a seguir. Todo esto parece apenas imaginable ahora, pero será necesario.

De hecho, de los tres objetivos difíciles, éste puede ser el más difícil. Bin Salman puede estar preparado para enfrentarse a la ira popular, pero el jefe del Gobierno Autónomo Palestino, el presidente Mahmoud Abbas, no lo está. Ahora, en el 18° año de un mandato de cuatro, es profundamente impopular y su posición es inestable.

A muchos israelíes también se les erizará la piel ante la idea de llegar a un compromiso con los palestinos, después de haber visto cómo masacraban a sus hombres, mujeres, niños, bebés y ancianos, sin escuchar ninguna condena por parte del Gobierno Autónomo Palestino en Ramala.

Si el campo de la paz de Israel ya se había debilitado a lo largo de los años, Hamas no ha hecho más que debilitarlo aún más.

Pero nada ha debilitado más a Israel que sus divisiones internas, que desgarraron el país después de que el primer ministro Benjamin Netanyahu incorporara a su coalición a figuras radicales de ultraderecha, la única forma que tenía de mantenerse en el poder. Curiosamente, uno de ellos, Itamar Ben-Gvir, era el ministro de Seguridad Nacional de Israel en el momento en que los ataques tomaron desprevenido al país.

Durante meses, los israelíes habían estado protestando contra una revisión judicial, un "golpe" judicial, como lo llamaron los críticos, promovida por la coalición gobernante de Netanyahu, que debilitaría gravemente los controles y equilibrios en el país, corroyendo sus fundamentos democráticos.

El miércoles, en medio de esta crisis, la más grave a la que se ha enfrentado Israel en décadas, Netanyahu y el exministro de Defensa, Benny Gantz, anunciaron un gobierno de unidad de emergencia. Es el primer paso para recomponer el país. Pero ese camino también es largo y escarpado. Los israelíes se enfrentan a dilemas desgarradores, y tienen opiniones diametralmente opuestas sobre cómo resolverlos. Si hay algo en lo que seguramente todos están de acuerdo hoy es en que esas profundas divisiones han hecho al país más vulnerable.

A medida que la lucha se recrudece, las emociones son intensas. Dolor, ira, miedo. Pero aquellos cuyo trabajo es mirar más allá del desafío inmediato, considerar el futuro más allá de la crisis y buscar formas de evitar que vuelva de una forma aún más devastadora, deben encontrar la manera de crear un milagro diplomático y político al otro lado de la pesadilla actual.