(CNN Español) – Elizabeth Alexandra Mary, conocida como “Lilibet” por sus amigos, nació el 21 de abril de 1926. Y solo una década más tarde Isabel supo que estaba realmente destinada a dirigir un imperio.
Y se trató de un ardid de la historia, obra del escándalo: su tío Eduardo abdicó para poder casarse con Wallis Simpson, una mujer estadounidense divorciada, el amor de su vida, pero un impedimento para el trono.
El padre de Isabel se convirtió en rey. Y ella resultó la heredera por accidente. Y desarrolló un profundo sentido del deber.
Incluso antes de ser coronada, Isabel se dedicó en cuerpo y alma a desempeñar su papel “real”.
FOTOS | La vida de la reina Isabel II
“Declaro ante todos ustedes que toda mi vida, sea corta o larga, estará dedicada a vuestro servicio y al servicio de esta gran familia imperial a la cual todos pertenecemos”.
“Creo recordar haber oído ese discurso y lo recuerdo muy bien, recuerdo ciertamente haber leído no muchos años después la forma en que dedicó su vida al país; fue un ejemplo de lo que sentí exactamente años más tarde cuando crecí; de eso se trataba: de dedicar tu vida a tu país”.
Durante más de medio siglo, condujo su imperio y luego lo vio decaer, en un descenso controlado, en lo que se conoció como la mancomunidad británica de naciones, una asociación de países ahora independientes. 16 países la mantuvieron como la jefa simbólica del Estado.
Por décadas ha soportado todo lo que la historia y su familia le han puesto por delante, con una reconfortante compostura.
Su reinado comenzó cuando Winston Churchill era primer ministro.
Se ha reunido con todos los presidentes de Estados Unidos, excepto uno; siempre dio prioridad a esos encuentros.
“Recuerda haber aprendido de sus padres la importancia de mantener de su lado a Estados Unidos durante la guerra. Y Estados Unidos entró en la guerra. Lo recuerda muy bien. Recuerda a los soldados estadounidenses, el Día D y todo eso. Para ella, fue una parte importante de su crianza”, dice Robert Hardman, autor de Our Queen.
El monarca británico no tiene poder político, pero Isabel tenía inmenso poder como figura insigne, como se demostró en el 2011 en la primera visita de Estado de un monarca a la vecina Irlanda, desde que este país se separara del Reino Unido.
El entonces primer ministro británico David Cameron describió el viaje como un punto de inflexión en las relaciones angloirlandesas.
“De repente comenzó a hablar en gaélico irlandés. No voy a intentar siquiera decir lo que ella dijo. En efecto, significó presidente y amigos, y tomó a todos por sorpresa, incluido al presidente que miró todo alrededor de la sala articulando ‘guau’. Fue un momento especial. En general los invitados a este tipo de banquetes de Estado no van por ahí diciendo ‘guau’, pero el momento respondía a esa descripción”, dijo Hardman.
Un año después, la reina visitó Belfast en uno de los momentos más significativos en su reinado: el apretón de manos histórico con el excomandante del ejercito revolucionario de Irlanda, Martin McGuinness.
Un abierto símbolo de paz después de décadas de conflicto en Irlanda del Norte.
Ahora bien, esta esposa, madre y abuela, con su firme y compostura en público, tenía un lado privado, tan reservado, que existe muy poco material que muestre el famoso sentido del humor de la reina a puertas cerradas.
Algunos años, había poco de qué reírse. Con una honestidad y un candor poco usual, la reina marcó 1992 como un año muy malo: un incendio en el castillo de Windsor y varias separaciones en la familia.
Tres de sus cuatro hijos se divorciarion: uno de ellos, el más famoso. Y luego, ocurrió el accidente automovilístico de Diana.
La reina aprendió una difícil lección en medio de toda la aflicción: jamás sería solo madre o abuela; antes que nada, era la reina de un pueblo, y para puntualizarlo, el momento perdurable cuando se inclinó ante el féretro de la princesa Diana; un punto muy bajo para Gran Bretaña, para la monarquía y para la relación entre Gran Bretaña y su monarca.